Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
isbn:
Los apologetas del imperio se daban perfecta cuenta de que el territorio imperial era mucho más pequeño que la extensión del mundo conocido (vid. Mapa 1). Al igual que los antiguos romanos, estos distinguían entre el territorio real del imperio y su misión imperial divina, que consideraban que carecía de límites. Los reyes de Francia, España y otros países occidentales ponían un énfasis creciente en su autoridad real soberana, pero esto no podía contrarrestar el argumento de que el emperador seguía siendo superior. Incluso cuando reconocían los límites prácticos de la autoridad imperial, la mayoría de autores seguía creyendo en la conveniencia de un único líder cristiano secular.60
Se consideraba que el imperio era indivisible, dado que la teoría de la traslación imperial dictaminaba que solo podía haber un imperio a la vez. El clero presionó a los francos para que abandonasen su práctica de repartir la herencia. No está claro hasta qué punto Carlomagno aceptó cambiar, dado que dos de sus hijos fallecieron antes que él, con lo que en 814 tan solo quedaba un único heredero, Luis I.61 Este declaró al imperio indivisible en 817 debido a su condición de don divino. Pero el concepto de imperio que se impuso fue el de los francos, esto es, un liderazgo imperial de reinos subordinados, no un Estado unitario y centralizado. Así, Luis asignó a sus hijos menores Aquitania (el sur de Francia) y Baviera; así como cedió la mayor parte de las tierras al mayor, Lotario I, en calidad de emperador. Su sobrino Bernardo continuó siendo rey de Italia.62 Estas disposiciones fueron desbaratadas por las disputas familiares, que, a partir de 829, desembocaron en una guerra civil y después del Tratado de Verdún de 843 en una serie de particiones (vid. Mapa 2). Aun así, los carolingios continuaron considerando sus tierras parte de un conjunto más amplio. Entre 843 y 877, se celebraron un mínimo de 70 reuniones en la cumbre.63 Es la convención histórica posterior la única que ve en esas particiones la creación de Estados nación diferenciados. Esa misma convención subraya la discontinuidad, en especial al ignorar a los emperadores con sede en Italia entre 843 y 924, e interpreta la asunción del título en 962 por parte de Otón I como la fundación de un nuevo imperio «germano».64 Aunque la Francia oriental y la Francia occidental no se separaron de forma definitiva hasta 887, ninguno de los reyes carolingios con sede en París reclamó nunca para sí el título imperial. La singularidad del imperio estaba demasiado arraigada en el pensamiento político cristiano. Solo podía haber un emperador, del mismo modo que tan solo había un Dios en el cielo.
La política pragmática reforzó esta idea. Durante la mayor parte del Medievo, el imperio siguió siendo su propio mundo político. Durante los cuatro primeros siglos de su existencia, Bizancio y Francia fueron los únicos outsiders de importancia y la segunda quedó bajo la soberanía de reyes carolingios hasta 987, fecha en que se extinguió el linaje regio franco-carolingio de occidente. No hubo amenazas externas de importancia contra el imperio desde la derrota de los magiares en Lechfeld en 955 hasta la llegada de los mongoles en torno a 1240… y estos últimos, por fortuna, dieron media vuelta antes de poder causar daños significativos. Todos los demás gobernantes podían ser considerados periféricos tanto respecto al imperio como respecto a la cristiandad en general. Incluso cuando el territorio imperial se redujo, seguía siendo mucho más extenso que el de ningún otro monarca latino (vid. Capítulo 4).
Los conceptos francos dotaron al imperio de características importantes y le proporcionaron una fuerte continuidad ideológica, que, en último término, contribuyó a su incapacidad de adaptarse a las nuevas ideas políticas surgidas en Europa hacia el siglo XVIII. Aunque diferente en muchos aspectos, la antigua Roma tenía un aspecto sorprendentemente moderno. Los romanos consideraban su imperio un Estado unitario habitado por un pueblo común que había subsumido identidades previas por medio de la aceptación de una ciudadanía común. Por el contrario, los francos y sus sucesores imperiales eran más parecidos a otros emperadores premodernos como los de Persia, India, China y Etiopía, que se consideraban a sí mismos «rey de reyes», que gobernaban imperios compuestos de reinos diversos habitados por pueblos diferentes.
Esta era una fuente de gran fortaleza para los francos y para sus sucesores. Significaba que el título imperial seguía teniendo prestigio y suponía un objetivo mucho más realista que tratar de establecer la hegemonía directa sobre los súbditos de otros gobernantes. Pueblos y tierras solo estaban sometidos de forma indirecta al emperador, cuya autoridad se ejercía por mediación de una serie de señores de categoría inferior. Esta jerarquía se hizo más extensiva, en particular con los Hohenstaufen, y, con el tiempo, más compleja y rígida una vez comenzó a fijarse a partir del siglo XV por medio de una copiosa documentación escrita e impresa. Este aspecto, si bien en último término obstaculizó la adaptación al cambio, lo cierto es que proporcionó coherencia, pues estatus y derechos dependían de que cada señor o comunidad continuase perteneciendo al imperio. También hacía indeseable la creación de una monarquía nacional, pues el imperio se definía como una unión de muchos reinos, no un único reino.
Paz
Al igual que en otros imperios, se esperaba del emperador que preservase la paz. Carlomagno, al presentar la paz como el fruto de la justicia, fundió los ideales de merovingios y tardorromanos. Los Hohenstaufen y los salios impusieron un estilo de reinado más activo y revirtieron el argumento de la Iglesia de que una buena gobernanza era condición necesaria para la fe y la justicia.65 Este cambio no debe confundirse con una medida deliberada para la construcción del Estado. Hasta el siglo XVIII, los europeos no asumieron la noción moderna de progreso, que consideraba al futuro una versión mejorada del presente, algo que fomentaba tanto la creación de nuevas utopías como la expectativa de que la política pudiera construirlas.66 Hasta entonces, la gente solía concebir el futuro en términos de salvación y de ideales seculares de fama y reputación póstuma. Podían quejarse de problemas del presente, tales como desorden, enfermedades y mal gobierno, pero los consideraban desviaciones con respecto a un orden idealizado y esencialmente estático. La discrepancia entre ideal y realidad no era demasiado problemática, dado que se consideraba expresión de la imperfección de la existencia humana y terrenal. Se esperaba del gobernante que fuera la encarnación de la armonía idealizada (concordia) y que lo manifestase por medio de acciones cargadas de simbolismo.
El énfasis en el consenso continuó siendo fundamental en la política del imperio hasta 1806, pero sería erróneo reemplazar el relato anterior que retrata a los emperadores como constructores fracasados de Estados por otro que les presente como honestos mediadores de paz.67 Casi todos los hombres que gobernaron el imperio antes del siglo XVI fueron guerreros victoriosos y muchos de ellos debían su posición a haberse impuesto sobre rivales domésticos.
Libertad
De igual modo, no debemos confundir las apreciadas libertades del imperio con el ideal moderno y democrático de Libertad. Este último deriva su inspiración de la Roma republicana y de las antiguas ciudades-Estado griegas, ninguna de las cuales desempeñó СКАЧАТЬ