El huésped. Sok-yong Hwang
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Название: El huésped

Автор: Sok-yong Hwang

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640165

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СКАЧАТЬ que le perdone. Entonces los muertos podrán cerrar los ojos tranquilamente.

      —¿Qué has dicho?

      A partir de ese momento empezó a chillar. No se sabía con qué aliento gritaba, pues yo sabía de su ánimo en estos días.

      —¿Por qué tengo que pedir perdón? Éramos miembros de la cruzada. Los rojos eran hijos de Lucifer y, al mismo tiempo, una banda satánica. Estuve del lado del arcángel Miguel y ellos eran bestias de la Rebelión. Si nuestro Creador me lo ordenara, ahora mismo volvería a luchar contra los demonios.

      —Hermano mayor, el combate de los espíritus santos y de los seres humanos de este mundo son distintos.

      —No digas tonterías. En aquel entonces el espíritu santo no había llegado.

      Se cortó la voz con el violento sonido del aparato, como si lo hubiera tirado bruscamente.

      Tres días antes de que Yosop se marchase de viaje hacia su pueblo natal, le ocurrió algo extraño.

      Ese día empezó a llover desde la tarde. Era una lluvia que no cesaba, corrían chorros de agua por encima del cristal que golpeaban fuertemente contra la ventana. En la noche, los chorros se hicieron finas gotas de lluvia que caían constantemente.

      Desde el estado de Nueva Jersey llamaron a Yosop. Era el preceptor de la iglesia del pastor Liu Yohan, un joven graduado en una Universidad de Teología de primera categoría, cuyos sermones tenían calidad académica. Debido a que sus padres emigraron, él era residente en Estados Unidos desde niño y hablaba inglés con fluidez. Como el ex preceptor de la iglesia se había jubilado y marchado a Boston, donde vivían sus hijos, el joven misionero lo sustituyó. Liu Yohan sirvió de pastor al misionero jubilado durante varias décadas y, como consecuencia de ello, gozaba de la vida como hombre respetado y el feligrés de mayor edad. Pero el preceptor recién llegado, de la nueva generación, parecía no caerle bien. Yohan se alejaba de su iglesia cada vez más y, cuando oía las quejas de su hermano menor, se hartaba del sistema administrativo eclesial estilo occidental, mientras que Yosop trataba de entender al joven misionero y lo consideraba como un buen hombre, pues había recibido la ordenación en Seúl y se había licenciado en Estados Unidos.

      —Al pastor Liu le ocurrió algo muy desagradable…

      Yosop captó algo en sus palabras, calló, y con tranquilidad inquirió luego:

      —Todo pasa por voluntad de Dios, por eso no me asusto tanto. Tranquilícese y dígame qué ha pasado.

      —Lo siento mucho. El pastor falleció a eso de las nueve de la noche. Estuvimos a su lado, lo atendimos y lo despedimos.

      —Ahora mismo voy para allá. ¿Se ha puesto en contacto con una funeraria?

      —No se preocupe. En nuestra iglesia hay un diácono encargado del funeral, y él es el responsable de todo el trámite administrativo.

      Yosop despertó a su esposa y ésta se puso a llorar repitiendo que se sentía culpable por no haber visitado frecuentemente a su cuñado. Le mandó preparar las maletas para el viaje y llamó a sus sobrinos: Samyol en Detroit y Philip en Washington. Afortunadamente, Samyol estaba en casa. Yosop le dijo que avisase a su hermano menor en Washington.

      Era un día normal entre semana, en la calle había poca gente y pocos vehículos, quizá por la lluvia. Si era posible, escogía calles anchas y conducía más rápido que de costumbre. Cuando llegó a casa de su hermano mayor, encontró ya reunidos a muchos fieles de la iglesia. En la sala había alrededor de 20 personas, algunas sentadas en el piso alfombrado o en sillas y algunas de pie. El joven preceptor se levantó de inmediato y recibió al misionero Liu y a su esposa. Yosop saludó a los conocidos distinguiéndolos e intentó localizar a su hermano.

      —¿Dónde está él?

      —En el segundo piso.

      Esta vez Yosop subió primero por las escaleras. Entró en el dormitorio de su hermano. Hacía mucho tiempo que no lo ordenaba. Su hermano tenía fama de tacaño, todavía usaba el catre de hierro que había comprado hacía mucho tiempo a precio de rebaja en una tienda de segunda mano. Sobre el asiento estaban los pantalones que se había quitado y sobre el respaldo, el suéter. En la cama yacía el cadáver del pastor Liu Yohan cubierto con una sábana blanca hasta la cabeza. Yosop se acercó a la cabecera y bajó la sábana. Miró a su hermano muerto. Sus canas, más parecidas a viejos hilos blancos, probablemente por la luz de neón, se veían enredadas, y la cara estaba amarillenta, como papel descolorido. Yosop había visto muchos cadáveres, por lo que creía saber leer sus caras. En la de su hermano percibió una sensación de que se había aliviado de algo bastante pesado, y parecía estar ya en paz. Sin querer tocó, como atraído por algo, el contorno de las sienes. Estaba frío, pero suave, no rígido. Tal vez había alcanzado la paz. Yosop rezó un momento y jaló la sábana cubriéndole la cara. El joven preceptor y Yosop se sentaron en cuclillas frente a frente en el piso alfombrado. El joven empezó a explicar:

      —En las primeras horas de la noche el pastor me llamó para pedirme que lo visitara para rezar por él, al tiempo que decía que se sentía un poco mal. Le propuse que fuéramos juntos al hospital. Me dijo que no estaba tan mal como para ir al médico, y que sólo quería celebrar el rito conmigo.

      Yo iba por la orilla arenosa del río siguiendo a los amigos mayores del pueblo. El torrente de agua clara corría violento entre las ásperas rocas. Él caminaba adelante, tirando del cuello de un perro amarillo con una cuerda de paja de arroz. Aunque nadie supiera cómo lo había atrapado, suponíamos que lo habría seducido porque le gustaba vagar por el monte.

      Bajo la sombra de un árbol a la orilla del arroyo poníamos una enorme olla de acero en la que los campesinos hervían pienso para las vacas, pero esa vez hervimos agua, mientras otros mataban y desollaban al perro. Por primera vez vi cómo mataban a un perro, y eso me excitó mucho por la crueldad y la exacerbación que avivaba las pasiones. Primero ataron la cuerda de paja de arroz al cuello del perro y lo colgaron de una rama alta. Cuando la cuerda quedó tensa, el perro blanqueó los ojos y empezó a patalear. Entonces lo rodearon y le dieron de palos. El perro se ahogaba con toses secas, sin chillidos y, al final, se cagó. Una vez muerto, lo tendieron en el suelo y lo chamuscaron en la hoguera. Todos gozábamos de la crueldad, y por el apetito despierto nos brillaban los ojos.

      ¡Ah!, recuerdo ese día de verano en que mataron el perro… Eso fue por haber visto el fantasma del tío Sunnam la misma noche que me visitó mi hermano menor. Sin saber por qué, me dolía la cabeza y tuve frío durante todo el día, como antes de caer enfermo.

      Desde la tarde cayeron gotas gordas de lluvia como las de un chaparrón. El ruido del trueno acompañado del relámpago era muy fuerte. En el salón estaba tumbado en el sofá, había apagado el televisor. El tiempo era lúgubre. Fui a la cocina y saqué del armario una СКАЧАТЬ