Verdad tropical. Caetano Veloso
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Название: Verdad tropical

Автор: Caetano Veloso

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789878303239

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СКАЧАТЬ el acto de cantar justifica mi adhesión a la carrera. Mi primera presentación pública, a los ocho años, fue en un programa de la radio de Santo Amaro en el que, al escuchar la introducción orquestal de la marcha Toureiro de Madri, que yo mismo había elegido, entré cantando en otro tono, y me descalificaron de inmediato. En la adolescencia, sin embargo, ya era el cantante favorito de todos en la escuela, pero hoy todavía sigo teniendo miedo de equivocarme de tonalidad como en aquel episodio del “Torero”. Me imaginé dando clases de filosofía en el secundario, o de inglés. Pensaba volver a estudiar para poder enseñar. Siempre me atrajo la carrera de profesor, estar entre jóvenes y explicar cosas, que un grupo de personas me admirara y agradeciera mi saber era una fantasía frecuente.

      Pero mis amigos me empujaban hacia la música y hacia Río. Gil exigía mi participación. Un día de 1965, Solano Ribeiro, un joven productor de San Pablo, vino a Salvador en busca de canciones para un festival que dirigía en la TV Excélsior. Quería que le señalara nuevos talentos aún sin descubrir e insistía en llevar una canción mía. Me pareció gracioso que me tratara como alguien ya establecido en la profesión. Le di la canción Boa palavra, que había escrito a partir de estribillos de sambas de roda del valle de Iguape. La canción llegó a la final y atrajo la atención de algunos pesos pesados. Fue un festival memorable en el que Elis irrumpió en el escenario cantando Arrastão, de Edu Lobo y Vinicius de Moraes. Después de ese festival, los productores de los otros canales también fueron más receptivos y comenzaron un tipo de programación que transformó tanto la televisión como la música. La idea de los concursos de canciones (los “festivales”) había sido tomada del Festival de San Remo, en Italia, pero en Brasil, por lo que se vio en esa primera experiencia, adquiriría características diferentes y otro peso. La actuación de Elis les había mostrado a los dueños de la TV Record (la competencia de Excélsior en San Pablo) cuán atractiva para el público brasileño podía ser la MPB, el alcance de su potencial audiencia y prestigio: la invitaron a conducir un programa semanal, O Fino da Bossa, y le pidieron a Solano Ribeiro que produjese allí festivales similares. Gilberto Gil, que vivía en San Pablo y mantenía a su mujer y sus dos hijitas, aparecía con frecuencia en O Fino da Bossa. La MPB empezó a ser tomada muy en serio en Brasil, en todo sentido: desde los aspectos específicamente musicales hasta los literarios y políticos; había un aura de misión ligada a las canciones.

      Independientemente de lo significativo de mi éxito, mi ida a Río fue verdaderamente una rendición frente a las presiones de Roberto Pinho. Alvinho Guimarães me había presentado a Roberto (¡es notable cómo parece que Alvinho me hubiese presentado todo y a todos!) como alguien de ideas originales y un corazón grande y puro. Me impresionó desde los primeros encuentros por la seguridad con la que profería sus observaciones a la vez realistas y proféticas. Había sido un discípulo del profesor Agostinho da Silva, un intelectual portugués que había venido a Brasil escapando de la dictadura de Salazar, y luchaba por superar la era de la civilización regida por el protestantismo del Norte; la paradójica tensión de su Sebastianismo de izquierda (así era llamada esa aspiración) parecía atenuada por un realismo lúcido y abierto, no típicamente místico. Así y todo, no me resultaba del todo claro si Da Silva estaba envuelto por la nostalgia de un tipo portugués de cristianismo medieval o por la intuición de un camino nuevo e inventivo. Pensé que probablemente sería esto último, pero yo también estaba en un momento en el que era vulnerable a ciertas coincidencias entre la suerte y las “revelaciones”, lo que es simplemente otro modo de decir que estaba entregado a la superstición. Roberto defendía a Jung contra Freud (nunca me convenció) y, naturalmente, recomendaba Lo sagrado y lo profano, de Mircea Eliade. Enseguida se pondría de moda La rebelión de los brujos, de Jacques Bergier y Louis Pauwels, dos reafirmaciones de la continuidad entre el mundo diurno y otros niveles de experiencia y la nostalgia de la vida imaginativa de la Europa preiluminista. Fantaseábamos con un futuro diferente de los que ofrecían las alternativas marxista y capitalista. Más tarde, el nombre de Pauwels, junto con el del gran Eliade, sería asociado con publicaciones de extrema derecha en Europa (en las que los rastros evidentes de fascismo no estaban ni siquiera disimulados). El profesor Agostino, interesado en vincular a Brasil con África y Oriente, nunca fue un reaccionario radical: amaba ver en Portugal (el país más antiguo de Europa, unificado y constituido en Estado-Nación desde el siglo xii) la propuesta de un futuro espiritualmente ambicioso, sin negar los frutos de la pasión nórdica por la tecnología. Y, cuando decía con insolencia que “Portugal ya civilizó Asia, África y América, le falta civilizar Europa” mostraba sobre todo que quería oponerse a los poderosos. Y, si bien esto me fascinó más de lo que me persuadió, Roberto Pinho logró convencerme de que aceptara mi destino y fuera a Río y a San Pablo a hacer música, porque grandes cosas me sucederían.

      Yo no creía en el aspecto trascendental del consejo. Pero, combinado con la insistencia de Alvinho, con la exigencia de Gil, con la complicidad de Dedé y el acuerdo de Duda –y sobre todo con mi incapacidad de crear otras alternativas–, la presión de Roberto parecía estar más basada en la observación de posibilidades reales que en visiones venidas de otro mundo: seguramente él consideraba mis canciones más originales y yo le parecía más inteligente de lo que yo era capaz de admitir. Durante mucho tiempo, me quedé en Bahía sin mover un dedo para organizar mi partida a Río, sin siquiera pensar en conseguir un lugar donde vivir allá, hasta que, en el Carnaval de 1966, Roberto me presentó a un artista gráfico chileno llamado Alex Chacón, que había venido de Río para colaborar con él en no sé qué proyecto. Alex adhirió inmediatamente a la campaña en favor de mi partida. No recuerdo que me haya oído cantar en Salvador. ¿Qué lo había hecho colaborar con tanto entusiasmo en la campaña? ¿Mis conversaciones? ¿La grabación de Bethânia de A manhã? Recuerdo haberlo escuchado hablar con un entusiasmo cómico de la locura del Carnaval de Bahía, estaba impresionado y decía que solo podía ser el diablo en persona quien tocara la mandolinita del trío eléctrico. Él mismo parecía un diablito, muy flaco y menudo, con ojos extremadamente vivos y el acento enfático de las personas de lengua española. Le pregunté cómo quería que yo abandonara una tierra como esa. Alex cambió inmediatamente de tono y dijo que en relación a eso no había discusión posible: me ofrecía vivir en su departamento. Estaba casado con una brasileña a la que los padres le habían dejado un amplio departamento en la avenida Nossa Senhora de Copacabana, casi en la esquina de la calle Santa Clara, donde vivían sin hijos. Cerca de dos meses después, alentado por Dedé –que decidió mudarse a Río por mí–, llegaba en autobús a la estación de Río de Janeiro donde me sorprendía la adorable cantante Sylvia Telles, que me esperaba con un perrito en brazos. Me llevó en coche hasta el departamento de Álex y me dijo que, en cuanto estuviese listo, iríamos ese mismo día a la casa de Edu Lobo. Este, un gran compositor que en ese momento estaba en la cresta de la ola, me recibió esa misma noche con un cariño e interés sinceros de los que nunca me olvidaré. Esa es la imagen de la hospitalidad con la que Río, a pesar de los prejuicios que descubrí más tarde, me recibió. Será siempre la medida de mi gratitud –a pesar de las crisis de furia– hacia aquella ciudad que João Gilberto llama “la ciudad de los brasileños”.

      PARTE II

      TRANCE

      Si el tropicalismo se debió, en alguna medida, a mis actos y mis ideas, tenemos que considerar el impacto que produjo en mí la película Tierra en trance, de Glauber Rocha, en mi temporada carioca de 1966-1967, como desencadenante del movimiento. Mi corazón dio un vuelco en la escena de apertura cuando, al son del mismo cántico de candomblé que estaba en la banda sonora de Barravento –el primer largometraje de Glauber–, se veía aproximarse, en una toma aérea del mar, la costa brasileña. Y, a medida que el film avanzaba, la inmensa fuerza de las imágenes que se sucedían confirmaba la impresión de que ciertos aspectos inconscientes de nuestra realidad estaban a punto de revelarse.

      A esa altura, el joven director bahiano Glauber Rocha era un verdadero líder cultural. Después de rodar Barravento, cuando todavía vivía en Bahía, impactó a directores y críticos europeos con Dios y el diablo en la tierra del sol, un film cuya belleza salvaje nos excitó a todos porque nos hizo sentir que era posible un gran СКАЧАТЬ