Название: Verdad tropical
Автор: Caetano Veloso
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789878303239
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Esas discrepancias con el gusto y las posiciones de Boal eran un factor más de la infelicidad de mi estadía en San Pablo. No solo estaba en una ciudad que me parecía fea e inhóspita –un caos de rascacielos, polución y embotellamientos–, también estaba descubriendo que ni siquiera podía insinuar mi modo de ver las cosas en los ambientes generadores de cultura. Y, si bien es cierto que la llegada de Bethânia al estrellato me había abierto puertas en el terreno profesional, eso no significaba necesariamente que la intervención estética que yo consideraba correcta fuera posible.
Todo eso, sin embargo –y a pesar de mi sufrimiento– muestra la riqueza de mi experiencia con Boal. Fue un período de adiestramiento escénico y, por otro lado, me sirvió como una etapa de sociabilidad en un gran centro cultural. Las discrepancias en el punto de vista y la actitud que se encontraban en estado embrionario en aquella época se desarrollaron y profundizaron en dos años y, durante el tropicalismo, teníamos posiciones ostensiblemente antagónicas; pero en ningún momento perdí de vista la importancia de Boal y del Arena. Tengo certeza además de que Boal debe haber visto algo en mí ya que una vez me ofreció el rol principal de una versión politizada de Hamlet.
Resulta conmovedor también pensar que Bethânia, a esa altura ya exitosa en todo el país, compartió el escenario con sus compañeros (desconocidos para el público), obedeciendo la valiente decisión de Boal. De hecho, después de Arena canta Bahia, Boal dirigió otro musical –Tempo de guerra–, en el que Bethânia estaba al frente del mismo elenco de bahianos (sin mí). Como extrañaba Bahía y a mi novia que se había quedado allí –Dedé, una estudiante de danza con quien me casaría dos años más tarde, en pleno tropicalismo–, me fui de San Pablo y volví a Salvador a vivir, noviar y planear perezosamente un futuro de cineasta o profesor: mi incapacidad para orientar los arreglos según mi gusto y mis ideas –cosa que siempre atribuí a la mediocridad de un talento musical que creía imposible de desarrollar– me hacía soñar otra vez con un futuro alejado de la música. A esa altura –y justamente debido a los problemas que tuve que enfrentar en San Pablo– ya no me parecía contradictorio que me gustasen casi con la misma intensidad Ray Charles y João Gilberto y, si bien deseaba que mis amigos músicos también pudiesen pasar de uno al otro en vez de quedar atados a un sub-pré-bebop homogeneizado, yo me estaba preparando para estar a la altura de acoger la siguiente sugerencia de Bethânia: prestarle más atención a Roberto Carlos.
8 Maria Bethânia, tú eres para mí / la señora del ingenio. [N. de la t.].
9 Adiós, mi Santo Amaro / De esta tierra me voy a ausentar / Me voy para Bahía / Voy a vivir, voy a morar / Voy a vivir, voy a morar. [N. de la t.].
10 Murió en 2008, a los 65 años.
11 Cantar es más que recordar / Más que haber tenido aquello entonces / Más que vivir, más que soñar / Es tener el corazón de aquello. [N. de la t.].
INTERMEZZO BAHIANO
Los meses (casi un año) que viví en Salvador fueron felices y sin perspectivas. Dedé y yo íbamos a pasar días enteros en la playa de Itapuã. Fernando Barros, mi compañero del Severino, tenía una casa de veraneo que su madre no usaba casi nunca fuera de temporada y a veces pasábamos dos días seguidos allí. Como los padres de Dedé no lo habrían aprobado nunca, una amiga de ella les mentía diciéndoles que harían un viaje juntas a la isla de Itaparica o al litoral. A la noche, íbamos al Abaeté a tomar cachaça y cerveza y cantar mirando la luna llena. Dedé y yo hacíamos el amor en las dunas, en la casa de Nando Barros, en la playa. Nando era un amigo muy dulce y generoso, y tenía un sentido del humor muy peculiar.
Pero yo sentía cierta ansiedad en relación con el futuro. La música ya se había insinuado como profesión. Más precisamente, se me había impuesto como la huella a seguir luego de que Bethânia fuese un suceso nacional y mi samba, grabado en su disco Carcará, sonara en todas las radios. Yo no tenía lo necesario para ser cineasta: disposición para conseguir financiamiento y falta de inhibición para poder tratar con diversas personas, todas con motivos para estar tensas ante la inminencia de la producción de una película. Abandoné la pintura porque me producía melancolía la alternativa entre hacer cosas para que los burgueses colgaran de las paredes o cosas que nadie pudiera colgar en ningún lado. Las cuestiones estrictamente plásticas fueron perdiendo sentido para mí. Hubiera sido un defensor apasionado del expresionismo abstracto: el director de teatro João Augusto Azevedo y el actor Équio Reis me mostraban reproducciones de Lautrec, Matisse, Picasso (el MAMB –que me había mostrado pinturas de Degas y Van Gogh– había sido clausurado por los militares) y yo seguía admirando los cuadros de los pintores abstractos brasileños Manabu Mabe y Antônio Bandeira, que había adquirido mucha fama por ese entonces. Mondrian era un caso aparte: esos cuadrados y rectángulos rojos, azules y amarillos parecían hechos con regla en las reproducciones y yo, aunque me preguntase, por ese motivo, si eso sería un camino o un callejón sin salida, reconocía esas estructuras por debajo de todo lo que llamábamos “moderno”: edificios, muebles, ropa y las notas sin vibrato del cool y de la bossa nova. La osada investigación llevada a cabo por Lygia Clark pasó casi inadvertida: mi amiga Sônia Castro comentó un día que el abandono total de la poesía tal como la conocíamos la llenaba de dudas. Recuerdo con nitidez la mención de la palabra “piedra” en la descripción que Sônia hizo de una obra de Lygia que formaba parte de una exposición colectiva en el MAMB que yo, no sé por qué, no visité. Creo que Lygia –que estaba terminando un cuadro abstracto que me parecía bello y que la hacía verter lágrimas mientras pintaba– se preguntó si valdría la pena abandonar el óleo, la tela y los pinceles y participar de una exposición con “una bolsa de plástico llena de agua con una piedra encima”. Es curioso que yo tenga ese recuerdo, porque no sé qué podría estar exponiendo Lygia en 1963 y 1964 en Salvador; y lo que eventualmente haya creado debe tener que ver con esa descripción. Pero el comentario de Sônia me fascinó: después de todo yo era el tipo al que le gustaban “cosas locas” y, en 1971, homenajeé el temprano arte de la instalación de Lygia con una canción: If you hold a stone.
De todas formas, yo dejaba que el azar construyera mi destino y, en 1965, descubrí que la música había decidido imponerse sobre mí sin que yo mismo me hubiese decidido por ella. Yo, sin embargo, ofrecía cierta resistencia. En primer lugar, después de la temporada en San Pablo, no tenía ganas de irme de Bahía. También estaba mi auténtica modestia musical. Soy capaz de ser humilde, pero no soy modesto. No me interesa desvalorizarme (o valorizarme a través de la estrategia de subestimarme para provocar protestas) ni tengo vergüenza de reconocer explícitamente el valor o la grandeza de lo que hago o incluso de algunas características personales. Pero considero que mi agudeza musical es mediana y a veces por debajo de la media. Para mi sorpresa, eso cambió con la práctica, pero no me transformé en un Gil, en un Edu Lobo, en un Milton Nascimento, en un Djavan. Reconozco sin embargo СКАЧАТЬ