El huésped. Sok-yong Hwang
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Название: El huésped

Автор: Sok-yong Hwang

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640165

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СКАЧАТЬ sombra se acercó sin prisa hacia la acera. Delante de él, de pie, estaba una anciana con muchas canas, vestida con un abrigo grande de hombre.

      —¿Perdiste tu calle?

      —Sí. Quiero ir a Brooklyn.

      La anciana emitió una risa sarcástica.

      —¿Para qué quieres ir allá? No te servirá de nada.

      Yosop quería salir de allí sin responderle, pero le contestó sin querer.

      —A mi casa.

      —No es tu casa. Tu casa está en el cielo. ¿Sabes de dónde vengo yo?

      —¿De dónde viene?

      —Entérate muy bien, vengo de la casa de la muerte —la anciana rió con sarcasmo.

      Él sintió que se le caía el corazón. Ella se acercó tanto, que casi tocaba la ventana del coche con su mandíbula.

      —Si compras esto, te enseño la calle de salida —le estiró algo, como un pequeño bulto de algodón.

      —¿Cuánto es?

      —Diez dólares.

      —Es caro.

      —Entonces, cinco dólares… No puedo bajar más.

      Yosop sacó de su billetera cinco dólares para dárselos. Ella le puso el bulto de algodón en la mano.

      —Si te llevas esto, tendrás buena suerte. Cuando llegues a la calle ancha, pasa tres manzanas; después gira a la derecha, aparecerá la calle por la que pasas todos los días.

      Yosop quería salir de allí cuanto antes y giró bruscamente el coche. La vieja agitó las manos contra la luz de los faros delanteros del vehículo. La esposa, que se había despertado por el movimiento brusco, echó una mirada alrededor y preguntó:

      —¿Qué pasó?

      —Me equivoqué de calle.

      —¿Te encontraste a alguien?

      —Parece una persona sin hogar y le pregunté por el camino.

      Miró el pequeño bulto que la vieja le había dado. Era una bolsita de cuero de algún animal, artesanía indígena que se vendía en lugares turísticos.

      La familia del pastor Liu Yohan decidió conservar sus restos en una urna según su testamento. Sus dos hijos, Samyol y Philip, vivían en distintas ciudades, y parecían aliviados por esa decisión. Celebraron el rito funerario antes de introducir el ataúd en la antesala del crematorio, y luego esperaron escuchando el ruido de las llamas. Poco después los familiares, que estaban en el patio trasero del crematorio, empezaron a recoger las cenizas amontonadas en una tabla ancha. Yosop, Samyol, Philip y el joven preceptor, que llevaban urnas, tomaban los huesecillos con palillos metálicos. Las cenizas aún no estaban frías. Parecían blancas y limpias. La cantidad no era mucha. Apenas dos puños sumaba lo recogido por los cuatro. Yosop, antes de que pusieran los restos en la urna, sacó un huesecito y, sin darse cuenta, lo metió en el bolsillo del traje.

       Sumisión al espíritu

      Hoy es mañana para el que falleció ayer

      Yosop se asustó con el ruido del despertador e intentó apagarlo, pero antes de presionar el botón, su mano empujó y tiró algo de la mesa de noche. Tumbado bocabajo, con la cabeza metida bajo la almohada controló el ruido. Un ruido taladrante penetró picoteándole la cabeza, parecía que alguien metía un clavo en la pared. Alguien se mudó, se dijo, se tapó las orejas con la almohada doblada y se quedó bocabajo. Pero la mente empezó a reprocharle: no debía estar más en esa cama mojada de sudor.

      Sentado en el borde miró la ropa tirada en desorden en el asiento, comprobó que el tiempo había pasado cuando corrió la cortina y encendió la luz en la mesa de noche. La ventana, casi pegada a la pared del otro edificio, siempre estaba muy oscura. Pero si pegaba la cara a la ventana, podía ver arriba la línea de la luz solar que llegaba a la parte superior del edificio. Descubrió algo sobre la alfombra del piso.

      Parecía un pequeño libro de color negro. Lo cogió para mirarlo. Era una agenda pequeña del tamaño de una mano. ¡Ah!, claro. Ayer mi hermano mayor Yohan se despidió de este mundo. A Samyol le entregó la libreta de ahorros en el crematorio, pero se había traído la agenda.

      La hojeó con atención. En las primeras páginas estaban escritos desordenadamente unos números de teléfono: su propio teléfono, el de la iglesia, Samyol, Philip, un restaurante chino, taller, tintorería, seguridad social, clínica, nombres de ancianos desconocidos, más números, días y, a veces, notas. Todavía quedaban muchos días del año en la agenda, pero había notas escritas hacía unos días en la mitad. Una de ellas estaba escrita con letras sueltas: “Mañana hablar por teléfono con Park Myongson”.

      Yosop se levantó en ropa interior, abrió el refrigerador y sacó una botella de agua que bebió. Se sentó a la mesa y meditó un rato. Tal vez su mujer se había ido a trabajar al hospital, no había señal humana, excepto el ruido del motor del refrigerador que se acababa de encender. ¿Quién era Park Myongson? No la recordaba, pero ella surgiría lentamente. Por su mente pasaban unas señoritas vestidas de chogori blanco y falda negra de mediana longitud, todas se parecían. Quizá por ello no recordaba sus nombres. Localizó el número en la lista que tenía el nombre de Park Myongson. Según el prefijo, ese lugar debía de ser Los Ángeles. Yosop tenía que tomar un avión rumbo a esa ciudad. Los visitantes del pueblo natal en Corea del Norte debían reunirse allí, luego irían a Pekín. En una mano tenía abierta la agenda y con un dedo de la otra marcó los números. Timbró. Después de 10 o 15 señales, cuando iba a colgar el auricular, se oyó una voz débil:

      —Diga…

      —Oiga…

      —¿Quién СКАЧАТЬ