Название: Miserias del poder
Автор: Óscar Rodríguez Barreira
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Història i Memòria del Franquisme
isbn: 9788437093345
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¿Por qué duermen cuando Málaga está ardiendo? Preguntó María a los Brenan al alba del 19 de julio de 1936. Ese día marcó el fin de los más maravillosos días de verano. Según Gerald, el sofocante calor no invitaba a quemar iglesias, si bien no era esta una opinión muy extendida durante esos días. Aunque, durante la República, Málaga ya se había distinguido por el arraigo del anticlericalismo y sus manifestaciones violentas, nada sería comparable a lo que se viviría durante el tórrido verano del 36. Llamas, muertes..., y un giro total de todas las convenciones que articulaban y jerarquizaban las relaciones sociales. Ya no más Buenas noches señor o Vaya usted con Dios. En adelante imperaría el sobrio ¡Salud! Había llegado el momento de trocar el purgatorio en Edén. Para muchos, las llamas purificarían la tierra y transformarían la sociedad. No más rezos ni genuflexiones, ni trabajos de sol a sol para el cacique... Era el momento del pueblo.1
En la parte delantera de un camión iba un joven anarquista que parecía un mascarón de proa. Llevaba contra su pecho la bandera roja y negra. Sus ojos habían dejado de ver las calles del pueblo, los coches que pasaban. Solo veía cerca, un poco más adelante, el mundo futuro. El hombre libre y feliz, el hombre justo y bueno, trabajo para todos, pan y amor para todos. En su sueño nos conducía al mundo futuro. La tierra prometida del hombre.2
Si esas escenas causaron impresión en los liberales británicos, más fuerte sería el impacto que sufrieron otras personas de mentalidad más conservadora. Ese era el caso de María, la sirvienta de los Brenan, o del norteamericano Edward Norton. La principal avenida de la ciudad, aquella por la que paseaban su esplendor las clases adineradas, sería la primera en arder, después prenderían las iglesias, los talleres de los periódicos de derechas y los más suntuosos casinos: las masas eran dueñas de Málaga.3
Altas lenguas de fuego salían de media docena de casas cerca de la playa [...] A través de la nube de humo se veía un barco de guerra dirigiéndose al puerto con la bandera roja ondeando [...] Pasaron más camiones por nuestra calle cuyos ocupantes –hombres, mujeres y niños– agitaban banderas rojas, banderas rojinegras (el estandarte de los anarquistas) y banderas con la hoz y el martillo de la Rusia soviética. Todos esos lunáticos motorizados daban vivas a la «revolución del pueblo».4
Más duras serían las descripciones que realizarán dos años más tarde aquellos que fueron perseguidos por los «lunáticos motorizados». Mientras Antonio Pérez de Olaguer relataba las hazañas de la «gran masa de mujerzuelas, de milicianos y ¡horror! de niños», Remigio Moreno González culpabilizaba a las mujeres de las mayores salvajadas: «Los insultos más soeces, las blasfemias más ultrajantes, los comentarios más crueles eran hechos por mujeres».5 En Almería, una tierra cercana cuya vida en democracia había sido menos conflictiva que la malagueña, también aparecieron plumas dispuestas a la rememoración del horror rojo:
Se alza el telón del mal y van saliendo a escena las pasiones, los vicios, la anarquía, la mentira, la «cencerrada de la libertad» y el pueblo en la inconsciencia con sus gritos de espanto, sus gestos de terror, las teas incendiarias de la revolución y la muerte: es la República. Y comienza la acción con esta frase: «¡Libertad! ¡Libertad! Incendiad las iglesias; destruid las imágenes; no quede un símbolo cristiano en los caminos, ni en las casas, ni en las tumbas, perseguid al que lo ostente».
Si estas eran las letras que Bernardo Martín del Rey dedicaba a la democracia republicana, ¿qué no podría contar sobre la República en guerra? Narró muchas cosas –y muy sentidas–. Un libro dedicado a los mártires, a la Cruzada, unas Ofrendas del Cautiverio:
Los que quedamos en la zona roja, los que purificados hemos quedado de espíritu y de cuerpo y vivimos la tragedia en todos sus espantos, un deseo nos alienta, un sentimiento del alma nos obliga: no olvidar nuestros mártires; rendirles ofrendas póstumas, elevarles sentidas oraciones; tributarles homenajes... Muy poco sacrificio es el nuestro: ellos dieron la vida por España [...]
Mas no sufrí por mí; yo sentí el dolor de los demás, la amargura de aquellos compañeros de prisión que, en presencia mía, de palabra y de hecho eran atormentados. Y por este dolor y esta grandeza de sufrir por la Fe y por la Patria, y por lo que en provecho pudiera redundar en tiempos venideros, he escrito estas crónicas de Almería, la Ciudad desgraciada que ha sentido la tristeza de buscarse ella misma el infortunio y ha sentido también humillada –porque nada ha hecho por redimirse– la alegría de verse libre de la tiranía del marxismo.6
El relato del archivero tradicionalista almeriense contiene dos conceptos, o ideas entrecruzadas, que serán recurrentes en el imaginario derechista sobre la Guerra Civil: el homenaje o tributo a los mártires de la Cruzada y la interpretación de la Guerra Civil en clave palingenésica –vida, caída y redención–. Como explica Zira Box, en las culturas políticas antiliberales del nacionalismo español «subyacía la idea, de indudable raigambre cristiana, [...] de que solo el dolor, la muerte y el sacrificio podían traer la salvación». Esta lectura redentorista del conflicto civil tendrá, al menos, dos lecturas distintas para las grandes culturas políticas de las que se alimentó el franquismo: la nacional-católica y la fascista.7
Los falangistas, que algunos sí eran fascistas, de acuerdo con su ideología populista, ultranacionalista y palingenésica, interpretaron la Guerra Civil y la Victoria como la constatación de la resurrección nacional. La clave de bóveda que soportaba el arco mítico que componía su religión política era la resurrección patria. Este mito palingenésico, evidentemente, estaba conectado con el catolicismo, pero la redención a la que aspiraban los fascistas españoles únicamente tenía sentido como un culto secular a la nación.8 En cambio, para la cultura política nacional-católica, la redención ganada durante la guerra era de naturaleza divina ya que «el principio realmente sagrado era Dios [...] el amor y fidelidad a la patria –una patria concebible únicamente en función de su consustancialidad con lo católico–debían situarse en un plano necesariamente supeditado a la fidelidad última y absoluta a Dios».9
Si abandonamos el terreno de los intelectuales y de las ideologías elaboradas –historia intelectual– y descendemos hacia la gente corriente y las culturas populares –historia sociocultural–, observaremos cómo la resurrección patria a la que hemos aludido era consecuencia, indispensable, de la destrucción de la Anti-España: los rojos. Estos serán descritos en la literatura filofranquista como masas bestiales y degeneradas, con especial saña en las mujeres y, sobre todo, en la imagen de la miliciana.10 Y es que, como ha mostrado Antonio Cazorla, el discurso esencial de la memorialística de los derechistas comunes exponía que «el padecimiento de los españoles, su sangre, había servido para borrar los pecados cometidos por o durante la democracia republicana». En consecuencia, los padecimientos sufridos durante la guerra, ya que la dictadura únicamente reconoció el terror rojo, nunca el blanco o el azul, y la Victoria no solo permitieron la resurrección nacional (o nacional-católica), sino que se convirtieron en la razón de ser de la dictadura, en su legitimidad de origen.11
UNA CALDERA AVIVADA POR LOS MALAGUEÑOS
No muy distinta de esta hubiera sido la percepción que nos habría podido brindar uno de los principales protagonistas de este libro: Rodrigo Vivar Téllez. En los inicios de la Guerra Civil, Rodrigo no había llegado, aún, a la treintena y, para su pesar, ya había sufrido amenazas contra su integridad física salvando, milagrosamente, su vida en Coín (Málaga).12 Según el relato autobiográfico que Rodrigo transmitió a su hijo, durante la República, mientras ejercía de magistrado en la localidad malagueña, había dado un generoso donativo a un jornalero desesperado que, más tarde, en los primeros momentos de la guerra, se convertiría en un líder de los grupúsculos radicalizados de la localidad. Sería este personaje quien le permitiera huir de una muerte segura para refugiarse en la capital. Empero, СКАЧАТЬ