Shakey. Jimmy McDonough
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Читать онлайн книгу Shakey - Jimmy McDonough страница 34

Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

Серия:

isbn: 9788418282195

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СКАЧАТЬ nada de aquello me importaba lo más mínimo. Yo nunca tiré la toalla.

      El músico profesional ahora necesitaba encontrar nuevos miembros para su banda. Bill Edmunsen, que vivía justo enfrente, pasó a ocuparse de la batería. Edmunsen era un tipo escandaloso, enternecedor y todo un donjuán, nada que ver con los Squires anteriores; «estaba como una auténtica cabra», comentaba Allan Bates, que por aquel entonces dejaba el grupo. Rassy sacó a Edmunsen de apuros en unas cuantas ocasiones. La más celebrada ocurrió cuando le dio por «llevarse prestada» una bandera de los Juegos Panamericanos y la escondió en el piso de Neil. Edmunsen sería el primero de toda una larga serie de personajillos en torno a los que Young gravitaría sin cesar en los años venideros: un músico cojonudo que derrochaba demasiada bondad y pasión como para soportar la anodina vida típica del currante.30

      Young incorporó al pianista Jeff Waukert y, aparentemente inspirado por la armónica de John Lennon en «I Should Have Known Better», empezó a tocarla él también. Además, Young realizó un sutil cambio en el nombre del grupo. Un día, según recuerda el batería, estaban en un restaurante y Neil les dijo a él y a Koblun: «Voy a continuar en este negocio el resto de mi vida, no me cabe ninguna duda. ¿Os importa si pongo mi nombre delante del grupo: Neil Young y los Squires?»

      Young también necesitaba un vehículo para que la banda dispusiera de movilidad, y Rassy le prestó el dinero para comprarse su primer auto: un coche fúnebre Buick Roadmaster del 48, al que bautizó con el nombre de Mortimer Hearsebug31, alias Mort. Mort era acero templado: grande y de color negro, su decoración incluía una moqueta azul, unas cortinas negras y unas cenefas con borlas doradas. «Abrías la puerta y la rampa se desplegaba directamente en la acera», le contó Young a Cameron Crowe. «¿Qué había más grande que eso? Menuda manera de hacer tu aparición: llegas al garito y solo necesitas desplegar la rampa para descargar el equipo.» Por desgracia, el coche fúnebre también llamaba la atención de la policía municipal. Rassy recuerda que Neil se vio atrapado en medio de un entierro, era el segundo coche fúnebre del séquito. «Me pregunto cuántos difuntos debieron de pensar que llevaban», comentaba Rassy, afirmando que su hijo era totalmente inmune a cualquier tipo de contratiempo. «Neil no se inmutaba por nada; no se dejaba inmutar. Él iba a la suya y no dejaba que nada se interpusiera en su camino.»

      Al cabo de un mes de actuaciones por todo Winnipeg, Young decidió probar suerte fuera de allí. Eligió como destino Fort William, una ciudad de clase obrera a unos ochocientos kilómetros al este de Winnipeg. El 12 de octubre, la banda emprendió el viaje en tren, menos Waukert, al que su familia no le permitió ir. Este lugar tan peregrino acabaría siendo clave para Neil. Sería en Fort William donde empezaría a tocar su peculiar mezcla de rock-folk, y de paso a ensimismarse con la guitarra eléctrica. También fue en Fort William donde Young conocería a Stephen Stills. ¿Qué era para Neil lo más importante que Fort William le podía ofrecer? «Independencia.»

      Thunder Bay es uno de esos lugares surrealistas, perdidos en medio de la nada, tan típicos de Canadá. Fort William y Port Arthur, que originalmente eran dos ciudades, se unificaron para formar Thunder Bay en 1970. Situada en el lago Superior, a poca distancia de la frontera entre Canadá y Estados Unidos, Thunder Bay es una pequeña ciudad mugrienta y con encanto. Los trenes pasan a través del casco antiguo con gran estruendo, y el destartalado Sea-Vue Motel —donde se alojaban Neil y su banda, años ha, cuando sobrevivían a base de mortadela y crackers— continúa alquilando habitaciones. La ciudad contaba incluso con su propio famosillo local de poca monta: Paul Shaffer, líder de la banda de música de un conocido programa televisivo. También estaba aquel cantautor folk desconocido que venía de Hibbing (Minnesota), muy cerca de allí. «Echamos a Bob Dylan de la radio», se jactaba Ray Dee, toda una leyenda local. «Cruzó la frontera a pie, con la guitarra a la espalda, y pretendía cantar en la radio. El productor le dijo: “Aquí no hacemos esas cosas”.»

      Young me insistió una y otra vez para que hablara con Ray Dee, algo rarísimo, ya que parecía darle igual casi todo el resto de la gente. «Tienes que hablar con este tío; él fue el primer Briggs», dijo, refiriéndose a David Briggs, su productor de toda la vida. Aquel era el mayor cumplido que cabía esperar de Neil. Ray Dee despedía una onda de lo más intimidante y no se andaba con tonterías. Me dio la impresión de que no se habría cortado un pelo en decirle a Shakey que cogiera el autobús de vuelta a casa si hubiera pensado que el tío se estaba comportando como un gilipollas.

      «No tengo muchos amigos íntimos», me confesó Dee. «Soy una persona muy sensible y muy emotiva. Neil era igual que yo; tiene cierta tendencia a interiorizar las cosas. Soy Tauro: no me gusta bromear y digo las cosas sin rodeos; no me las puedo guardar.» Dee reunía todos los ingredientes que Young parece exigir a los de su entorno: un toque de inocencia, mucha pasión, algún tipo de excentricidad y grandes dosis de tristeza.

      Ray Dee (alias Ray Delatinsky —«nadie era capaz de pronunciar Delatinsky en antena»—) era un disc-jockey ruso-ucraniano de diecinueve años que trabajaba en la emisora CJLX por ciento ochenta y cinco dólares al mes cuando entró en el Fourth Dimension y se fijó por primera vez en Neil Young y los Squires.

      «Había un grupo en el escenario, tres tíos aporreando los instrumentos», recuerda Dee. «Neil medía poco menos que tres metros, era todo piernas y cuello, parecía Ichabod Crane. Ya entonces hacía cosas con la guitarra que me parecieron diferentes; no se limitaba a rascar las cuerdas, a veces le daba guantazos a la guitarra, es la única manera que se me ocurre de describirlo. Arremetía contra aquel puñetero cacharro como diciendo: “Hijo de puta, te voy a ganar, voy a acabar contigo”. Cuando Neil salió de Winnipeg, se trajo consigo a Thunder Bay un sonido diferente que nadie había escuchado ni vislumbrado hasta entonces; enseguida pensé: “Esto es interesante”.» El resto del grupo no causó tan buena impresión al irritable disc-jockey. «El batería de los huevos me ponía nervioso, siempre demasiado ocupado repasando a las tías, así que me decía para mis adentros: “Si nos deshacemos del batería, puede que aún haya esperanza”.»

      «Neil iba a triunfar, lloviera o cayeran chuzos de punta. Eso fue lo primero que me llamó la atención de este tío: el hecho de que tuviera un objetivo.» Ray Dee se convirtió en el principal contacto de los Squires en Fort William; se encargó de producir su siguiente disco, además de conseguirles actuaciones. Por ciento veinte pavos, tenías a los Squires con el aliciente de su disc-jockey/mánager. «Íbamos a North Shore a tocar en algún colegio y volvíamos convencidos de que éramos los Rolling Stones», recuerda Dee. «Nunca se me olvidará lo que era recorrer más de trescientos kilómetros hasta llegar al bolo en aquel estúpido coche fúnebre; yo iba tumbado en la parte trasera con un bajo enorme a un lado y Ken Koblun al otro, estirado junto a mí como si fuera un muerto, porque no te podías sentar.»

      Nada más llegar a la ciudad, los Squires consiguieron un bolo, que les reportaría trescientos veinticinco dólares por tocar cinco días en el Flamingo Club. La banda tuvo tanto éxito que Scott Shields —el propietario de aquel club venido a menos, un tipo que fumaba puros y llevaba una pata de palo— les pidió que volvieran al instante. «¡Menudo antro!», recuerda Edmunsen. «Era la primera vez que tocábamos en un bar donde se servía alcohol. Éramos menores de edad; de repente empezaron a llegar mogollón de titis, peluqueras, mogollón de tías… Yo triunfé muchísimo, porque había mucha mercancía. A Neil aquello no le interesaba demasiado.»

      Lo único que le interesaba a Neil era la música, y cuando los Squires no actuaban, se dedicaban a ensayar en sus raídas habitaciones de hotel. Edmunsen comentaba que, para entonces, los temas instrumentales ya habían quedado reducidos a poco más de una tercera parte del repertorio, y recuerda que Neil estaba particularmente obsesionado con las armonías vocales. Kenny y Bill utilizaban dos micros conectados a un ampli Fender Tremolux para hacer los coros y, según Edmunsen, las voces nunca sonaban lo suficientemente bien.

      «Es duro trabajar con Neil», decía. «Si te equivocabas durante el concierto, te fulminaba con la mirada. Era capaz СКАЧАТЬ