Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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El surgimiento del papado
La influencia creciente del papado, con sede en Roma, dio lugar al surgimiento de un cuarto factor político. Los papas remontaban sus orígenes al «padre» (papa) de la Iglesia por medio de la «sucesión apostólica» desde san Pedro, aunque tan solo tuvieron verdadera libertad de actuación después de que la antigua Roma tolerase el cristianismo. Roma era tan solo uno de los cinco centros cristianos principales, pero la pérdida de Jerusalén, Antioquía y Alejandría a manos de los árabes (638-642) aumentó su importancia, así como la de Constantinopla. La relevancia de Roma como ciudad imperial le proporcionaba prestigio adicional, así como su significación emotiva y espiritual en el desarrollo del cristianismo primigenio. A partir de la ejecución de san Pedro y san Pablo, en el año 64, los 30 obispos previos al Edicto de tolerancia de Milán (313) fueron elevados por la Iglesia a la condición de santos y mártires.4
El que la evolución del papado romano fuera diferente a la del patriarcado oriental de Constantinopla fue importante para el futuro Sacro Imperio Romano. Bizancio retuvo la estructura centralizada imperial, con una cultura de subordinación jerárquica y administración escrita que descendía directamente de la antigua Roma. Esto le proporcionó dos características de las que la Iglesia occidental carecía casi por completo. El patriarca continuó subordinado al emperador y la pretensión de fijar la doctrina teológica por escrito hizo que las diferencias doctrinales fueran mucho más pronunciadas que en la Iglesia occidental, más descentralizada y mucho menos interesada en la comunicación escrita. La Iglesia oriental se distanció de la variante del cristianismo denominada arrianismo, que contaba con numerosos seguidores entre los lombardos, y la disputa en torno a los aspectos humano y divino de la naturaleza de Cristo provocó el surgimiento de una Iglesia copta independiente en Siria y Egipto cuando estas regiones todavía eran provincias bizantinas.
La ausencia de estructuras imperiales duraderas privó a los papas romanos del fuerte apoyo político de que gozaba el patriarca oriental. La autoridad papal se basaba en el liderazgo moral, no administrativo, de la Iglesia occidental, que siguió siendo un conglomerado laxo de diócesis e iglesias. Desde el siglo V, los papas emplearon el argumento de la sucesión apostólica para reclamar el derecho a pronunciarse sobre la doctrina sin contar con el respaldo de ninguna autoridad política. Esto se amplió al derecho a juzgar si los candidatos escogidos por los reyes y nobles cristianos bárbaros eran adecuados para convertirse en obispos o arzobispos. La autoridad se simbolizaba por medio de la práctica de la investidura papal, desarrollada en el siglo VII; un arzobispo no podía asumir su cargo sin recibir del papa una vestidura, el llamado pallium. A su vez, los papas encargaban a los arzobispos la tarea de revisar las credenciales de los obispos de su archidiócesis, con lo que, de forma indirecta, extendían la influencia papal a las provincias. Wynfrith, un monje anglosajón que llegó a ser más tarde conocido como san Bonifacio (fue el primer arzobispo de Maguncia y una figura clave en la historia de la Iglesia del imperio), recibió en 752 a modo de pallium una tela que había yacido sobre la tumba de san Pedro. El mensaje era diáfano: oponerse al papa venía a ser lo mismo que desobedecer a san Pedro.
Los papas de comienzos de la Edad Media hubieran preferido un emperador fuerte que pudiera protegerlos, para poder así dedicarse a su misión espiritual. Roma fue uno de los ducados militares establecidos en Italia tras la Guerra Gótica, pero el poder bizantino se apagaba: Bizancio tenía que hacer frente a sus propios problemas. Como obispos de Roma, los papas estaban ligados a la sociedad local por medio de la ley canónica. Se trataba de la ley consuetudinaria, todavía no codificada, que regía el gobierno de la Iglesia y de sus miembros. Los obispos tenían que ser elegidos por el clero y por los habitantes de su diócesis. Se solía preferir a hombres jóvenes de la región: 13 de los 15 papas de la centuria que precedió al año 654 fueron romanos que, a menudo, tenían una relación incómoda con los clanes o familias prominentes locales, que ostentaban la mayor parte de la riqueza y el poder local. El más importante de estos pontífices fue Gregorio I. Descendiente de una familia de senadores romanos, logró que el papado ocupase el vacío dejado por el poder bizantino en retirada. En menos de un siglo, sus sucesores habían asumido autoridad ducal sobre la ciudad y su hinterland, el llamado patrimonio de san Pedro (Patrimonium Petri), una franja costera a uno y otro lado del Tíber.5 Con el tiempo, este territorio se convirtió en la base material de las aspiraciones papales de supremacía sobre la Iglesia occidental. Los papas se apropiaron de forma sistemática de los símbolos y aspiraciones de los emperadores bizantinos, al tiempo que oscurecían o minimizaban, de forma deliberada, sus vínculos con Constantinopla. Así, por ejemplo, a finales del siglo VIII, los papas pusieron en circulación su propia moneda y databan sus pontificados de forma similar a los reinados de los reyes.6 Su influencia espiritual creció al tiempo que la autoridad política bizantina se reducía. Gregorio I y sus sucesores enviaron misioneros a cristianizar Gran Bretaña y Alemania, áreas que hacía mucho que habían quedado fuera de la órbita imperial romana. Los papas, no obstante, no siguieron el ejemplo de los líderes islámicos del siglo VII, pues no crearon su propio Estado imperial. La cristiandad latina, por sí misma, no era suficiente para reunir a los reinos y principados surgidos del antiguo Imperio romano de Occidente. El papado todavía seguía necesitando un protector, pero Bizancio cada vez era menos útil. En 662-668, Constante II hizo un último esfuerzo por expulsar a los lombardos del sur de Italia y fue el último emperador bizantino que visitó Roma, pero el tiempo que pasó allí lo empleó en enviar antiguos tesoros a Constantinopla. Los roces aumentaron a partir de 717 a causa de las exigencias de tributo de los bizantinos y de sus interferencias en las prácticas de los cristianos occidentales. Los lombardos aprovecharon la ocasión para tomar Rávena en 751, con lo que, prácticamente, extinguieron la influencia bizantina. El pontífice se quedó solo ante los lombardos, los cuales reclamaban ahora para sí antiguos derechos bizantinos, incluida la jurisdicción secular sobre Roma y, por tanto, sobre el papa.
Los francos
El papa buscó en el noroeste un protector alternativo: los francos. Al igual que muchos de los pueblos de la Europa occidental posrromana, los francos eran una confederación de tribus. En su caso, provenían del noroeste de Alemania, de la región del Weser-Rin conocida en aquella época como Austrasia y, más tarde, con el nombre genérico de Franconia. Al contrario que sus vecinos del sur, los alamanes de Suabia, los francos asimilaron mucho de Roma a medida que se expandieron hacia el oeste y se adentraron en la Galia a partir de 250.7 Hacia el año 500, acaudillados por el gran guerrero Clodoveo, controlaban toda la Galia. Este unificó todas las tribus francas y fue proclamado rey. Clodoveo recibió bautismo de la Iglesia de Roma, en lugar de hacerse arriano, como era habitual entre los germanos; sus sucesores cooperaron con los misioneros papales, en particular con las actividades de san Bonifacio en los confines orientales y septentrionales de su reino.
Es probable que esos factores influyeran en la decisión del papa, si bien también fue importante la extensión y proximidad del reino franco. En torno a 750, este se extendía más allá de la Galia y del noroeste de Alemania hasta incluir Suabia y –algo crucial– Borgoña, que abarcaba el oeste de Suiza y el sudeste de la actual Francia, por lo que controlaba el acceso a Lombardía a través de los Alpes. Estos enormes territorios, conocidos como Francia, eran regidos por los merovingios, descendientes de Clodoveo. Los merovingios, injustamente criticados por los historiadores galos posteriores, que los denominaron les rois fainéants («los reyes holgazanes») habían logrado mucho, pero padecían a causa de la endogamia y de la costumbre franca de dividir la propiedad entre los hijos, lo que provocó repetidas guerras civiles durante el siglo VII y principios del VIII. El poder acabó en manos de la familia carolingia, que ostentaba СКАЧАТЬ