El huésped. Sok-yong Hwang
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Название: El huésped

Автор: Sok-yong Hwang

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640165

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СКАЧАТЬ llegó a Los Ángeles, primero llamó a la agencia de viajes encargada de la visita a Corea del Norte. Allí se enteró del lugar y hora de la reunión que habría al día siguiente por la mañana. Después llamó a la señora Park Myongson. Ella dudó un momento, hasta que, por fin, le dio la dirección del asilo y el horario de visita. Yosop decidió hospedarse en casa de un condiscípulo menor, también misionero, donde dejó sus maletas. Salió de allí en busca del asilo. Una empleada le dijo que ella había salido a dar un paseo y que volvería en unos 20 minutos.

      En el centro del edificio de forma rectangular se veía un jardín precioso, en cuyo centro había una fuente. Las palmeras se erguían con sus hojas largas extendidas hacia abajo. A veces unas ancianas pasaban por el pasillo. Era un asilo privado donde se cobraba el hospedaje.

      —Ah, ya ha llegado usted.

      Un yorkshire terrier le olfateaba las rodillas. Al levantar la cabeza, vio a la anciana que en la mano sostenía la cadena del perrito. Llevaba un vestido marrón liso que le quedaba un poco grande y gafas color ligeramente rojo. El perrito movía la cola golpeteando a su dueña y a Yosop. Él se levantó despacio e hizo una venia profunda, como si estuviera por caer hacia adelante.

      —Encantado de conocerla. Soy el hermano menor del pastor Liu Yohan.

      La abuela tomó con una mano la montura de las gafas y lo miró despacio de pies a cabeza. Después hizo una señal con la mano y comenzó a andar hacia el ascensor.

      La habitación tenía la forma de un estudio y era suficientemente amplia. La cocina con fregadero estaba en el mismo espacio que el recibidor. Sin embargo, las sillas, la mesa, el televisor y un sillón estaban puestos manteniendo cierta distancia, por lo cual el estudio no parecía estrecho. Al lado de la cocina había una puerta, y la parte frontal de la sala estaba tapada por una cortina. Detrás de ésta debía estar la cama de la anciana. El cabello blanco estaba esponjado, daba la impresión de que hacía mucho tiempo que le habían rizado el cabello, pero su rostro estaba muy bien cuidado, tenía el pelo cortado a la altura de las orejas. Yosop echó un vistazo a la habitación y luego juntó sus manos entre las rodillas, como de costumbre, y murmuró una plegaria sentado en el sillón. La anciana, de pie delante del fregadero, le preguntó:

      —¿Está rezando?

      Yosop, sin contestarle, terminó la última oración y después levantó la cabeza. La anciana lo miraba con una sonrisa sarcástica en la comisura de la boca. Yosop preguntó:

      —¿Qué me dijo?

      —Le pregunté si estaba rezando.

      —Sí. Soy misionero… ¿No es usted creyente?

      —No sé si tiene derecho a preguntarme si soy cristiana o no —la anciana sacó de la nevera té frío de maíz y lo sirvió en un vaso—. ¿Quiere tomar una taza de café?

      —No, gracias. Un vaso de agua, por favor.

      Ella echó el té en otro vaso de cristal y lo dejó en la mesa de fumar donde estaba sentado y regresó a la mesa de la cocina a sentarse.

      —¿Por qué quería verme?

      —¿Conoció usted bien a mi hermano mayor?

      La anciana dio media vuelta cerca de la mesa y se quitó las gafas.

      —Conocí bien a su hermano y también a usted.

      Yosop sintió un aire familiar en aquella cara arrugada; sin embargo, no pudo recordar con certeza.

      —¿No conoció la casa del rico en hijas que estaba en el pueblo de Balsan?

      Se acordaba de la anciana larguirucha de chogori y falda coreanos. Al fin vino a su mente la señorita que se hacía cargo del evangelio. Era la mayor, alta, la vicepresidenta que trabajaba con los jóvenes en la iglesia de Kwangmyong. Balsan era un pueblo vecino, cerca de la otra cordillera; sin embargo, los campos de cultivo de ambos pueblos se mezclaban y compartían alegrías y tristezas durante las cuatro estaciones. Recordó el nombre de una chica que tenía casi la misma edad que él.

      —Ah… ¿acaso es usted la hermana mayor de Inson?

      —Ella era la cuarta de nosotras.

      Un día de verano en que se amontonaban cúmulos en el cielo, cuando las cigarras cantaban en las ramas altas del sauce, unos niños desnudos, apretándose la nariz con los dedos y tapándose las orejas con saliva, se tiraban en fila al arroyo debajo de la colina. Allí Inson era la única mujer entre los chicos. Una noche que los niños jugaban a atrapar ladrones, se oyeron grandes voces en el campo. “Inson, ¿quieres que mamá te regañe? Vuelve a casa para cenar.” Era la voz de la hija mayor, Myongson, de la casa famosa por su abundancia en hijas.

      —¿Dónde vive ahora Inson? —le preguntó el misionero Liu Yosop con una sonrisa como si hubiera vuelto a la niñez. Ella, en lugar de responderle, abrió un cajón del armario y sacó un cigarrillo Lucky Strike sin filtro, como los que fumaban los soldados estadunidenses en la época de la guerra coreana. Aunque Yosop estaba sentado en el sofá un poco alejado de ella, reconoció el círculo rojo de la cajetilla. Myongson prendió el cigarrillo y echó el humo un par de veces.

      —Mi hijo mayor vive en Filadelfia y el segundo aquí, en Los Ángeles.

      Yosop, perdido en el rumbo de su pregunta, sólo oía la voz de su interlocutora; ella le preguntó:

      —¿Ha muerto Yohan?

      —Sí, con mucha paz, como si estuviera dormido en la noche. Al abrir la agenda de mi hermano mayor estaba escrito su nombre… Por eso le llamé por teléfono. Le había prometido visitarla.

      La anciana arrojaba todavía un humo largo.

      —Es que todo se acaba con la muerte —habló para sí y le preguntó a Yosop—: ¿Cuántos años tenía usted en la época de la guerra? ¿13 o 14…? Inson murió hace mucho tiempo. Todas murieron: Jinson, Yongson… y hasta la última hermana menor, Dokson.

      Yosop recordó muy brevemente el sueño, rápidamente, como diapositivas pasaron las imágenes de tantas muertes en aquel invierno.

      —Así ocurrió durante la guerra. Pero, ¿no era la familia que iba a la iglesia?

      —Sólo mi madre y yo íbamos allí —masculló Park Myongson—. No sabía por qué Liu Yohan intentaba visitarme.

      —¿No hablaron antes usted y mi hermano mayor?

      —Probablemente el padre de mis hijos y él hayan tenido comunicación.

      —¿Dónde vive ahora su marido?

      —En Seúl. Tal vez lo reconozcas cuando lo veas…

      Ya no se sorprendía Yosop. Entre los hermanos del marido había dos que tenían más o menos su misma edad. Sunho era alumno de la escuela secundaria; su hermano mayor, Sangho, era muy amigo de Yohan. Eran hijos de la casa de la huerta.

      —¿El hermano mayor Sangho no ha venido a Estados Unidos?

      —Me dijo que no le gustaba Estados Unidos, por eso decidió vivir en Seúl.

      Los dos estuvieron sentados y distantes durante largo tiempo, sin СКАЧАТЬ