Verdad tropical. Caetano Veloso
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Название: Verdad tropical

Автор: Caetano Veloso

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789878303239

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СКАЧАТЬ Motta, con Dasinho y conmigo frente al bar de Bubu en Santo Amaro en 1959 cuando íbamos a escuchar Chega de saudade. También estaba conmigo, con Gal y con Gil, algunos años más tarde, en Salvador, cuando nos sentábamos a cantar bajito o a oír las armonías de las grabaciones de João o de Carlos Lyra que Gil sacaba en la guitarra. Ella era más joven que nosotros y se podría decir que nació y creció junto con la bossa nova; no tuvo que pelear por ella. Pero fue sobre todo su temperamento el que la mantuvo apartada. Después de todo, Gal Costa es solo un año mayor que Bethânia y ella encontró su estilo en la bossa nova. Éramos amigos de la gente del Teatro dos Novos, un grupo disidente de la Escuela de Teatro, que el director João Augusto Azevedo había formado con brillantes ex alumnos (como Othon Bastos, que hacía de Corisco en Dios y el diablo en la tierra del sol). Nos prestaban discos, tanto de jazz como de canciones francesas y de Broadway. Y, mientras que yo prefería a Chet Baker, Bethânia prefería a Judy Garland. Rodeada de tantos bossanovistas, ella extrañaba la dramaticidad de los sambas antiguos y, mientras nosotros la impulsábamos a escuchar Ella o Miles, ella se inclinaba por Edith Piaf. De cualquier modo, ninguno de nosotros despreciaba el gusto del otro. Con el correr del tiempo, descubrimos que Billie Holiday satisfacía plenamente las ansias estéticas de las dos tendencias y que Amália Rodrigues, la extraordinaria cantante portuguesa de fados, sobrevolaba por encima de ellas.

      Un día un artículo de una revista americana citó a Ray Charles diciendo que la bossa nova era el “viejo ritmo latino” de siempre, pero más sincopado. Esa misma semana Carlos Coqueijo, un crítico y melómano apasionado, además de un amigo de João Gilberto, dijo que a João no le interesaba en absoluto Ray Charles y lo consideraba un cantante folk. No fue difícil para mí entender que un bluesman que vinculaba lo más tradicional con el pop y cuyo canto parecía ser el reverso del de Nat King Cole (el de Johnny Martins, por el contrario, era como el barniz de su superficie pulida) desdeñase la bossa nova, ni perdonarle la referencia displicente a un genérico “ritmo latino”. Tampoco me costó entender el desprecio del creador de la bossa nova (un estilo refinadamente contenido) por lo que le debe haber parecido una mezcla de lo “característico” con lo comercial. Lo más complicado para mí fue saber cómo juzgar el hecho de que me gustase tan profunda y sinceramente la música de ambos. La extraordinaria cantora de fados portuguesa Amália Rodrigues ya era conocida mucho antes de que surgiera la bossa nova y parecía eterna; ni Judy Garland ni Edith Piaf (además de ser y sonar como algo del pasado) llegaron a conmoverme tan profundamente como a Bethânia; Billie Holiday era una novedad que llegaba del pasado, pero era cool como los más cool. Ray Charles nos apasionaba y proporcionaba alimento para nuestra hambre de modernidad, con un estilo totalmente diferente del de João o Jimmy Giuffre o Chet Baker o Dave Brubeck. Recuerdo una tarde que pasé escuchando una y otra vez la grabación de Ray Charles de Georgia on my mind en nuestro departamento de Salvador, llorando porque extrañaba Santo Amaro. Era una nostalgia trascendental: la experiencia de la belleza del canto hizo que todo aquello que desde hacía tiempo era solo materia de la memoria volviese a estar presente, y más presente que nunca. Viví esa sensación con más verdad que la primera vez. Muchos años después, cuando leí ese efecto descripto por Proust y por Deleuze (en sus comentarios críticos sobre Proust), sentí el impulso de escribir la canción Jenipapo absoluto:

      Cantar é mais do que lembrar

      Mais do que ter tido aquilo então

      Mais do que viver, do que sonhar

      Pero mantuve mi jerarquía: João era la información principal, la primera referencia, más allá de ser la fuente central de disfrute estético. Además de Proust, en ese momento leí Guimarães Rosa, Stendhal, Lorca, Joyce; vi películas de Godard y Eisenstein; escuché Bach; miré el arte de Mondrian, Velázquez, Lygia Clark. Y llegó también el tiempo de Warhol, la vuelta a los films de Hitchcock que ya había visto, el tiempo de Dylan, Lennon, Jagger. Pero siempre, en todo momento, volvía a mi pasión por João Gilberto para encontrar una base y reestablecer la perspectiva.

      Posiblemente a Bethânia le gustara Ray Charles tanto como a mí, pero no se dedicaba a escucharlo con tanta asiduidad, ni les daba a esas audiciones el carácter de cuasi investigación que yo les atribuía. Cuando llegó el momento del tropicalismo –en el que fueron convocados varios estilos extrovertidos y el cool de la bossa nova– aparecía solo eventualmente y como un elemento más de las canciones-collages, Bethânia hizo uno de los primeros anuncios (atrayendo mi atención hacia lo que ella consideraba la “vitalidad” de Roberto Carlos y sus colegas de la Jovem Guarda), y uno de los principales eslabones entre lo que hacíamos y lo que estábamos empezando a hacer era mi gusto por la música de Ray Charles. Nadie podrá encontrar ni un resquicio de la influencia de Ray Charles en la producción tropicalista. Y al principio Maria Bethânia parecía ofrecer una resistencia contra el tropicalismo. Pero las razones por las cuales decidí que esos dos nombres aparecieran juntos en este comienzo de historización del movimiento no son del orden de las semejanzas.

      Cuando esas ideas que desembocarían en el tropicalismo empezaron a surgir entre nosotros, Bethânia ya era famosísima. Sucedió durante la noche, en 1964. Yo estaba pasando las vacaciones de verano en el campo de mi amigo Pedro Novis, en el valle de Iguape, entre Santo Amaro y Cachoeira. Adoraba a Pedrinho y estaba maravillado con el campo, pero, a los pocos días de estar allí, empecé a pensar inexorablemente en Maria Bethânia. Me imaginaba que Bethânia me necesitaba con urgencia y que eso tenía que ver con los shows del Vila Velha. Cuando le conté a Pedrinho, se mostró doblemente incrédulo: no existían las premoniciones y la única explicación posible era que yo estuviese avergonzado por no querer quedarme en el campo. Por el contrario, me sentía en la obligación de irme contra mi voluntad. De cualquier manera, no había medios para ir a Salvador y él nunca le habría dicho a su padre que tenía que hacer un viaje imprevisto por un motivo tan absurdo. Dormí inquieto. A la mañana siguiente llegaron de sorpresa unos parientes de Pedrinho que se quedarían a almorzar y luego seguirían viaje: estaban allí de paso hacia Salvador. Decidí ir con ellos, pero Pedrinho no aceptó. Su indignación y la inconsistencia de mis motivos me paralizaron. Al ver partir la camioneta tuve certeza de que Bethânia tenía que tenerme a su lado. Pero Pedrinho, todavía furioso, destacó el hecho de que yo hubiese perdido la única oportunidad de poner en práctica mi idea sin sentido. Sin embargo, a la noche, durante la cena, el doctor Renato, padre de Pedrinho, dijo medio solemnemente que tenía que viajar a Salvador y que partiría a la mañana siguiente bien temprano. A la mañanita me fui de Iguape, dejando a mi amigo entre enojado y perplejo. Ya en el camino tuve conciencia de lo ridícula que era la situación e internamente quise volver, pero ni se me cruzaba por la cabeza decírselo al doctor Renato. Como la ruta pasaba por Santo Amaro, decidí saltar allí e ir a visitar a mi hermana Mabel ya que, ahora totalmente escéptico, no quería llegar a Salvador. Sorprendido, el doctor Renato hizo la parada y se despidió de mí sonriendo intrigado. Cuando me descubrí caminando hacia la casa de Mabel, pensé que tal vez Bethânia estaría allí y era por eso que no había seguido hasta Salvador. Mabel me recibió sorprendidísima al verme frente a su puerta tan temprano. Le pregunté enseguida si Bethânia estaba con ella. Con una mirada espantada me contestó que claro que no, que Bethânia ni siquiera tenía planes de ir a Santo Amaro. Me relajé, entre aliviado y decepcionado, y decidí de una vez por todas dar por terminado el asunto. Pero poco antes del almuerzo –para nueva sorpresa de Mabel– llegó Bethânia. De inmediato le pregunté qué pasaba, si necesitaba hablar conmigo. Le pareció que mi pregunta era bastante incomprensible y dijo que había decidido ir a Santo Amaro de repente, sin ninguna razón especial. Durante el almuerzo llamó por teléfono la actriz Nilda Spencer, que quería dejar un mensaje para Bethânia: los productores de Opinião, la comedia musical de mayor éxito de Río, querían invitarla para que reemplazara a la cantante Nara Leão. Nara misma la había recomendado, después de habernos buscado por Bahía, historia a la que volveré más adelante. Aquel día de extraordinarias y sorpresivas llegadas y partidas, fuimos juntos a Salvador donde ya estaban esperándonos dos pasajes de avión. Al día siguiente –siempre respetando la exigencia de mi padre– estaba en Río haciéndome cargo de Maria Bethânia.

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