Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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Tabla 1. Reinados imperiales y reyes germanos
Translatio imperii
Las pretensiones germanas surgieron en respuesta a la dificultad de tratar con el papado, más que por el rechazo a la tradición imperial romana. De hecho, la idea de una continuidad ininterrumpida fue fortalecida por la difusión de la nueva idea de la «traslación imperial» promulgada en 800 por León III y Carlomagno. Como ocurría con todas las ideas medievales poderosas, esta también se basaba en la Biblia. El libro de Daniel (2:31) narra la respuesta del profeta del Antiguo Testamento cuando se le pide que interprete el sueño de Nabucodonosor acerca del futuro de su imperio. Gracias a la influyente lectura de san Jerónimo (siglo IV), en la Edad Media se consideró que este sueño describe una sucesión de cuatro «monarquías mundiales»: Babilonia, Persia, Macedonia y Roma. La noción de «imperio» era singular y exclusiva. Los imperios no podían coexistir, sino que se sucedían unos a otros en una estricta secuencia que conformaban eras, definidas por la transferencia del mandato divino y la responsabilidad sobre la humanidad, no por meros cambios de monarca o de dinastía. El Imperio romano debía continuar, dado que la aparición de una quinta monarquía invalidaría la profecía de Daniel y contradeciría el plan de Dios.52
Tales creencias obstaculizaron cualquier aspiración de reconocimiento mutuo entre Bizancio y el imperio (vid. págs. 137-143) y son una de las razones por las cuales carolingios y otónidas no revelaban si estaban continuando el Imperio romano de forma directa o si se limitaban a revivir un poder que Bizancio había dejado extinguirse. En torno al año 1100, el estado de ánimo cambió en respuesta a la querella de las investiduras y al interés escolástico por la historia clásica. Frutolf de Michelsberg compiló una lista de 87 emperadores desde Augusto en la que sugería que Carlomagno había sucedido al Imperio romano original, en lugar de limitarse a revivirlo.53 La ideología de la traslación se hizo cada vez más flexible a medida que otros autores presentaron el cambio de Roma a Constantinopla (siglo IV), a Carlomagno (800), de ahí a sus sucesores carolingios en Italia (843) y, finalmente, al rey germano (962) como una mera sucesión de gloriosas dinastías que regían un mismo imperio. El papado se vio obligado a respaldar tales argumentos, dado que quería preservar su rol como agente en cada «traslación» del título imperial.
La creencia en que el Imperio romano era la última monarquía incluía la idea de que este era el Katechon, o impedimento, que aseguraba el cumplimiento del plan divino y evitaba la destrucción prematura del mundo por obra del anticristo. Las interpretaciones bizantinas del Apocalipsis dieron lugar a la noción de un «último emperador mundial» que uniría a todos los cristianos, derrotaría a los enemigos de Cristo y viajaría a Jerusalén, donde haría entrega a Dios del poder terrenal. Este concepto, una vez se difundió por Europa occidental, se prestaba con facilidad a elevar a Carlomagno. En la década de 970, eran muchos los que creían que este descansaba en Jerusalén, adonde, supuestamente, había peregrinado al final de su reinado.54 El abad Adso desarrolló ideas similares en su Libro del anticristo, escrito hacia 950 a petición de Gerberga, hermana de Otón I. Tanto Otón III como Enrique II poseían capas ceremoniales bordadas con símbolos cósmicos y es posible que se consideraran a sí mismos el emperador del fin de los tiempos. Se sabe que Federico Barbarroja presenció en 1160 una obra teatral acerca del anticristo y los emperadores se apoyaban en argumentos apocalípticos para deponer a «falsos» papas, que podrían ser el anticristo.55
Como ocurre con toda futurología, tales ideas llevaban al pueblo a asociar hechos reales con predicciones. Una de sus principales preocupaciones era diferenciar el bien del mal, esto es, poder distinguir entre el último emperador mundial y el anticristo maligno, pues los dos se asociaban a Jerusalén y a un imperio en expansión. Se creía que el imperio alcanzaría su perfección más elevada con el primero, como un paraíso terrenal, y que cualquier signo de decadencia sería portento del segundo. Ya en el siglo XI, el monje Rodolfus Glaber lo reconoció en el surgimiento de reinos cristianos separados.56 El autor más influyente fue Joaquín de Fiore (1135-1202), un abad cisterciense que afirmó que el mundo finalizaría 42 generaciones después de Cristo y predijo que el día del Juicio acaecería entre 1200 y 1260, justo en un momento de conflicto renovado entre papado e imperio. Muchas personas ansiaban la llegada del fin, pues esperaban que este diera inicio a una era dorada de justicia social y abriese a Dios a todos los corazones humanos. Tales nociones arraigaron entre los franciscanos, valdenses y otros grupos radicales que florecieron a partir de 1200, los cuales fueron condenados de inmediato por herejía por la nomenclatura eclesiástica, que, en 1215, retractó su aceptación inicial de los postulados de Joaquín.57
En 1229, el emperador Federico II recuperó Jerusalén. Esto intensificó el debate, pues Federico había actuado fuera del movimiento cruzado oficial y además había sido excomulgado por el papa. Su muerte, en 1250, reforzó su posición en la cronología joaquinista, pues no tardó en correr el rumor de que seguía vivo. Esto provocó la aparición de diversos impostores, uno de los cuales emitió por breve tiempo sus propios decretos en Renania por medio de un sello imperial falso. Hacia 1290, el rumor se había transformado, de forma similar a los mitos de Carlomagno: el emperador solo estaba descansando y retornaría con el fin de los tiempos. Aunque en un principio se dijo que Federico había desaparecido en el interior del Etna, alrededor de 1421 se creía que dormitaba bajo la abrupta montaña de Kyffhäuser, cerca de Nordhausen, en la región de Harz. Las expectativas irreales que acompañaron al ascenso al trono de Carlos V, en 1519, provocaron un último florecimiento de la fantasía joaquinista. Para entonces, a Federico II se le confundía con su abuelo, Federico Barbarroja. Es probable que esto se debiera a que las frecuentes visitas de Barbarroja a las montañas del Harz habían hecho que pasara a formar parte de la memoria local. También a que su muerte en la cruzada y la carencia de tumba encajaban mejor con el relato.58
IMPERIO
Singular y Universal
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