Название: Antropología de la integración
Автор: Antonio Malo Pé
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones Fundamentales
isbn: 9788432151996
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También hay inmanencia en los actos vitales, como la asimilación de los alimentos, los recuerdos, las imaginaciones, los conceptos, las voliciones, las virtudes, las relaciones interpersonales, etc. La posesión de cada uno de estos fines implica un determinado grado de perfección. Por ejemplo, hay más perfección en comprender los mandamientos que en escucharlos, en ponerlos en práctica, más que en entenderlos… y aún más, en poseer la virtud de la obediencia. Sin embargo, la obediencia no es simplemente un acto o una virtud, sino más bien una relación, en concreto una filiación bien vivida, informada por la pietas y otras virtudes sociales (confianza, sinceridad consigo mismo y con los demás, etc.).
Por último, la inmanencia se manifiesta también en la novedad: en las sustancias que se asimilan, en las sensaciones que se integran y estructuran, en la conclusión que une lógicamente las diferentes premisas, y en el amor que genera y regenera las identidades personales, sus diferencias y relaciones[8].
2) La trascendencia. La trascendencia la otra cara de la inmanencia, pues consiste en la apertura del viviente al mundo y a los otros. En efecto, la inmanencia no es un encerrarse en sí mismo, sino un enriquecimiento de la propia identidad a través de la relación con los otros. Por eso, la inmanencia se vierte en la trascendencia y viceversa. Existe, pues, una proporcionalidad directa entre estas dos realidades: cuanto más inmanente es una acción, tanto mayor es su trascendencia. Con otras palabras: la trascendencia es la sobreabundancia de la inmanencia. De ahí que los grados de trascendencia coincidan con los grados de inmanencia.
Así, la inmanencia del vegetal no va más allá de la comunicación vital con el entorno físico. El vegetal se trasciende sólo para entrar en relación con las realidades de las que se nutre y vive: sustancias minerales, agua, luz, etc. La inmanencia del animal, en cambio, no se limita a una comunicación con lo otro para alimentarse de él, pues puede poseerlo no sólo físicamente, sino también sensiblemente. Por último, la inmanencia de la persona es la mayor posible en el mundo, pues su trascendencia consiste no sólo en poseer física o sensiblemente, sino sobre todo en ser-para otros. En efecto, la inmanencia humana es plena, ya que, además de ir más allá de la propia forma mediante las formas intencionales sensibles, supera también la posesión sensible de estas, pues las contiene en sí intelectual y amorosamente. En tanto que puede poseer de este modo todas las cosas, la persona goza de una trascendencia espiritual, que le permite comunicar el bien, la verdad y la belleza al mundo y a los demás. La trascendencia espiritual consiente, pues, “superar el vivir en el mundo como fin último”. El fin de la persona humana no puede ser su vida individual, ni tampoco la especie o el mundo, pues el hombre se conoce a sí mismo, conoce la propia especie y el mundo, y eso significa trascenderlos. Por eso, el conocimiento humano y la voluntad no se satisfacen con el mundo, sino que tienden al Absoluto, un fin que a todas luces trasciende el carácter finito de la persona humana. Cuando el hombre no quiere reconocer esta aspiración de su corazón, se enfrenta necesariamente con la contradicción de poseer una trascendencia sin sentido, pues no hay nada que trascender, ya que todo lo que existe es finito. Se explica así por qué, según Sartre, la libertad —el nombre que él da a esta trascendencia— es absurda. A lo largo del ensayo trataré de mostrar, en cambio, que la trascendencia humana tiene sentido, para ello indicaré en qué consiste esa apertura al Absoluto y cuál es el papel desempeñado por ella en la constitución de la identidad humana y las relaciones personales[9].
3. LOS GRADOS DE VIDA COMO GRADOS DE INTEGRACIÓN
La visión greco-cristiana del universo como un cosmos ordenado según una jerarquía, hace posible el concepto mismo de integración. De hecho, además de existir un más y un menos cualitativo dentro de los grados de ser y, en consecuencia, en los vivientes, hay —según santo Tomás de Aquino— una inclinación de lo inferior hacia las formas superiores: así las operaciones vegetativas tienden a la sensación; la sensación, al conocimiento inteligible, y este último, a Dios[10]. Es decir, esta inclinación conduce a la unión de los diferentes grados de ser: en el animal, por ejemplo, se da la unión entre lo vegetativo y sensible, y en el hombre, entre lo vegetativo, sensible y racional o, mejor, relacional. Por eso, en los grados de vida más básicos descubrimos ya una tendencia a la integración. De ahí que pueda afirmarse que los grados de vida son tantos como los grados de integración. De todas formas, la proporción directa entre vida e integración deriva de otra aún más fundamental: la que existe entre integración y unidad y, por consiguiente, vida, ya que la vida y la unidad son transcendentales que se convierten mutuamente. Así, la simplicidad divina es el grado más elevado de vida y unidad, mientras que en todos los demás seres vivos la unidad de su ser, que está compuesta de esencia y acto de ser, se perfecciona a través de la unión e integración de estos principios.
Según los grados de integración, pueden distinguirse tres tipos de vida[11]:
a) La vida vegetativa implica la integración vital del entorno físico en el que se inserta el viviente. El medio ambiente solo tiene sentido respecto a la vida: no puede decirse que la piedra tenga un medio ambiente, ya que no es capaz de integrarlo. El vegetal lo integra, en cambio, a través de las operaciones vitales de crecimiento, nutrición y reproducción. El crecimiento es el grado básico por el cual el ser vivo adquiere el número y la proporción de partes que le convienen. Crecer de la tierra al cielo es un símbolo del ser peculiar de la planta, que tiende a manifestarse físicamente, abriéndose a la luz. Por otro lado, el vegetal carece de percepción interna del propio vivir, o conciencia: es en-sí, pero no para-sí, ni siquiera en el nivel sensible. En la nutrición, es decir, en la asimilación de las sustancias para incorporarlas a la unidad vital, se da una mayor integración que en el crecimiento: lo otro (sustancias de la tierra, luz, oxígeno) se asimila haciéndolo vida propia. No se trata sólo de una relación física (contigüidad), o química (mezcla), sino vital: las sustancias que no son árbol pasan a ser parte del árbol, ya que son absorbidas gracias a los procesos metabólicos. La sustitución de las sustancias no es como el simple cambio de lugar de los ladrillos, que los deja inalterados. La nutrición no es una kinesis o movimiento, sino una praxis, es decir, un acto del ser vivo en virtud del cual puede seguir viviendo.
La reproducción, que es el grado más alto de integración, puede considerarse en dos perspectivas: la del generante y la del generado. Respecto a la primera, la generación es un acto transitivo, pues el fin está fuera de los generantes; respecto a la segunda, es un acto inmanente, ya que su fin coincide con el origen de la vida del generado. De todas formas, el fin de la reproducción es la perennidad de la especie, a través de la cual el individuo tiende a convertirse en roble, gato, etc., de la manera más perfecta posible. La unidad de la especie no es meramente numérica, sino sobre todo genética: el intercambio de un mismo patrimonio genético que por eso, como veremos, permite la reproducción. En conclusión, el crecimiento, la nutrición y la reproducción son actividades de la vida vegetativa que tienen como principio material ciertos órganos corporales y como fin el propio cuerpo orgánico[12].
b) Vida sensible. Además de las actividades vegetativas, el animal integra en sí otras formas sensibles, y también el movimiento que procede de ellas. En el animal, esta integración se realiza a través del instinto que brota de la inclinación al bien sensible, cuya posesión СКАЧАТЬ