A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba. Beatriz Bastarrica Mora
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СКАЧАТЬ y campesinas.

      En la misma localidad de Chapala, Magallanes fotografiará a familiares y amigos en los jardines de sus viviendas o a la orilla del lago, realizando actividades diversas, y casi siempre posando ostensiblemente para el fotógrafo, algunas veces de modo claramente preparado y bastante artificial, y otras recreando escenas pretendidamente espontáneas.

      Imagen 6

      Fuente: Colección Particular de las hermanas Ana Rosa y Patricia Gutiérrez Castellanos.

      Es, desde mi punto de vista, en esta serie de imágenes donde encontramos a un fotógrafo moderno en toda la extensión de la palabra. Fuera del estudio, Magallanes se decide a experimentar con encuadres, composiciones, luces y profundidades de campo múltiples, y desde luego alejados de los límites conceptuales impuestos desde París por Disderi tanto tiempo atrás, y mucho más cercanos a la retórica de la pintura. A nivel narrativo, lo que vertebra la serie —salvo en el caso de los paisajes sin figuras—, es un elegante equilibrio entre lo público y lo privado, lo social y lo familiar, lo espontáneo y lo estetizado, que se repite en casi todas las escenas, gracias a estrategias de representación que incluyen, por ejemplo, la ubicación de sus modelos en un entorno público, como la orilla del lago, o la toma de una imagen muy posada en un espacio privado, como el jardín de una casa. Tanto en el primer caso como en el segundo, el fotógrafo incluye, voluntaria o involuntariamente, en la imagen a personas de otras clases sociales: pescadores, cocheros, campesinos que pasaban por ahí con sus burros y sus cántaros, o incluso criados, al fondo de una escena de brindis familiar, colgando pulcramente la ropa a secarse al sol. Y el resultado son imágenes híbridas, costumbristas en cierto modo, y preponderantemente teñidas de una intención de clase sobre la que hablaré más en profundidad a continuación.

      24 En los albores del siglo XX la villa de Chapala, a orillas del lago del mismo nombre y a 45 kilómetros al sur de Guadalajara, se convirtió para las élites tapatías en una alternativa a la de San Pedro para el descanso y el ocio ostentoso, especialmente atractiva porque, al parecer, allí acudían no solamente familias de la capital de Jalisco, sino también de la ciudad de México, con lo que las posibilidades para desarrollar una vida social intensa y redituable en términos de la construcción de redes de sociabilidad aumentaban. El lugar se volvió tan conocido entre las élites que el mismo Porfirio Díaz llegó a pasar allí unos días en abril de 1908. La Gaceta de Guadalajara, 1 de mayo de 1904; “En Chapala”, El Kaskabel, 26 de abril de 1908, núm. 142. BPEJ.

      V. CONCLUSIONES

      La obra de Pedro Magallanes tiene características valiosas para la historia de la fotografía desde múltiples puntos de vista.

      Como profesional inserto en la fotografía mexicana porfiriana, a nivel estético Magallanes se nos aparece como un fotógrafo con un sentido de la luz y la composición muy profesionales y a la vez delicados, en todas las áreas en las que trabajó. Sus fotografías de estudio siguen las pautas más extendidas en el momento, que fueron compartidas por sus compañeros de profesión como Justo Ibarra (uno de los primeros), Octaviano de la Mora, Mercado, Carlos H. Barriere, Henry Ravell, Arturo González, Genaro Ruezga, Abraham Velázquez, Ramón G. Fuentes, Carlos Guerra, y otros. En su estudio, Magallanes se atiene, cuando de retratar a mujeres, hombres y niños se trata, a las normas básicas de su época, aunque con un matiz del que me ocuparé enseguida, y que seguramente quien lee estas líneas ya habrá deducido.

      Los retratos familiares y los paisajes, fundamentalmente los que fueron tomados en Chapala, con toda probabilidad con una cámara alemana de gran formato, muy costosa en la época, muestran por su parte, con frecuencia, una tendencia al pictorialismo bastante evidente, que aprovecha la luz natural para crear atmósferas sugerentes y construir ambientes con cierta carga romántica, como por ejemplo la pareja retratada en una barca, o las imágenes de su esposa Clotilde a la orilla de la laguna, ataviada con su vestido de té, tan de moda en la Belle Epoque. Las personas que aparecen en estas fotografías posan, pero, aparentemente, lo hacen por el bien de la imagen, no tanto por el de la presentación de sus propias fachadas personales, como sí sucede en un retrato de estudio, aunque estas, desde luego, no sufren con su aparición en las imágenes. A continuación, analizaremos por qué esto sucede solo en apariencia en varios de los ejemplos recolectados.

      En varias de las imágenes que mostré como ejemplo de las fotografías tomadas en Chapala (imagen 6), Magallanes introduce a grupos de gente de su entorno familiar y social en escenas a medio camino entre lo espontáneo y lo preparado. Si analizamos las fotografías por planos de profundidad, observaremos que, en un primer plano, siempre encontramos a integrantes del grupo social del fotógrafo. A lo lejos, en un tercer o cuarto plano, el “pueblo”, los habitantes de Chapala, las criadas, los cocheros, los pescadores, ayudan a construir un fondo pintoresco, bucólico, pastoril, “campestre”, con cierta dosis de idealización —de otro modo sería imposible que fuera bucólico— muy del gusto de la época. Lo hacen, eso sí, en la distancia, sin llegar a resultar amenazantes o contaminantes para el ambiente de los primeros planos. De este modo, aunque las fotografías no son exactamente retratos de individuos o de grupos concretos, acaban siendo retratos de clase, o, mejor, de clases. Pues el pueblo es el pueblo, y ahí está, al fondo de la escena, observando en la distancia cómo la élite reposa sobre la hierba, o brinda alegre en copas de cristal. En estas imágenes, Pedro Magallanes, que parece hacer suya aquella máxima de Susan Sontag que dice que “fotografiar es conferir importancia” se nos muestra como un fotógrafo bien inserto en su propia clase social, consciente de cuál es su lugar, quien, por obra y gracia de la propia estructura social en la que vive, y de la cual no es responsable y sobre la cual tampoco tiene en realidad mucho control, termina elaborando imágenes que son fiel reflejo de esta estructura tan marcada, tan definitiva, tan porfiriana. Y esto, analizado junto al trabajo que hará de vuelta a la ciudad, en su estudio, con las mujeres y hombres que acuden a retratarse para el Registro de Domésticos, crea un efecto de contraste a ojos actuales que resulta muy enriquecedor a la hora de analizar las mentalidades de la época.

      Porque de las miles de fotografías que encontramos en este Registro, la mayor parte de las más elaboradas, de las más atentas a la representación meticulosa y con detalle de la fachada personal de las recamareras, cocheros, pilmamas, mozos, nodrizas y costureras, la mayor parte, digo, fue tomada por Magallanes. Estadísticamente estas imágenes no son ni mucho menos mayoría en el contexto general del Registro. De hecho, por ejemplo, en el libro 1 los retratos que muestran tres cuartos de la persona o su cuerpo entero contra un fondo elaborado suponen solamente un 27 % del total. En otros libros, como el 5, el porcentaje es aún más bajo: apenas un 4.68 %. Y no todas fueron tomadas por Magallanes, aunque sí muchas. En un futuro próximo, cuando hayamos finalizado el registro fotográfico completo de todas estas fichas, podremos establecer estadísticas más precisas. Por el momento, lo que ya estamos en condiciones de observar, sobre todo al calor de la comparación entre estos retratos y otros, es una, en mi opinión, cierta intención por parte de Magallanes de dignificar la imagen de las domésticas y los domésticos que acudían a su estudio a retratarse, y/o quizás también de mantener el nivel de calidad de su trabajo siempre alto, con independencia de quién sea su cliente, o, sobre todo, del uso que se le vaya a dar a las fotografías tomadas por él.