Название: A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba
Автор: Beatriz Bastarrica Mora
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9786075477909
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III. LOS EMPLEADOS DOMÉSTICOS Y LA POSTERIDAD
Cuando en 1888 se requirió a todos los empleados domésticos de la ciudad de Guadalajara —mujeres y hombres; recamareras, mozos, cocineras, cocheros, pilmamas, etc.— que acudieran a la Jefatura Política para que se incluyera su ficha en el Registro de Domésticos que ese año se creaba oficialmente, la profesión de empleado doméstico llevaba ya siglos existiendo en la ciudad, en todo el país. El Registro fue un intento porfiriano de control social que hoy nos permite entender mejor las distintas profesiones que se desempeñaban en este ramo, y nos ayuda también a conocer con precisión cuestiones tan importantes como, por ejemplo, el poder adquisitivo de quienes lo integraron.
Durante todo el siglo XIX las casas de la clase media y alta —en mucha mayor medida las segundas—15 contaron siempre con varias personas que integraban el servicio doméstico, y que en el caso de las familias acomodadas podían llegar a duplicar —muy ostentosamente— en número a la propia familia para la que trabajan.16 El tapatío López Portillo, por ejemplo, menciona en sus memorias siete criadas (sin contar al cochero, portero, etc.) cuando describe el servicio doméstico de la casa de su infancia.
La de doméstico fue una profesión que, durante todo el siglo, funcionó como una fuente constante de trabajo para las capas pobres de la sociedad mexicana,17 sobre todo para las mujeres, y las relaciones que se establecieron entre señores y criados en el interior de los hogares se construían con base en numerosos y variados condicionantes culturales y económicos, constituyendo una representación cotidiana y compleja de las asimétricas relaciones entre clases en el México decimonónico, que en este caso nos interesa por la muy íntima relación que guarda con otro tipo de representación, la fotográfica. Esta relación “Señor”-criado fue normalmente cercana, de roce diario,18 pues gran parte de los empleados vivía en la casa, normalmente en las habitaciones situadas en la planta baja, al fondo de la construcción; y, al mismo tiempo, la muy diversa condición social y cultural de criados y “Señores” propició con frecuencia desencuentros —acusaciones de robo o de falta de interés en el trabajo, críticas al aspecto exterior de los empleados, etc.— que, vistos desde nuestro presente, reflejan, de manera muy interesante, ciertas dinámicas de clase de la época fundadas siempre en la asimetría de la relación.
De modo que, cuando Pedro Magallanes fotografía a una mujer o un hombre para que esa imagen se incluya en el Registro de Domésticos, varias cosas están sucediendo al mismo tiempo, y todas ellas contribuyen de uno u otro modo al resultado final.
Empecemos analizando a las personas fotografiadas, centrándonos en algo de lo que he hablado poco hasta ahora: la fachada personal. En el contexto general del Registro encontramos variadas maneras de construir dicha fachada por parte de los domésticos, algunas seguramente producto casi exclusivo de las muy limitantes disposiciones materiales en las que estas mujeres y hombres vivieron. Un grupo abundante de todas las personas que aparecen en el Registro —aproximadamente un 50 %— muestra un aspecto o bien extremadamente austero, o bien, además de austero, descuidado –por una aparente falta de higiene o por la vejez y desgaste de las ropas–: sencillas camisas de manta o algodón, blusas sin apenas adornos, enaguas lisas, pantalones desgastados y simples… En una gran mayoría de ocasiones, estas personas aparecen fotografiadas sentadas, con un encuadre de medio cuerpo, con la mirada perdida y con una calidad de toma e impresión fotográficas muy modesta. De todos los casos analizados en este primer grupo, ninguno de ellos pertenece a las fotografías que se han podido identificar como hechas por Magallanes,19 y eso es algo que llama poderosamente la atención.
Imagen 5
Fuente: Colección Particular de las hermanas Ana Rosa y Patricia Gutiérrez Castellanos.
Fuente: Registro de Domésticos de la Ciudad de Guadalajara, Archivo Municipal de Guadalajara.
Los individuos retratados por nuestro fotógrafo, salvo contadísimas excepciones, muestran fachadas personales muy cuidadas, en algunos casos elaboradísimas. En el caso de las domésticas, por ejemplo, estas visten enaguas amponas y bien terminadas, a veces con numerosos volantes y tableados; rebozos cuidadosamente portados; y sacos variados, siempre enteros —sin descosidos, con todos sus botones—, y muchas veces, además de conjuntados con la enagua, adaptados de un modo u otro a la moda occidental del momento: puños, cuellos y delantero adornados con chaquira o terciopelo, tejidos planchados y bien conservados, costuras bien armadas. Prendas, en definitiva, que denotan el interés de estas mujeres por construirse ante el mundo —en el que en muchos casos habrá sido el único retrato fotográfico de toda su vida— siguiendo las que consideran que son las directrices estéticas más adecuadas para la sociedad en la que viven. No es esta la ocasión indicada para analizar en profundidad las decisiones de estas mujeres en lo relativo a su ropa; solo diré que estas decisiones fueron tomadas, en mi opinión, desde una agencia que ha sido subestimada hasta el momento, y que se construye sobre el gusto20 muy particular de personas que vivieron en un mundo de representaciones elaboradas a partir de la mezcla de lo indígena, lo mestizo y lo europeizante del México de entonces.
La casi totalidad de estas fotografías fueron tomadas con un encuadre de cuerpo entero o tres cuartos —algunas fueron posteriormente recortadas en forma ovalada para encajar mejor en las páginas de los libros del Registro, pero se adivina sin dudas su formato original—, hecho que aprovecharé para conectar a los retratados con el artífice de los retratos. Tal y como ya apunté en el epígrafe anterior, Pedro Magallanes fue fotógrafo, y también fue burgués. Aunque no contemos con datos biográficos extensos provenientes de diarios escritos o registros públicos, o incluso de la prensa, las imágenes tomadas por él mismo de su familia y de su hogar —que analizaré en el siguiente epígrafe—, nos muestran una vida material inequívocamente burguesa: vestidos y trajes a la última moda francesa, abundancia de criados, casas en Guadalajara y en Chapala. Fachadas personales y ocio ostentoso, a la Veblen.21 Entonces, inevitablemente, la interacción que se producía en su estudio entre fotógrafo y cliente cuando alguna de estas mujeres u hombres llegaba a solicitar su retrato, no era únicamente una interacción profesional, sino también de clase. Un reflejo y a la vez un ejemplo de lo que sucedía cada día en otros espacios de la ciudad, públicos y privados: hogares, iglesias, comercios y calles, por ejemplo. Dice Néstor García Canclini:
En las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX, una clase en formación consagra a través de la fotografía no sólo sus posesiones sino la manera correcta o deseada de poseerlas, y enseña a las clases subalternas cómo debe hacerse las fotos cumplen así una función ratificatoria y otra pedagógica. Las personas y sus objetos, ennoblecidos por el encuadre, delimitan el espacio y las connotaciones que les corresponden, señalan mediante un recargo de sus signos de diferenciación la distancia con los otros.22
García Canclini se refiere concretamente a los retratos fotográficos de los miembros de la élite occidental, que refuerzan su posición social por medio de la construcción sobre papel de una imagen de clase lo más “perfecta” y normativa posible. En el caso que nos ocupa, lo que encontramos, y que en mi opinión resulta tan estimulante para la investigación histórica, son dos clases sociales negociando, a través de diferentes estrategias, la construcción de la imagen de una de ellas, pero según las representaciones mentales, expectativas y reglas prácticas de ambas. O dicho de otro modo: observamos
cómo una empleada doméstica —que ha invertido mucho tiempo y recursos23 СКАЧАТЬ