Название: Miserias del poder
Автор: Óscar Rodríguez Barreira
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Història i Memòria del Franquisme
isbn: 9788437093345
isbn:
Los primeros conatos de acción colectiva contra la República debemos inscribirlos en un contexto rabiosamente anticlerical, antifascista y anticapitalista. Durante los días que sucedieron al aborto de la sublevación, se quebraron todas las convenciones sociales vigentes hasta el momento. Uno de los principales objetivos de los milicianos y de las clases subalternas fue cualquier signo, símbolo o indicio que tuviera algo que ver con la Iglesia o el capital. Si durante la II República Almería no había vivido con intensidad la ira sagrada, el estallido de la guerra cambió completamente la situación. Un ejemplo del nuevo clima, explotado hasta la saciedad posteriormente tanto por la dictadura como por los tradicionalistas, fue el martirio del padre Luque.48
El mismo día en que se sofocó la sublevación, las piras anticlericales comenzaron a multiplicarse. El primer edificio eclesiástico que sufrió la furia popular fue el convento de las Claras –en las inmediaciones del Ayuntamiento–, donde se rociaron con gasolina las puertas del convento y se les prendieron fuego. Ese fue el pistoletazo de salida. Al día siguiente las llamas crecieron por doquier. Una tras otra, las iglesias fueron cayendo: San Roque, San Sebastián, San Pedro, San José, San Antonio y Santiago. La visión de los templos en llamas quedó indeleblemente grabada en la retina de las almas piadosas.
Recuerdo perfectamente como incendiaron la Iglesia de los Franciscanos [...]. Por las ventanas, como tiraban los santos, eso lo recuerdo yo perfectamente. Yo acababa de hacer la Comunión en junio, el bombardeo fue en julio y vi cómo tiraban los santos y tiraban todas las cosas: los libros, tiraban todo, le pegaban fuego y yo pues era... llorando. Y mi abuela, mi madre, en la puerta, lloraban.
O cómo Brígida Gisbert escribía en sus memorias:
... enseguida empezó la persecución a la Iglesia, se quemaron iglesias y conventos; las catedrales las convertían en almacenes de cereales, trigo, cebada... todo incautado a los agricultores y comerciantes. La iglesia de Cabo de Gata fue saqueada, despojada de imágenes y libros de registros de nacimientos y confirmaciones.49
Todavía hoy la literatura cercana al Palacio Episcopal se recrea recriminando las escenas de furia anticlerical. Juan López Martín, por ejemplo, describía la destrucción del mobiliario, ornamento y archivo de las diferentes iglesias de la ciudad de este modo:
Amontonaron todos los bancos en el centro de la iglesia, los rociaron con gasolina, junto con los altares y retablos, y lanzaron desde la puerta teas encendidas, ardiendo todo y calcinándose los sillares hasta hundirse las bóvedas de piedra con un espantoso estruendo.50
Eso sucedió en la iglesia de Santo Domingo. En el convento de San Blas la pira comenzó con los lanzamientos de bombas desde el exterior. Cuando las monjas abandonaron el edificio ardió por los cuatro costados. La Catedral estaba al caer.
Apenas si se estaban consumiendo los fuegos de los templos y ermitas, cuando alguien debió de gritar: ¡A la Catedral! Y en un abrir y cerrar de ojos comenzó el expolio del rico patrimonio. Todas las imágenes de incalculable valor y de gran devoción del pueblo ardieron en una enorme pira en la plaza de la Catedral.51
Los destrozos que tanto impresionaron a los seglares almerienses tenían que ver, precisamente, con el poder, real o no, que las clases subalternas percibían en la Iglesia y sus símbolos. Acabar con ellos cumplía, al menos, dos funciones: secularizar el espacio público y demostrar, en la práctica, que estas acciones no acarreaban castigos divinos. En este sentido, cabría resaltar que, precisamente, la mayor saña se dirigió contra las imágenes que habían sido reverenciadas y aclamadas durante la Semana Santa. La pretensión que había detrás de las acciones era clara: arrumbar definitivamente los restos de la ciudad levítica.52 La nueva era popular convirtió así el espacio público en un territorio hostil a toda simbología, actitud o manifestación piadosa. A pesar de su espectacularidad, lo peor estaba por llegar y no serían, precisamente, los incendios. Desde los primeros momentos de la guerra se asoció catolicismo con facción y los rumores acerca de los arsenales escondidos en los templos e iglesias facilitaron los registros y asesinatos indiscriminados. Los avisos y llamamientos en la prensa contra la farsa clerical eran rotundos:
Salud, bravos «cristobicas», que habéis echado por tierra los templos donde se representaba la gran farsa clerical. Los que un día se mofaban de vosotros han desaparecido de nuestra vida. Ojala desaparezcan para siempre y así conseguiremos libertarnos del yugo opresor, formado por la cadena de la reacción.53
Aquellos que antaño se mofaban ahora sufrían por su traición al pueblo. El fuego que tanto usó el clero en tiempos de la Inquisición se había vuelto contra ellos y, como defendiera Andreu Nin, en unos pocos días la cuestión religiosa había quedado resuelta. La actitud violenta e intransigente ayudó mucho a que las calles se convirtieran a la nueva religión –la del mono azul–.
¡Hay que combatir en el frente y en la retaguardia! Allá pegando tiros, aquí organizando la caza del fascista. Donde sepas que se oculta uno de esos criminales, haz tu acto de presencia, reúne pruebas contra él, préndelo y entrégalo al comité.54
Como ya vimos más arriba, no fue esa la manera como los requetés interpretaron los hechos. Para ellos, la verdadera Almería era católica y los tres años de martirio fueron en realidad un castigo divino que la redimía de su gran pecado: la República.
Yo la vi claudicar; yo la he visto sufrir y yo la he contemplado arrepentida, triste, limpiándose las llagas como una leprosa, con temor a ser vista, con miedo a que su mal se contagiara.
Voy a contar sus penas y sus gozos, sus actos de fe, sus actos de heroísmo, que ellos han sido muy grandes y profundos y por los cuales ha alcanzado la gracia de verse redimida, de ser Ciudad de Franco.55
La represión republicana se «cebó» con los religiosos. De los 465 asesinatos por represión republicana en Almería, 105 eran personas vinculadas al ámbito religioso, ¡casi la cuarta parte! No se respetó ningún tipo de estamento ni vinculación; las muertes englobaron a todos los sectores: 2 obispos, 84 sacerdotes, 7 hermanos de las Escuelas Cristianas, 5 dominicos, 3 jesuitas, 2 operarios diocesanos, 1 franciscano y 1 sacristán. Para ser plenamente conscientes del drama, a esta centena larga habría que añadir las víctimas afiliadas a partidos confesionales como Acción Popular (68) o la Comunión Tradicionalista (18).56
La furia anticlerical de los periódicos se fue difuminando a partir de octubre de 1936 y se hizo más evidente a mediados de 1937 –consecuencia de la política de control impuesta desde el, por fin, restaurado gobierno republicano–. Pero ni a partir de esas fechas las organizaciones obreras pretendieron levantar la mano. ¿Cómo entender si no que el jefe de la fiscalía republicana tuviera que justificar ante los responsables políticos la supuesta levedad de las penas impuestas? La respuesta es clara: por un lado, se imponía el concepto de total movilización a favor de la República y de castigo ejemplar a religiosos, fascistas y derrotistas y, por otro, la reconstrucción del Estado republicano se realizó cooptando a muchos de los supuestos incontrolados del verano sangriento del 36.
En contestación a su escrito de 23 de julio de este debo comunicar a V que esta Fiscalía cumple rigurosamente con su saber manteniendo la acusación en los juicios contra fascistas siempre que debe ser mantenida. Si alguna benignidad existiera no es precisamente a Fiscalía a quien hay que imputársela. Existen otros elementos a quien puede hacer la recomendación de su escrito referido.57
СКАЧАТЬ