El huésped. Sok-yong Hwang
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Название: El huésped

Автор: Sok-yong Hwang

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640165

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СКАЧАТЬ soy el hermano menor del pastor Liu Yohan.

      La mujer guardó silencio un rato. Yosop sentía el aliento de ella, pero para comprobarlo carraspeó. De nuevo oyó la respuesta:

      —Dijo que él mismo vendría… Parece que ha cambiado de idea.

      —¿Cómo? ¿Mi hermano había quedado en visitarla?, pero ¿cuándo?

      —A finales de la semana entrante.

      Yosop tosió de nuevo y dijo despreocupadamente:

      —Mi hermano mayor falleció ayer.

      Se oyó un suspiro, semejante a una risa, y de inmediato ella colgó el aparato.

      Siempre hacía su maleta así: los artículos necesarios los ponía en la cama o en el piso, los metía doblados en la maleta, luego los sacaba y los volvía a meter. Reducía la ropa y disminuía los artículos de tocador que iban a parar al basurero. Después de cerrar la maleta y antes de cambiarse de ropa, sacaba de los bolsillos de la chaqueta y de los pantalones la billetera, el pasaporte, boleto del vuelo, agenda, etc. Había varias monedas y la llave del vehículo. Yosop dejaba sobre la cama toda la miscelánea y se cambiaba de traje. Comprobando con atención uno tras otro, metió la billetera en el bolsillo derecho interior de la chaqueta, pasaporte y boleto de vuelo en el izquierdo; la llave del coche sobre el tocador con el fin de dársela a su mujer. Iba a tomar las monedas, pero agarró una cosa deforme, como un sello, y mirándola dos o tres veces, la identificó. Miró a su alrededor y la empuñó firmemente. ¿Qué haría con eso? Sobre la cama se veía un pequeño bulto; abrió la pequeña bolsa de cuero que parecía suave y dura y metió allí el pedazo de hueso. La bolsa tenía una cuerda estrecha y larga, tiró de ella y la boca se encogió.

      En el avión se sentía persiguiendo al tiempo. Al subir, como se dirigía hacia el oeste, pensó que dejaba el sol atrás, pero sin darse cuenta el tiempo se adelantó. Delante de él apareció la pantalla que proyectaba una película. No había pedido auricular, no oía nada, sólo veía las escenas que se movían ante sus ojos. Tomó unas tres copas de vino. Una señora china de 50 años, sentada a su lado, buscaba algo debajo del asiento haciendo ruido hasta que, por fin, sacó algo. Por la boca abierta de la bolsa de plástico se veía una cosa roja; parecía un dedo el pedazo que le mostró, invitándole. Ella murmuró: chicken, chicken; sería pollo cocido teñido de rojo. Yosop sacudía la cabeza obstinadamente como si lo abrumase. Oh, no. No, thank you. Estas sílabas quedaban vivas en sus oídos. Esa voz no le pareció suya.

      Yosop, sentado en el asiento del pasillo, veía de frente la cortina colgada alrededor de la entrada al baño. Alguien se movía detrás de la cortina. La parte superior vibraba, pero en la parte inferior se veía una persona. Se veían los pantalones y los zapatos de un hombre. Se descorrió la cortina y el hombre lo miró. Su hermano mayor Yohan se dirigía hacia él, tambaleándose por el movimiento del avión. Yosop cerró los ojos. Nadie pasó por su lado. Cuando abrió los ojos, vio que el pasillo estaba vacío y la pantalla seguía deslumbrante todavía. Se levantó sosteniéndose del respaldo del asiento; anduvo hacia adelante por el pasillo, bamboleándose un poco. Supuso dónde estaría sentado su hermano mayor.

      Yosop miraba a su alrededor, avanzó viendo cabezas y después regresó viendo caras. Le pareció que no estaba en ese pasillo. Entró en las tinieblas descorriendo la cortina. Brillaba la luz verde, señal de que el baño estaba desocupado. Empujó la puerta y entró. Quedó atónito al oír el ruido del avión. Un hombre de semblante cansado y de mediana edad flotaba en el espejo. Se lavó las manos y la cara. Se enjugó fuertemente la cara con la toallita de papel y la tiró. Cuando iba a volverse hacia la puerta, sintió la presencia de otro hombre. Giró la cabeza y miró el espejo por el rabillo del ojo, su hermano mayor estaba reflejado allí. Salió empujando la puerta bruscamente, como si alguien lo persiguiera. Descorrió la cortina y salió al pasillo. Entonces vio a Yohan sentado en su asiento. El pastor Liu Yosop se quedó parado un momento, enfocó su mirada exactamente hacia su hermano y se dirigió hacia donde se encontraba sentado. Cuando se acercó, advirtió que el asiento estaba vacío. Pero al girar para sentarse, vio la cara de su hermano sentado en su asiento. Se sentó encima de él. Yosop aplastaba con la espalda la imagen de su hermano sentado y se arrellanó profundamente en el respaldar. “¡Yosop!, ¡Yosop!”, se levantó muy asustado y volvió a sentarse. Murmuró para sí: “No hagas cosas inútiles. Ya se hizo todo lo necesario. ¿Por qué aparecer tantas veces?” “Porque quiero ir contigo al pueblo natal.” Pareció que el avión se caía de repente, se sacudía. Yosop se puso de inmediato el cinturón y se sentó bien. Bebía demasiado vino. Le parecía que su hermano había entrado en él; se le nubló la mente y sólo lo oía mascullar.

      Volvíamos a un Chansemgol de otro tiempo. Allí se veía bien el árbol de almez. No podía abrazarlo con mis brazos. Existía desde mucho antes de que naciéramos; tendría más de 100 años.

      El árbol seguía de pie aun después de la guerra, y ahora estaría en el mismo lugar. Las raíces que serpenteaban sobre la tierra parecían los dedos de la mano y de los pies del gigante; tenía admirables cicatrices, nudos por aquí y por allá en aquella corteza parecida a las arrugas de un anciano. Las ramas que brotaban del tronco, esparcidas por todos lados, parecían una cabellera levantada hacia el cielo. Las cintas amarillas, verdes, rojas, blancas, negras, etc., que habían atado los aldeanos, flameaban con el viento. Era el atardecer, las personas vestidas de blanco daban la espalda al crepúsculo y suplicaban al árbol con elogios. Cerca del tronco había un cuenco lleno de agua clara sobre una mesa pequeña y bajita. Oyó el susurro del hermano mayor: “Mira, ésta era la gran abuela, la anciana sentada con una cinta blanca atada en la cabeza, era la bisabuela. En casa la llamaban gran abuela o abuela mayor”. Ella me llamó con señas cuando volvía del trabajo del campo.

      —Oye, el último menor, menor.

      —Me llamo Yosop. ¿Por qué me dice el último menor?

      A esa abuela le temblaba la mano como si estuviera enferma.

      —Verás, el cielo castigará a tu abuelo y a tu padre. Ellos, contagiados por el fantasma occidental, registraron los nombres de ustedes de esa manera.

      —El creador existe de una sola forma en cualquier país.

      —Yo sé todo desde el principio. Los occidentales de nariz recta trajeron aquí los libros y los repartieron a todo el mundo. Nuestro antecesor era el abuelo Tangun, que bajó del cielo.

      —No. Decían que Jesucristo era Dios.

      —El hombre desempeñará un verdadero papel humano si guarda un profundo respeto por los ancestros. Aquellos hombres mostraron más reverencia al fantasma occidental, y el país se derrumbó y se destruyó.

      —Querido menor mío, saluda a este guardián y pídele lo que te digo.

      —Pero, ¿quién es éste?

      —No es otro que el guardián del monte Ami. Protege de la viruela que suele atacar a los niños. Por lo tanto, si le rezas con profunda reverencia, tendrás una larga vida y no te enfermarás de viruela.

      —Si lo sabe mi padre, me regañará.

      —Si le dices que tu abuela mayor te hizo saludarle, ni tu padre, СКАЧАТЬ