El huésped. Sok-yong Hwang
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Название: El huésped

Автор: Sok-yong Hwang

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640165

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СКАЧАТЬ Yohan, despierta, despierta.

      Abrí los ojos discretamente. Algo negro, puesto en cuclillas junto al sofá en que estaba tumbado, me sacudía. Quería incorporarme, pero mi cuerpo no me obedecía.

      —¿Quién es?

      —Soy yo, el tío Topo.

      —¡Ah!, tío Sunnam.

      —¿Ahora no me pides que te narre un cuento antiguo?

      —Hágalo si quiere…

      —Este cuento, ese cuento y, más allá del campo, aquel cuento.

      Me reía entre dientes, como si esperase esa forma de contar, y el ser negro también se reía igual que yo.

      —Pues… lo colgué a usted en el poste de luz.

      El ser negro se quedó silencioso un rato y se sentó con las piernas cruzadas en el asiento frente a mí.

      —He venido a llevarte.

      —Entonces, ¿sería posible mañana?

      —No depende de tu decisión.

      Me enojé en seco.

      —¿Quién le dijo que se registrara en el Partido Comunista? No voy con usted. Soy pastor.

      La figura negra masculló, moviendo con lentitud una pierna.

      —Allí no existe tu gremio ni el mío.

      —De todas formas, yo lo maté, por eso ya no soy de su gremio.

      —No existe morir ni vivir.

      —Entonces, ¿no hay que perdonar ni arrepentirse?

      —Claro que no.

      —¿Dónde está ese lugar?

      —A ti te lle… va… ré.

      Mi mente se iba oscureciendo y me levanté tambaleando. Intenté acercarme al asiento frente a mí para tocar el cuerpo de Sunnam, pero de pronto la figura se disipó.

      Aún llovía ininterrumpidamente. Abrí el portal de par en par para que salieran todos los seres que estaban en mi casa y en mi interior. Parecía que habían desaparecido los síntomas de la enfermedad, pero no tenía fuerzas. Quería bañarme bien; fui al baño del segundo piso, llené la bañera con agua caliente y me metí en ella. Parecía que se me fundía todo el cuerpo y que un alma flotaba en el aire. Comencé a sentirme cada vez más cómodo. En cuanto salí del baño, telefoneé al joven misionero para que me visitara y rezáramos juntos. Me cambié la ropa interior y me puse la limpia. También me puse ropa nueva de dormir. Oí llover cada vez más lejos.

      —Cuando entré en el cuarto, dormía tranquilamente. No sabíamos qué hacer y, desde luego, empezamos a rezar. Creíamos que el pastor no se despertaría hasta que termináramos de rezar. Entonces, cuando dijimos amén, él también lo hizo, igual que nosotros. Le preguntamos: ¿Le duele algo, señor pastor? Contestó que no. Se sentía cómodo y no le dolía nada. Iba a dormir.

      El joven preceptor dejó de hablar y sacó una agenda del bolsillo interior. La observó un rato con atención.

      —Sentí que le ocurría algo raro y escribí lo que me había dicho: se iba al lugar donde había nacido. Una vez que partiera, que lo incinerara y lo guardara. Nos dijo que localizáramos una libreta de banco en el cesto debajo de la cama y que gastásemos ese dinero en su entierro. Poco después quedó silencioso y me acerqué a su cara para sentir su aliento, pero ya había dejado de respirar.

      Yosop, tras haber escuchado, miró debajo de la cama. De verdad había un cesto rectangular, como una caja, y tenía puesto un candado. “Serán los restos mortales de mi cuñada.” Al abrir la tapa, vieron una libreta y otras cosas, como álbumes, agendas, etc. Se abrió la puerta del cuarto y asomó un pastor.

      —La funeraria ha traído lo necesario para el entierro.

      —Dígales que suban aquí con el ataúd.

      Después de haberle puesto el traje coreano, envolvió el cuerpo con tela de algodón y luego lo metieron en el ataúd, levantando la cabeza y las piernas, respectivamente. Sujetó con un rollo de tela la parte posterior de la cabeza y metió varios bultos de papel típico coreano en los huecos entre el cuerpo y las paredes interiores para que no se moviera. Después permitió que entrasen al cuarto los creyentes y celebraron el rito de cuerpo presente.

      En la madrugada, Yosop decidió volver con su mujer a casa, dejando a los otros en el piso de su hermano. Tomó la decisión de hablar sobre el entierro cuando llegasen los hijos, Samyol y Philip.

      Camino a casa, de regreso a Brooklyn, Yosop tuvo una rara experiencia. En una calle, por donde pasaba con frecuencia, giró el volante en cierta dirección y se dio cuenta de que había entrado en una cerrada, llena de edificios oscuros por todas partes. Aceleró imaginando que dentro de poco llegaría a una de esas calles iluminadas por faroles y luces, pero notó que entraba poco a poco en vías cada vez más extrañas y profundas. Al llegar a la convergencia de tres arterias, donde sólo se veían al frente dos calles, a derecha y a izquierda, redujo la velocidad para pensar.

      Su mujer dormía con la cabeza inclinada hacia atrás. La mente de Yosop no estaba clara por haber velado la noche anterior. Le pareció que sería mejor volver para salir de esa calle. Dio vuelta, pero no pudo recordar dónde había girado para entrar allí. Conducía bastante despacio para preguntar a algún peatón, aunque parecía no haber residentes en ese barrio.

      De repente le pareció ver un chorro de luz muy clara en el callejón izquierdo. Aunque desconfiaba, entró allí girando a la izquierda. El brillo procedía de una fogata al aire libre. En un barrio sin comercios ni inquilinos, había muchos edificios vacíos, lo cual es característico de Nueva York. La mayor parte de estos edificios solía convertirse en dormitorios de alcohólicos o vagos, o en almacén de basura. Yosop se sintió en una trampa muy peligrosa y agarró, lleno de tensión, firmemente, el volante con ambas manos.

      Delante del fuego estaba sentado un ser humano que ponía al fuego trozos de cajas; era imposible distinguir si era femenino o masculino. Yosop supuso que era una forma de trasnochar, porque en el bosque de edificios de cemento haría frío en la noche, aun en verano. Detuvo su coche. La sombra se dio vuelta, no se veía su semblante porque estaba bajo las escaleras que conducían a СКАЧАТЬ