Miserias del poder. Óscar Rodríguez Barreira
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СКАЧАТЬ de los navíos piratas, secundados por las unidades de las escuadras alemana e italiana. Bajo la explosión de las granadas, que sembraban la muerte, se abrían en el torrente humano, que avanzaba sin cesar, claros trágicos: centenares de mujeres, de hombres, viejos y niños caían, para no levantarse jamás, horriblemente ametrallados. Desde el cielo de un impasible azul, bajaban los aviones –alemanes e italianos– y sembraban, con el plomo de sus ametralladoras, la muerte por doquier.26

      El propio Arthur Koestler ya había dejado constancia escrita del patetismo de la huida. Los pobres malagueños huían tratando de salvar, en la medida de lo posible, su ropa de cama, así como las sartenes, cazuelas y cubertería.27 Evidentemente muy pocos lo consiguieron. En esta mísera situación, el médico canadiense Norman Bethune y sus colaboradores se convirtieron en icono de solidaridad y humanismo. El testimonio de los 200 kilómetros de miseria que pudieron ver es, cuando menos, estremecedor:

      Difícil tarea la de elegir entre todos. Una multitud de padres y madres frenéticos se apretó alrededor del coche. Tenían la cara y los ojos congestionados por el polvo y el sol de cuatro días, y levantaban hacia nosotros, en sus brazos cansados, los cuerpecitos de sus hijos.

      «Llévate a este», «Mira a este niño», «Este va herido». Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados; niños sin zapatos con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor; de hambre, de cansancio. Doscientos kilómetros de miseria.28

      El arrumbamiento de la riada humana en la ciudad transformó radicalmente la inestable retaguardia almeriense. Si el día 7 de febrero ¡Adelante! persistía en el tratamiento propagandístico de los hechos –negando cualquier tipo de avance a las tropas franquistas e italianas–, dos días después ya no podía negar lo evidente. Los almerienses habían visto y sufrido, con sus propios ojos y sentidos, el terrible drama malagueño. En la carretera se había visto no solo una riada de miseria y dolor, sino también de muertes y saqueos indiscriminados; no solo porque los que huían tenían hambre, sino porque entre ellos había hombres armados y desesperados que buscaban venganza entre los ricos y facciosos que creían ver en los pueblos y pedanías por las que pasaban. Estas escenas facilitarán la construcción de una memoria colectiva escindida en torno a los malagueños. Muchos almerienses convertirán a los de Málaga en víctimas, otros tantos los recordarán como verdugos.

      Pero el 9 de febrero de 1937, el cambio de actitud por parte de la propaganda republicana era imperioso: «No podemos negar, por más optimismo que tenemos, la congoja que nos invade al ver desfilar por las calles de nuestra ciudad esa interminable caravana de evacuados de la noble Málaga».29 Y es que, según las estimaciones de Antonio Cazorla y Rafael Gil Bracero, fueron alrededor de 50.000 personas las que llegaron a Almería. Un contingente humano capaz de congestionar las infraestructuras y los servicios públicos de cualquier ciudad, más aún si llegaban, como lo hicieron, en unas condiciones lamentables. Los datos que ofrece la Relación de los refugiados que se encuentran en esta capital con motivo de la evacuación de Málaga y Motril. Febrero 1937 caminan en este sentido, pudiéndose observar que la gran mayoría de los refugiados pertenecían a las clases subalternas. Si a este perfil le añadimos el drama vivido durante la carretera y la propia carga que suponían las normas morales implícitas en una estructura social en la que la familia extensa tenía un fuerte peso, el drama estaba servido:

      Es gente que intenta sobrevivir, que con la ayuda pero también la desconfianza, producto de la propia miseria, de los almerienses, se organiza como puede; recurriendo a las solidaridades de parentesco y paisanaje.30

      Y es que, a pesar de la preocupación mostrada por Federica Montseny y del trabajo desplegado por Matilde Landa y el Socorro Rojo Internacional (SRI), el contingente humano era de tal magnitud y tenía unas necesidades tan perentorias que resultaba imposible cubrir mínimamente sus necesidades. Como explicó un desesperado a Norman Bethune: «En Almería no había ningún sitio donde poder conseguir comida». Muchos, desesperados y furiosos, saquearon cortijos en Adra o Dalías... La situación se tornó más angustiosa y tensa cuando las tropas franquistas decidieron bombardear el Puerto. Allí se había situado un parque de refugio para los evacuados. Pese a la enérgica actuación del gobernador civil, la ciudad era incapaz de atender a los huidos. Para agravar más la situación, al drama humano se le unió la lucha política.31 Los anarquistas adoptaron una actitud beligerante y desafiante contra las todavía débiles estructuras del Estado (re)creadas en la provincia y el arquitecto de estas: Gabriel Morón Díaz. El 9 de febrero de 1937 Morón escribía un bando en el que instaba a

      ... cuantos individuos van llegando a la capital y pueblos siendo porteadores de armas y procedentes de Málaga, que como dichas armas no necesitan utilizarlas en su calidad de evacuados, deberán entregarlas inmediatamente a las autoridades y sus agentes, y solo podrán conservarlas en el caso exclusivo de que se reintegren sin pérdida de momento al lugar de donde proceden.32

      Muchos milicianos malagueños mostraron resistencias a esta orden. En tal tesitura, Gabriel Morón convocó a representantes de todas las fuerzas políticas y sindicales de la provincia para que estas refrendaran su determinación. El bando, publicado tres días después con el consenso de todas las fuerzas políticas, era aún más contundente. Aquellos que no cedieran sus armas quedarían desvinculados de las organizaciones y los sindicatos y del poder vigente. Ellos se lo habían buscado «desde el momento que se colocan frente a los Poderes de la República y a la voluntad del pueblo». Tanto los periódicos como las radios socialistas y comunistas abogaron por la entrega de las armas y la militarización de los milicianos malagueños. Más aún, los propios cenetistas almerienses también publicaron un manifiesto en el que abogaban por el cumplimiento de las instrucciones del gobernador. A pesar de la unanimidad, a la altura del 16 de febrero el problema político continuaba sin resolverse. La situación llegó a tal punto que un miliciano con gran ascendencia entre los confederales se enfrentó al gobernador exigiendo su dimisión. El caso Maroto acabó con una condena a muerte dictada por el Tribunal Permanente del Ejército de Andalucía, aunque, finalmente, se le conmutó la pena por seis meses y un día. El problema de los anarquistas malagueños reavivó el rescoldo del conflicto entre los ácratas y el Estado. La solución dada al problema, la detención de todos los revoltosos, no supuso el final. La disensión anarquista y el caso Maroto persistirían en la agenda política hasta mayo de 1937.33

      La caída de Málaga y el drama de la carretera de Almería no solo trajeron aparejadas consecuencias políticas –caída del gobierno de Largo Caballero y debilitamiento del poder de Morón–, también produjeron una debacle en la despensa almeriense y un rebrote de la represión republicana, que ya casi había desaparecido tras la política de control implantada por el gobernador civil.34 Llegados a este punto, nos interesa subrayar tres elementos:

      En primer lugar, resulta muy sintomático que Rodrigo Vivar Téllez, que salvó su vida gracias a las redes de solidaridad malagueñas, fuera el que, como veremos más adelante, aupara a la primera escena de la vida política almeriense a los principales cabecillas de esas mismas redes en Almería. Este hecho pone sobre la mesa uno de nuestros principales argumentos: es la Guerra Civil la que dota de sentido, y legitima, al franquismo.35

      En segundo lugar, los sucesos de febrero de 1937 y el caso Maroto provocan, en Almería, una situación y unas consecuencias similares al mayo del 37 en Cataluña.36 A partir de febrero-marzo del 37 los anarquistas almerienses serán cooptados por el Estado y la política del frente popular antifascista. A pesar del adelanto de cuatro meses, en Almería se dio otra circunstancia al finalizar el propio mes de mayo que facilitó la homologación del proceso almeriense con el nacional e internacional: el bombardeo por la escuadra alemana.37 Si ya en febrero los milicianos revoltosos y confederales rebeldes comenzaron a asumir el discurso antifascista, tras el bombardeo de la ciudad, Almería no solo fue ubicada en el mapa geoestratégico de la política internacional, sino que se convirtió en un símbolo, menor que Guernica eso sí, de la barbarie fascista, СКАЧАТЬ