Название: Antropología de la integración
Автор: Antonio Malo Pé
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones Fundamentales
isbn: 9788432151996
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A pesar de esto, la vida de los seres corporales es un acto inmanente muy especial, pues es el acto de un cuerpo que se comporta como potencia. En opinión de Aristóteles, esto es debido al hecho de que los vivientes orgánicos poseen una estructura hilemórfica, en la que el alma constituye la forma sustancial y el cuerpo orgánico, la materia. De ahí se deduce —de acuerdo con el Estagirita— que lo que vive no es el alma o el cuerpo por separado, sino más bien el compuesto o synolon, formado por alma y cuerpo. Al estudiar la muerte, veremos que el hilemorfismo aristotélico presenta ciertos límites. De todos modos, esa teoría nos consiente pensar el vivir como un tipo de acto, que no es físico, sino psíquico o animado (del griego psychê ‘alma’).
¿Cuál es la relación entre alma y cuerpo? La misma que hay en la naturaleza entre la materia y la forma. En los vivientes —y, por analogía, también en los otros seres materiales inanimados— la materia prima es el sujeto del cambio sustancial o radical, a saber: de su generación y muerte. Sin embargo, la materia prima es —en sí— pura potencia, por lo que, para pasar al acto, necesita una forma sustancial que la actualice, determinándola. En el caso del viviente, el alma es la forma que actualiza la materia organizándola y convirtiéndola en cuerpo vivo. Según santo Tomás, la primera determinación que el alma proporciona a la materia es la cantidad, o sea, la materia dotada de cierta extensión. De ahí que, para el Aquinate, el principio de individuación de los vivientes corporales y, por tanto, también de la persona humana, sea la materia quantitate signata, es decir, la materia señalada por la cantidad[19]. Así, lo que distingue esencialmente unas personas de otras es la extensión propia de la materia de sus cuerpos. Esto no significa, sin embargo, que el alma no sea también principio de individuación. En efecto, puesto que el alma de cada persona es la forma sustancial que determina la extensión del cuerpo, no es posible que sea forma de un cuerpo distinto ni, por consiguiente, que una persona pueda ser la misma con otro cuerpo, a diferencia de cuanto afirma el dualismo platónico y las doctrinas sobre la reencarnación[20]. Como veremos al tratar de la muerte, en el caso de la persona humana, además de la materia cuantificada y el alma, existen otros principios de individuación: el Yo o autoconciencia y la persona con sus relaciones constitutivas. Y todo ello se funda en un principio que es aún más radical: el acto de ser personal. De ahí que el acto de ser constituya el fundamento último tanto de la unidad personal, como de su integración.
Además, puesto que el cuerpo personal es potencia respecto del alma, depende de las condiciones materiales de este el que el alma pueda actuar de modo adecuado y sin obstáculos, es decir, pueda organizar la materia y conducir el viviente a su fin. Las indisposiciones orgánicas (como la ceguera, sordera, insensibilidad táctil) pueden privarlo de alguna de sus funciones sensibles propias y, a veces, incluso de la actualización de la razón y voluntad. Sin embargo, aunque imposibilitado, aquel cuerpo personal sigue teniendo un alma que, como intentaré demostrar al tratar de la inmortalidad, es de naturaleza espiritual. Por otra parte, a diferencia del alma, la vitalidad del cuerpo humano está limitada temporalmente. Tras el desarrollo del cuerpo (crecimiento, sensación, capacidad de engendrar), el alma no es capaz de seguir informándolo con todos sus órganos y funciones, por lo que comienza el declive, que se concluye con la muerte, o sea, con la indisposición definitiva del organismo para ser actualizado.
En la relación entre alma y cuerpo, junto a la causalidad material y formal, hay una causalidad eficiente, en virtud de la cual puede hablarse del alma y el cuerpo como motor y móvil reales, respectivamente. Esta eficiencia no debe interpretarse, sin embargo, en sentido físico, es decir, como nexo constante o secuencia temporal irreversible de dos fenómenos, sino en sentido metafísico, como participación del ser de la causa en el efecto. Así, a diferencia del motor artificial que puede diseñarse y, por tanto, existir antes de su construcción, pero no funciona hasta ser construido, los seres vivos no existen ni actúan antes de ser engendrados. La existencia de estos seres es siempre corporal y, por tanto, se trata de un vivir individual, mientras que el motor del coche, la especie pensada o la así llamada realidad virtual carecen de vida por falta de un cuerpo animado, es decir, de un principio que dé vida al cuerpo. El alma es, pues, causa eficiente intrínseca del cuerpo, ya que, además de organizarlo, lo dota de movimiento y funciones. La necesidad de encontrar la causa eficiente de los seres vivos lleva al Estagirita a sostener que, por ejemplo, la causa del embrión humano es el alma del padre, cuya eficiencia se transmitiría al semen. Al alma paterna y al semen debería añadirse la acción del sol, que produce el movimiento y el calor en el mundo sublunar. La biología y la genética actuales muestran, sin embargo, que el zigoto no requiere una causa eficiente distinta de la que se encuentra ya en él, es decir, le basta estar dotado de un determinado código genético.
Por último, el alma es también la causa final del cuerpo, como el ver es la causa final del ojo, o el cortar, la del cuchillo. En efecto, el cuerpo existe porque tiene vida, porque posee un acto primero o alma. De ahí la definición aristotélica: el «cuerpo natural orgánico que tiene la vida en potencia». Cuando el cuerpo pierde su alma o fin, se desorganiza y corrompe hasta convertirse en un montón de sustancias inorgánicas.
En definitiva, entre alma y cuerpo existe una relación análoga a la que hay entre la estatua y el escultor en el acto de esculpirla. En el David de Miguel Ángel, por ejemplo, encontramos cuatro causas constitutivas de esa obra de arte: la causa eficiente es el gran escultor florentino; la causa formal, la figura del joven pastor hebreo, que el escultor poseía en su fantasía antes de esculpirla en el mármol; la causa final es el objetivo ornamental de la estatua, y la causa material, un determinado bloque de mármol de Carrara. También en la relación entre alma y cuerpo encontramos esas cuatro causas. Sin embargo, aunque teóricamente podamos distinguirlas, en el acto de vivir tres de ellas coinciden con un mismo sujeto o alma, pues esta es a la vez causa formal, eficiente y final del cuerpo, mientras que el cuerpo es sólo la causa material de cuya potencialidad es educida el alma. El alma es, por tanto, forma, pero no a la manera de la figura de la estatua, que puede modificarse sin cambiar la materia y las propiedades del mármol; cuando el alma se separa del cuerpo, este pierde su estructura, funciones y fin, convirtiéndose en un cadáver. Es decir, la vida no es, a diferencia de la forma de la estatua, algo accidental, sino sustancial. Por eso, Aristóteles afirma que «para los vivientes vivir es ser»[21]. La generación y la muerte son cambios sustanciales, como esculpir una estatua o destruirla. Otros, en cambio, son accidentales, como los que se refieren al peso, color, lugar, tiempo, pues modifican el cuerpo sin engendrarlo ni corromperlo. De hecho, el cuerpo cambia precisamente mediante sus accidentes: crece, madura, envejece, manteniéndose el mismo, es decir, un cuerpo de esta o aquella persona.
En resumen, el alma es causa formal, eficiente y final del viviente, mientras que el cuerpo es sólo su causa material. No se trata, sin embargo, de una causalidad entre dos sustancias, sino más bien entre dos coprincipios de un mismo ser vivo: el alma, o principio inmaterial, y el cuerpo, o principio material, ya que el alma de los vivientes corporales, si bien necesita de la materia para actuar, en sí misma es inmaterial.
2) Definición dinámica de alma. Además de una unidad estructural metafísica, el ser vivo posee otra de tipo operativo. ¿Cuál es el principio de este segundo tipo de unidad? Una vez más, el alma. Por eso, en la segunda definición de alma, Aristóteles se refiere a su aspecto dinámico: «Aquello por lo que vivimos, sentimos, nos movemos y pensamos»[22]. Examinémosla con detalle.
En primer lugar, el Estagirita indica cuatro actividades propias de los seres vivos: nutrirse, sentir, trasladarse de un lugar a otro y entender[23]; en segundo lugar, distingue entre el alma o psychê como acto y esas operaciones, considerando el vivir como una actividad más radical, pues, a diferencia de las operaciones, no admite gradación alguna: un viviente no puede estar más o menos vivo, ya que para el viviente vivir es ser; o se está vivo o se está muerto.
Si el alma es acto primero СКАЧАТЬ