Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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Para ganar el favor de las tierras al norte de los Alpes los otónidas adoptaron las tradiciones francas con gran ostentación. Otón I vestía como un noble franco y se presentó en Aquisgrán como continuador directo de la soberanía carolingia, no de la romana. El cronista de su corte, Viduquindo de Corvey, ignora en su historia la espléndida coronación imperial en Roma (962) y presenta a Otón en 955, después de su victoria sobre los magiares en Lechfeld, como «padre de la Patria, amo del mundo y emperador».44 Aun así, las tradiciones romanas fueron relevantes para Otón I y sus sucesores. Es improbable que la adopción en 998 por parte de Otón III del lema Renovatio imperii Romanorum formase parte de un plan coherente, pero la ulterior controversia histórica sirve para revelar la importancia dual de Roma, como centro imperial secular y como ciudad de los apóstoles y madre de la Iglesia cristiana.45
En su origen, el título imperator quería decir «comandante militar». Adquirió un sentido político con César, pero sobre todo con su sucesor e hijo adoptivo, Octavio, que asumió el nombre de Augusto y reinó como primer emperador pleno a partir de 27 a. C. El título evitaba herir la identidad romana, basada en la expulsión de los reyes originales a finales del siglo VI a. C. y disfrazaba la transición del gobierno republicano a gobierno monárquico. El que los soldados aclamasen emperador a un general victorioso indicaba elección por mérito y capacidad, no una sucesión hereditaria, lo cual podía ser reconciliado con la continuación del Senado romano, que daba respaldo formal a la decisión de la tropa.46 Este método podía adaptarse con facilidad a las tradiciones francas y cristianas. La monarquía germánica también se basaba en el concepto de aclamación del monarca por sus guerreros, lo cual permitió que la élite franca aceptase la coronación de Carlomagno en 800. La victoria era considerada señal del favor divino y la ficción de que todos los presentes aclamaban su consenso unánime se interpretaba como la expresión directa de la voluntad de Dios.47
Las tradiciones romanas podían adaptarse, pero la ciudad de Roma era otra cuestión. En 754, el papa había otorgado a Pipino el título de patricio romano, lo cual indicaba la concesión de cierta tutela sobre la ciudad. Pero los nobles francos eran guerreros terratenientes que no tenían la menor intención de residir en Roma como senadores. Algunos emperadores posteriores también aceptaron el título de patricio, es probable que porque esperaban que este les permitiera influir en las elecciones papales, pero no estaban dispuestos a recibir su dignidad imperial de los romanos. La mejor oportunidad para forjar vínculos más estrechos con los habitantes de Roma llegó en la década de 1140, cuando el Senado resurgió para cuestionar el control papal sobre la ciudad. A pesar de su problemática relación con el pontífice, los Hohenstaufen rechazaron a las delegaciones romanas que vinieron a ofrecerles el título imperial en 1149 y 1154. El papa no dejaba de ser la cabeza de la Iglesia universal, mientras que los senadores eran los meros gobernantes de una gran ciudad italiana. Los romanos se sintieron traicionados; en 1155, los caballeros de Federico Barbarroja tuvieron que impedir que una turba furiosa interrumpiera su coronación, oficiada por el papa Adriano IV. Tan solo Luis IV aceptó una invitación romana, en enero de 1328, pero con la circunstancia especial de un cisma papal y solo después de haber sido excomulgado por Juan XXII. Cuatro meses más tarde, una vez su posición hubo mejorado, se hizo coronar por su dócil pontífice, Nicolás V. La última oferta vino de Cola di Rienzo, que se había hecho con el control de Roma en 1347, en una fase posterior de ese mismo cisma. Su llegada a Praga provocó una situación embarazosa para el rey Carlos IV, el cual le hizo arrestar y enviar de regreso a su ciudad, donde fue asesinado por adversarios locales.48
¿Un imperio sin Roma?
En el año 800, Roma solo la habitaban unas 50 000 personas. A pesar de alguna reconstrucción carolingia, las abundantes ruinas antiguas indicaban el mucho tiempo transcurrido desde que la ciudad había sido capital del mundo conocido. Seguía siendo grande conforme a los estándares de la época, pero no lo bastante como para albergar al papa y al emperador. En 843, tras la partición del imperio carolingio en tres reinos (Francia occidental, Francia oriental y Lotaringia) el título imperial recayó de forma habitual en los reyes francos de Italia hasta 924, pero estos eran relativamente débiles, en particular tras 870, y solían residir en la vieja capital lombarda de Pavía o en la antigua sede bizantina de Rávena. Aunque las coronaciones imperiales solían necesitar años de planificación, los emperadores posteriores rara vez permanecían mucho tiempo en Roma. Otón III construyó un nuevo palacio imperial, pero, tras su coronación, él también retornó a Aquisgrán e inició allí nuevas obras.
Los romanos, aunque algunas veces quisieron despojar al papa de su papel de hacedor de emperadores, compartían con el pontífice su hostilidad hacia una presencia imperial prolongada. Los emperadores podían ser festejados con opulentos banquetes e incluso ser aclamados por destituir a papas impopulares, pero no debían permanecer más tiempo del requerido. Roma, en todo caso, estaba demasiado lejos de Alemania, que, a partir de 962, se convirtió en el centro principal del poder imperial. Las expediciones francas a Italia de 754-756 y de 773-774, lideradas por Pipino y Carlomagno, respectivamente, se atrajeron sólidos apoyos de los nobles carolingios, los cuales recibían de buena gana cualquier excusa para saquear a los lombardos. Pero tales oportunidades declinaron una vez que Italia fue incorporada al reino de Carlomagno. Aún cabía la posibilidad del saqueo si el emperador se lanzaba a una expedición de castigo contra los rebeldes italianos, a deponer a un papa o a hacer valer su dominio sobre la parte sur de la península, que continuaba siendo prácticamente independiente. Sin embargo, una presencia prolongada requería métodos más pacíficos, lo cual eliminaba el incentivo que impelía a cooperar a la mayor parte de norteños, cuyo apoyo solía trocarse con rapidez en acusaciones de abandono de sus súbditos del norte de los Alpes.
La posibilidad de desprenderse de Roma fue más fuerte a principios de la era carolingia. Tras la primavera de 801, Carlomagno nunca regresó a Italia y pasaron 22 años antes de que otro emperador visitase Roma; los papas habían franqueado los Alpes en tres ocasiones, entre ellas la coronación del hijo y sucesor de Carlomagno, Luis I, en Reims (816). Luis ya había sido coronado coemperador en 813 sin participación papal (antes de la muerte de su padre, que acontecería al año siguiente). Cuatro años más tarde, su hijo mayor, Lotario, también fue coronado sin intervención del pontífice. Aquisgrán fue sede de un importante palacio desde 765, ciudad que desde antes de la coronación de Carlomagno ya era conocida como nova Roma y Roma secunda. La capilla de Aquisgrán siguió el modelo de la del palacio bizantino de San Vital de Rávena e incorporó antiguas columnas y estatuas que se creía que representaban a Teodorico. Con esto, se simbolizaba el vínculo tanto con el glorioso pasado gótico como con el romano.49 No obstante, las turbulencias de la política carolingia, a partir de la década de 820, hizo imperativa la participación del papa en la legitimización del título imperial y redujo los incentivos para que este cruzase los Alpes para complacer a los francos. Se considera que la decisión de Lotario de hacer coronar coemperador a su hijo Luis II, en 850, fue lo que estableció el uso de coronar en Roma al emperador. Después de eso, resultó difícil romper lo que aparentaba ser una tradición.
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