Название: Antropología de la integración
Автор: Antonio Malo Pé
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones Fundamentales
isbn: 9788432151996
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c) La autoconservación es la tendencia a preservar la propia vida. A través de los procesos metabólicos de autorregulación —tales como la regeneración de la cola de la lagartija— el organismo vivo intenta afrontar la pérdida de energía, las disfunciones y los daños producidos por esos mismos procesos, cuando no por la enfermedad o el influjo negativo del medio ambiente. A medida que ascendemos en la escala de los seres vivos, la autoconservación deja de tener como fin la simple supervivencia del individuo y la especie, para ponerse al servicio de la individualización, diferenciación y perfeccionamiento del individuo. Ya en el círculo de la vivencia animal, la autoconservación alcanza estratos muy profundos del individuo; por ejemplo, mediante la memoria, el animal logra conservar algunas experiencias del pasado, aumentando así su capacidad para vivencias cada vez más complejas. En la persona, además de las experiencias del pasado, la autoconservación preserva el bien realizado y el conocimiento alcanzado mediante las virtudes éticas y dianoéticas, respectivamente. Pues, las virtudes éticas aumentan la facilidad y placer para actuar bien, mientras que las científicas mejoran nuestro conocimiento de la realidad, permitiéndonos vivir y transformar el mundo de acuerdo con nuestra dignidad de personas.
d) La comunicación consiste en una relación adecuada con la alteridad. Sus formas básicas son los procesos metabólicos, en los que hay un intercambio de sustancias químicas entre los seres vivos y el medio ambiente. Pues, por un lado, el viviente asimila las sustancias para compensar el desgaste de la actividad de su organismo; por otro, elimina las que ya no son útiles o incluso se han vuelto dañinas. Una forma más compleja de comunicación son los cambios con que el ser vivo se adapta al medio ambiente; por ejemplo, el heliotropismo o movimiento de las plantas hacia el sol, la aceleración del ritmo de corazón ante algo que atemoriza, el acercamiento al alimento, la adaptación del organismo a las nuevas condiciones climáticas, como en el caso del ganado en el desierto que es capaz de sobrevivir tres o cuatro días sin beber agua[5]. Todos esos movimientos y acciones no son un mero mecanismo de reacción ante un estímulo o una situación dada, como en cambio sostienen los conductistas, sino más bien una comunicación entre el medio ambiente y el ser vivo, lo que implica por parte de este último la existencia de una autorregulación interna de procesos en relación con variables externas[6]. En el caso del hombre, la comunicación trasciende la relación con el medio ambiente, pues lo conocido por él es la realidad en cuanto tal, es decir, en cuanto real; este tipo de conocimiento permite la formalización de los diferentes ámbitos de la realidad mediante un lenguaje simbólico, así como su transmisión a través de las diversas ciencias, la tecnología y, sobre todo, los mass media o medios de comunicación de masa. La comunicación interpersonal se realiza, sobre todo, a través del diálogo. Pues, a la vez que nos consiente participar de forma más plena en el mundo humano, afina nuestra conciencia de responsabilidad respecto de las comunidades, sociedades y culturas propias y ajenas.
e) La temporalidad es una propiedad del ser vivo en tanto que puede asimilar los cambios. Pues, además de padecerlos físicamente, es capaz de experimentarlos como propios. En efecto, a diferencia de una piedra que no puede asumir el tiempo sino sólo padecerlo, el ser vivo es una realidad que se temporaliza física y psíquicamente, ya que para alcanzar su fin necesita desarrollarse, es decir, requiere tiempo. El viviente no es, sin embargo, puro devenir, sino que asume el pasado en un presente abierto al futuro. Por esta razón, en el viviente no hay involución biológica: el adulto no puede volverse niño sino sólo seguir envejeciendo, ni tampoco saltos en el vacío: el niño no puede convertirse directamente en anciano, pues para llegar a serlo debe pasar por una serie de etapas: preadolescencia, adolescencia, juventud y madurez. Y esto por dos razones: la primera, porque en el presente del adulto se contiene la infancia como un elemento constitutivo, un elemento del que no se puede prescindir; la segunda, porque la niñez es una preparación a la adolescencia, pero no a la vejez. Por otro lado, la temporalidad de la persona, además de biológica y psíquica, es de naturaleza espiritual. A diferencia de la temporalidad biológica, la psíquica y la espiritual se caracterizan por cierta reversibilidad, como se aprecia en el fenómeno de la regresión en campo psíquico y en el de la conversión en el campo espiritual. En efecto, mediante la regresión, la persona que, por ejemplo, no es capaz de afrontar una situación difícil o una crisis puede refugiarse consciente o inconscientemente en una etapa psíquica ya superada[7]; o, mediante la conversión, puede dar un nuevo significado a la totalidad de su existencia, arrepintiéndose del mal hecho y, en definitiva, volviendo a amar. Por eso, puede concluirse que amar es la forma superior de asimilar el tiempo, pues en cierto sentido nos permite disponer adecuadamente de él.
f) La reproducción y la herencia genética pueden entenderse como conservación de la especie y transmisión de determinadas características específicas a los nuevos individuos. Una y otra sirven para contrarrestar la ley de la temporalidad biológica, que en los seres vivos conduce irremediablemente a la muerte. En las personas, la reproducción, mejor aún la procreación, es necesaria para que haya recambio generacional, social y también cultural, mientras que la herencia genética, es necesaria para que haya generaciones, familias y grupos humanos. De hecho, tanto la herencia bio-psíquica —transmitida por generación— como la herencia cultural, son el modo principal para que las experiencias individuales, el conocimiento, las artes, la ciencia y la tecnología, sigan creciendo a pesar de la extinción de generaciones y culturas y, sobre todo, de la muerte de los individuos. La generación, la tradición y la cultura son necesarias, pues, no sólo para sobrevivir, sino sobre todo para vivir con dignidad, es decir, en un mundo verdaderamente humano.
En resumen, de todas las características de la vida hasta ahora vistas, la integración parece ser la más importante, pues requiere la presencia y armonización de las demás.
2. NOCIÓN METAFÍSICA DE LA VIDA
Los aspectos fenomenológicos recién examinados se refieren a una vida concreta, la cual es siempre una forma de ser, ya que para los vivientes ser y vivir se identifican. La vida cuenta así con dos aspectos ontológicos complementarios: la inmanencia y la trascendencia.
1) La inmanencia. La vida es inmanencia o intimidad activa. El ser de los vivientes, al actualizarse, no se pierde: no se aleja de sí, sino que se identifica cada vez más consigo mismo. Sus acciones, en lugar de huir de él, de perderse, permanecen en él perfeccionándolo, reforzando su unidad originaria. Esto explica que cualquier atentado contra la unidad sea también un atentado contra la vida en cualquiera de sus niveles: biológico, psíquico, personal, familiar, comunitario, etc.
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