El huésped. Sok-yong Hwang
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Название: El huésped

Автор: Sok-yong Hwang

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640165

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СКАЧАТЬ natal.

      —¿A dónde? ¿Va a Corea del Norte?

      —Sí, si quiere enviar sus recuerdos a algunos conocidos…

      La anciana movió la cabeza débil y negativamente. Él dio la vuelta para salir, pero se paró delante de la puerta. Ella no lo siguió y sólo se levantó delante de la mesa.

      —¿Ya no va a la iglesia ahora?

      A la pregunta de Yosop contestó sacudiendo la cabeza negativamente, lo que fue el movimiento más seguro en el encuentro de 30 minutos:

      —No. Ya no.

      La niebla fría se deslizaba con lentitud hacia abajo desde las faldas de la montaña cubiertas de ramas desnudas que, al fin, quedaban en el suelo. Yo le seguía cargando a la espalda la mochila hecha a mano con pedazos de uniformes de soldados. La avanzadilla, que con suerte había subido al camión, partió la primera noche, y se decía que el resto de la gente tendría que ir a la playa a embarcarse en una lancha alquilada. El señor Sangho se puso el uniforme militar con gorro de invierno y llevaba una mochila, como yo. Iba vestido con una cazadora de campo, de su hombro colgaba una carabina corta a la inversa y todavía traía puesto un brazalete de la asociación de jóvenes. Yo transportaba sobre la espalda unos 20 kilos de arroz, por eso me costaba bastante seguirle de cerca. Él avanzaba rápido, volteó a verme, y dijo: “¡Ay de mí!” Aquella voz cargada de aburrimiento me apresuraba. Se veía nuestra aldea. Al entrar a la calle Gosad, percibimos un silencio absoluto en todas partes. Sangho bajó de su hombro el rifle con el que apuntó mientras caminaba lentamente. Esta vez yo andaba delante de él porque conocía mejor el atajo que conducía a la casa. Doblé una esquina con muro de piedras y entré abriendo la puerta. Algo detuvo mis pies. En ese instante casi me ahogo y no pude dar más pasos. Estaba de pie, temblando. Movió a mi madre ya muerta delante de la puerta. Pese a la oscuridad, se veía con claridad su chogori blanco. Iluminó con la linterna toda mi casa, los dos dormitorios y el portal, como si no hubiera pasado nada. Eché un vistazo al interior de un dormitorio. Mis hermanos menores estaban muertos y tirados uno junto al otro. Olía a sangre. Rápidamente apagó la linterna. Las figuras se escondieron en las tinieblas. Recuerdo con claridad la silueta de Dokson. Su muñeca delgada estaba extendida en el umbral del dormitorio. Estaba ante mí con la boca medio abierta. Él me sacó al patio. Yo aguantaba las lágrimas. La madre abandonada se movía un poco. Mamá, vuelve en ti. Me hizo señas con la mano para que me fuera pronto. ¿Quién te mató así?

      Eran las 10 cuando Yosop volvió a su hospedaje. Al salir del asilo se dirigió al barrio coreano a cenar comida coreana. También tomó aguardiente coreano después de mucho tiempo de no hacerlo. El dueño del hospedaje, misionero menor, lo estaba esperando. Le abrió la puerta y parecía un poco perplejo por el olor a alcohol que exhalaba Yosop.

      —¿Le ha pasado algo?

      Yosop, sin contestar, sólo le sonrió. Borracho, levantó una mano y la sacudió como respuesta. El misionero, al pie de los peldaños, deseó que descansara bien.

      Se tendió en la cama como si se derrumbara, sumergiéndose lentamente. En eso sintió que algo sobresalía en las nalgas y se volteó para tocarlo. Cuando lo sacó del bolsillo trasero del pantalón, supo qué era. Era la bolsita de cuero. Con el corazón sobresaltado desató la cuerda que apretaba la jareta y sacó de allí un trozo de hueso del tamaño de una falange. Hablando con precisión: era del tamaño de una pipa de marfil, casi como un compás. Lo cogió entre el pulgar y el cordial y lo observó desde varios ángulos. Después lo colocó en la bolsa y apretó la cuerda. Lo dejó encima de la mesa.

      Tras quitarse la ropa se metió en la cama y, cuando estaba a punto de dormirse, algo salió de repente de su garganta, pasó por el cuello y llegó al cerebro. Se oyó la voz de Yohan.

      —Ya lo sabías y, sin embargo, guardaste silencio.

      —¿Qué dice? Yo qué sé.

      —Los actos que cometimos durante 45 días.

      —Sólo sé lo que vi.

      —¿Visitaste a Myongson? Maté a toda su familia. ¿Lo sabías?

      —No lo entiendo…

      —Lo podrás entender algún día.

      —¿El hermano mayor Sangho no era su viejo amigo?

      —Sí. Ese malvado mató más gente que yo.

      —Ustedes dos eran del mismo partido, ¿no?

      —Oye, déjalo. No somos partidarios de nada.

      En la época antigua, muy antigua, del puerto chino de Tianjin zarpó un barco estadunidense, el General Sherman. Preston, propietario del barco, había obtenido la información de que en el mausoleo real de Pyongyang, en Choson, nombre antiguo de Corea, estaban enterrados muchos tesoros. Se puso en contacto con la empresa inglesa Meadows y navegó hacia allá. Llenó su barco de artículos occidentales y muchas armas, y nombró capitán al danés Page, y a Thomas, misionero protestante de Escocia, como guía, intérprete y amigo. Acompañado de sus amigos Wilson y Hogarth y de 19 tripulantes, se embarcó el 18 de junio de 1866.

      Antes de este hecho histórico, el misionero inglés Thomas, de 27 años, cuando evangelizaba en Shangdong, encontró a dos coreanos cristianos. El misionero quería evangelizar el misterioso y ermitaño país de Choson. Thomas ya había llegado a la isla Baekryong de la costa noroeste de Corea y allí había vivido dos meses y medio. Durante su estancia, obsequió 16 evangelios en chino. El misionero creía que Choson era parte de la poderosa China e intentaba ponerse en contacto directamente con el rey para pedirle permiso de evangelizar. Sin embargo, no conocía el camino que llevaba a Seúl. Éste era su primer viaje, por lo que volvió a su país prometiendo regresar un día. En su primera experiencia aprendió coreano con entusiasmo y llegó a comunicarse con los coreanos. Recurriendo a los caracteres chinos se autodenominó Choi Lanhon.

      Meses antes hubo un pequeño disturbio en la isla Kanghwa causado por el ataque de la armada francesa, por lo que las cortes de Choson mantenían una postura intransigente contra los barcos extranjeros que llegaban a la costa de la península coreana. En la noche del 11 de julio de 1886, el General Sherman entró al río Daedong y ancló en Sinchangpo de Choribang, Pyongyang. El gobierno regional y los ciudadanos se agitaron mucho pensando que había vuelto el ejército francés. El gobernador provincial de Pyongyang ordenó el envío de un ministro de la corte para que investigase el motivo de la llegada del navío y sus actividades. Cuando llegó al barco, el señor Choi Lanhon, es decir, el misionero Thomas, sirvió de intérprete; presentó a su delegación y les comunicó el motivo de su visita: comerciar con Choson a través del intercambio de diversos artículos occidentales por los de la península coreana, como oro, ginseng, papel, pieles de tigre, etc. Y aclaró que no eran católicos conflictivos, sino protestantes. El ministro de Pyongyang les ordenó tajantemente que abandonaran el país lo más pronto posible, que no sólo estaba prohibido por la ley nacional el comercio con los occidentales, sino también el catolicismo y el protestantismo. Los proveyó de alimentos conforme a su petición. Sin embargo, el General Sherman, el día 13 avanzó todavía más río arriba y echó anclas en Durudo, abajo de Mankyongdae, y en un bote pequeño hacía viajes río arriba y río abajo, investigando la situación del gobierno de Pyongyang.

      El alegato por parte de los misioneros protestantes fue distinto: ellos creían, desde el principio, que habían llegado a la boca del río Han de Seúl, aunque en realidad estaban en el río Daedong de la ciudad de Pyongyang. Decían que el misionero Thomas, que había desembarcado en Changsapo y cerca de Sokhochong, empezó a repartir СКАЧАТЬ