Название: A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba
Автор: Beatriz Bastarrica Mora
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9786075477909
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En realidad, yo ya había tenido un encuentro historiográfico previo con él, pues muchas de las fotografías que integran el archivo de las hermanas Ana Rosa y Patricia Gutiérrez Castellanos, acervo que compuso y compone una parte importantísima de las fuentes visuales que usé para mi investigación doctoral sobre el vestido y la moda en Guadalajara entre la Reforma y la Revolución, llevan su firma. Una antepasada de las hermanas, quienes son biznietas del General y ex gobernador de Jalisco (1886-87) Francisco Tolentino, llamada Clotilde Cruz, se casó con el fotógrafo probablemente a finales de la década de 1880 o inicios de la de 1890, y las numerosas fotos de su álbum familiar, tomadas por Magallanes en diferentes lugares y circunstancias, terminaron en la colección de las hermanas Castellanos.
Si hasta el momento de mi epifanía Magallanes me había interesado, circunstancial y lateralmente como fotógrafo debido a su estilo, más dinámico, y más moderno que el de la vaca sagrada de la fotografía tapatía en aquellas fechas, es decir, Octaviano de la Mora, a partir del hallazgo de la imagen firmada, la cosa cambió completamente. Y es que, más allá de la lógica y universal curiosidad que cualquiera sentiría frente a un enigma como este, mis razones para interesarme profundamente en la figura de Magallanes se enraízan en la corriente de pensamiento que ve en la fotografía histórica mucho más que una ilustración visual de acontecimientos “importantes”, y que dota a la cultura de las imágenes de un lugar propio en el pensamiento y la creación historiográficos.
El más obvio entre mis motivos para estudiar a este fotógrafo no es particularmente original: es evidente que tanto la biografía personal como la profesional de Magallanes abonan a la historia de la ciudad de Guadalajara y a la historia de la fotografía en México. Magallanes debe ser estudiado para enriquecer esta historia, para dotarla de más personajes y matices. ¿A qué me refiero exactamente? Tal y como nos dice Peter Burke, la vida cotidiana, política, religiosa, la vida con mayúsculas y minúsculas de una sociedad, puede comprenderse mucho mejor a partir de la densa información con la que están cargadas las representaciones visuales que esta produce. Y las fotografías forman parte de este acervo visual. “Las fotografías” dice Burke, además, “no son nunca únicamente un testimonio de la historia: ellas mismas son algo histórico”.6 Son particularmente valiosas, por ejemplo, como testimonio de la cultura material del pasado, tanto por lo que muestran como por ellas mismas como objetos. Y es precisamente por eso que en el caso de mi investigación doctoral había reunido miles de ellas.
Las representaciones que, concretamente en los retratos de estudio decimonónicos, se hacen de las fachadas personales7 de quienes acudieron a fotografiarse son, por otro lado, un arma de doble filo, que debe manejarse con precaución a la hora de analizar dichas fachadas. Esto es así porque, volviendo a lo que nos dice Burke, las convenciones del género del retrato de estudio tuvieron, al menos hasta 1900, casi siempre la intención de representar al retratado o retratada de una forma favorable, también bastante rígida. Así, los modelos solían ponerse sus mejores galas para posar, incluso si estas eran prestadas por algún conocido o por el propio fotógrafo, y lo hacían con la mejor actitud posible —a más “elegante” según las convenciones de la época—, de modo que los historiadores nos equivocaríamos si tratáramos de ver estos retratos como un testimonio fidedigno de la vestimenta cotidiana y del lenguaje corporal de las diferentes clases sociales que pasaron por delante de la lente del fotógrafo.
Los fotógrafos tenían, además, reglas escritas y sobre entendidas de cómo retratar a mujeres y hombres, a niños y adultos. El ya mencionado Octaviano de la Mora, por ejemplo, quien era mayor que Magallanes, pero trabajó en la ciudad en la misma época que él, fue conocido por intentar captar la personalidad del retratado por medio de la utilería, especialmente elegida para cada ocasión, de la luz y de la pose, que adaptaba en cada caso, según el sexo, la edad y la profesión de su cliente, siempre de acuerdo a la última moda fotográfica de su tiempo.
De este modo, dos visiones diferentes intervenían en la creación de cada una de las representaciones que salieron de su estudio: la del retratado y la suya propia. Así, por ejemplo, mientras que la representación de niños requería que éstos fueran retratados con colores claros, la de mujeres jóvenes se obtenía incluyendo flores, buqueteros, jardines o barquichuelos en la escenografía. En los retratos femeninos, además, la indumentaria se convertía en acompañamiento monumental —por el diámetro y volumen de la falda, en Guadalajara sobre todo a comienzos de la década de 1870— e imprescindible, lo que justifica el hecho de que tanto De la Mora como otros fotógrafos de la ciudad contaran con prendas de vestir en su estudio para prestar a sus clientas, en caso necesario.8 Los hombres, destinados por tradición a las ocupaciones más “serias”,9 debían ser representados en compañía de libros, escopetas o chisteras, símbolos de autoridad elegidos en función de su edad y condición social.10
Así, entre fondos pintados, ropas particular y meticulosamente elegidas para la ocasión, y poses muy preparadas, el estudio del fotógrafo podía convertirse en una suerte de limbo, en un lugar y un tiempo suspendidos, en el que llegaban a camuflarse las diferencias existentes entre las clases sociales, al ofrecer los fotógrafos a sus clientes lo que Burke ha denominado una «inmunidad transitoria de la realidad».
“Tanto si son pinturas como si se trata de fotografías”, nos dice Burke,
[…] lo que recogen los retratos no es tanto la realidad social cuanto las ilusiones sociales, no tanto la vida corriente cuanto una representación especial de ella. Pero por esa misma razón, proporcionan un testimonio impagable a todos los que se interesan por la historia del cambio de esperanzas valores o mentalidades.11
Es decir, el fotógrafo retrata, además de personas, vestiduras y fondos físicamente reales, todo un conjunto de ideas que componen las mentalidades y habitus de la época y, en este sentido, su aportación a la historia de las ideas de las sociedades es invaluable.
Y eso es, precisamente, lo que mi inesperado encuentro “serendípico” con la fotografía de Pedro Magallanes en el mercado de antigüedades me proporcionaría. Quiero pasar a continuación a analizar detenidamente el legado del fotógrafo, para observar este y otros fenómenos y, con suerte, alcanzar algunas conclusiones.
Para ello, he reunido y clasificado la obra hallada por mí de Magallanes –toda ella extraída de la colección particular-familiar de las hermanas Gutiérrez Castellanos– en tres grandes grupos: los retratos de estudio de la burguesía, los retratos de estudio para el Registro de Domésticos —en cuyo análisis me extenderé más profundamente— y las fotografías, más íntimas y espontáneas, tomadas para el álbum familiar. Algunas de las últimas tienen una fuerte carga artística, pero, al haber sido encontradas en el espacio íntimo y cerrado del álbum de familia, he decidido mantenerlas en el tercer grupo.
4 El Registro de Domésticos es un conjunto de nueve libros que recogen más de cuatro mil fichas, cada una correspondiente a una persona concreta, que se desempeñó como empleada doméstica en la ciudad de Guadalajara en algún momento entre 1888 y 1894. Las fichas, además de incluir una descripción física de la persona, recogen su lugar de procedencia, su edad, su estado civil, su empleo y empleadores y su sueldo. Cada ficha cuenta, además, con una fotografía de estudio que retrata a la persona en cuestión. En ocasiones esta fotografía es de medio cuerpo, y en otros casos es de cuerpo entero. Las imágenes fueron tomadas por diferentes fotógrafos y cada empleado doméstico tuvo que comprar al menos dos, pues a su ficha en el Registro se añadía un carnet, con la misma información, en el que sus sucesivos empleadores podían ir anotando lo que consideraran conveniente acerca del desempeño de su empleado en su casa. Para más información, revisar el texto de Robert Curley citado en Camacho, 2006.