Antropología de la integración. Antonio Malo Pé
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СКАЧАТЬ se alcanza una unión más profunda entre los elementos que constituyen el ser vivo, las diferentes comunidades y la sociedad; por otro, descubrir la función que la unidad alcanzada desempeña en el desarrollo armónico de las diferencias. Por ejemplo, las tendencias, los afectos y las facultades espirituales, a pesar de ser elementos diferentes del círculo de la vivencia, pueden integrarse en la acción humana. A su vez, la acción humana buena puede dar lugar a la virtud, produciendo de este modo mayor integración de los diferentes elementos de la vivencia, lo que favorece, por otro lado, la humanización de las personas, comunidades y, en general, de la sociedad. De hecho, al igual que un corazón sano facilita el buen funcionamiento de los demás órganos favoreciendo la salud del cuerpo, la acción buena aumenta la capacidad para el bien de todos aquellos elementos que ha integrado (tendencias, afectos, razón y voluntad), pues introduce en ellos una connaturalidad cada vez mayor con el bien querido y realizado. En cierto sentido puede decirse que la integración, al unir lo que antes estaba poco ligado entre sí, se comporta como la forma sustancial que organiza el cuerpo; de ahí que la unidad producida por la integración no sea externa, sino interna, pues permite personalizar la naturaleza humana. La integración logra, pues, no sólo desarrollar la unidad ontológica de la persona, sino también introducir novedades, como las virtudes y las buenas relaciones interpersonales (los llamados bienes relacionales), en los que se supera la perfección inicial de la persona, es decir, la que corresponde a su unión sustancial. De todas formas, el mayor grado de integración y, por tanto, de novedad se encuentra en el don de sí; en efecto, a través del vínculo de amor personal se unifican las tendencias, la afectividad y las potencias espirituales, así como se generan y regeneran las relaciones familiares, comunitarias y sociales.

      c) La autoconservación es la tendencia a preservar la propia vida. A través de los procesos metabólicos de autorregulación —tales como la regeneración de la cola de la lagartija— el organismo vivo intenta afrontar la pérdida de energía, las disfunciones y los daños producidos por esos mismos procesos, cuando no por la enfermedad o el influjo negativo del medio ambiente. A medida que ascendemos en la escala de los seres vivos, la autoconservación deja de tener como fin la simple supervivencia del individuo y la especie, para ponerse al servicio de la individualización, diferenciación y perfeccionamiento del individuo. Ya en el círculo de la vivencia animal, la autoconservación alcanza estratos muy profundos del individuo; por ejemplo, mediante la memoria, el animal logra conservar algunas experiencias del pasado, aumentando así su capacidad para vivencias cada vez más complejas. En la persona, además de las experiencias del pasado, la autoconservación preserva el bien realizado y el conocimiento alcanzado mediante las virtudes éticas y dianoéticas, respectivamente. Pues, las virtudes éticas aumentan la facilidad y placer para actuar bien, mientras que las científicas mejoran nuestro conocimiento de la realidad, permitiéndonos vivir y transformar el mundo de acuerdo con nuestra dignidad de personas.

      f) La reproducción y la herencia genética pueden entenderse como conservación de la especie y transmisión de determinadas características específicas a los nuevos individuos. Una y otra sirven para contrarrestar la ley de la temporalidad biológica, que en los seres vivos conduce irremediablemente a la muerte. En las personas, la reproducción, mejor aún la procreación, es necesaria para que haya recambio generacional, social y también cultural, mientras que la herencia genética, es necesaria para que haya generaciones, familias y grupos humanos. De hecho, tanto la herencia bio-psíquica —transmitida por generación— como la herencia cultural, son el modo principal para que las experiencias individuales, el conocimiento, las artes, la ciencia y la tecnología, sigan creciendo a pesar de la extinción de generaciones y culturas y, sobre todo, de la muerte de los individuos. La generación, la tradición y la cultura son necesarias, pues, no sólo para sobrevivir, sino sobre todo para vivir con dignidad, es decir, en un mundo verdaderamente humano.

      En resumen, de todas las características de la vida hasta ahora vistas, la integración parece ser la más importante, pues requiere la presencia y armonización de las demás.

      Los aspectos fenomenológicos recién examinados se refieren a una vida concreta, la cual es siempre una forma de ser, ya que para los vivientes ser y vivir se identifican. La vida cuenta así con dos aspectos ontológicos complementarios: la inmanencia y la trascendencia.

      1) La inmanencia. La vida es inmanencia o intimidad activa. El ser de los vivientes, al actualizarse, no se pierde: no se aleja de sí, sino que se identifica cada vez más consigo mismo. Sus acciones, en lugar de huir de él, de perderse, permanecen en él perfeccionándolo, reforzando su unidad originaria. Esto explica que cualquier atentado contra la unidad sea también un atentado contra la vida en cualquiera de sus niveles: biológico, psíquico, personal, familiar, comunitario, etc.

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