Antropología de la integración. Antonio Malo Pé
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СКАЧАТЬ forma imperfecta porque sus objetos: el crecimiento físico y las sustancias asimiladas se refieren sólo al cuerpo, las sensaciones lo son de modo más pleno, pues se conservan en la conciencia, con lo que se hace posible realizar actos de mayor inmanencia, como los del sentido común, la imaginación y la memoria. El conocimiento inteligible, por su parte, posee un nivel de inmanencia aún más profundo, pues sus actos residen en la mente, por lo que dan origen a los hábitos dianoéticos o ciencias. De todas formas, el mayor grado de inmanencia se encuentra en las acciones humanas, ya que estas dejan en la misma persona un hábito o disposición al bien o al mal, convirtiéndola en virtuosa o viciosa. A su vez, de todas las acciones, las más inmanentes son aquellas que generan relaciones interpersonales perfectivas, como el matrimonio, la paternidad y maternidad, la fraternidad, la amistad, etc., ya que todas ellas influyen de forma decisiva en la identidad de la persona, que pasa a ser así buen marido o buena esposa, buen padre o buena madre, buen hermano o buena hermana, buen amigo o buena amiga.

      También hay inmanencia en los actos vitales, como la asimilación de los alimentos, los recuerdos, las imaginaciones, los conceptos, las voliciones, las virtudes, las relaciones interpersonales, etc. La posesión de cada uno de estos fines implica un determinado grado de perfección. Por ejemplo, hay más perfección en comprender los mandamientos que en escucharlos, en ponerlos en práctica, más que en entenderlos… y aún más, en poseer la virtud de la obediencia. Sin embargo, la obediencia no es simplemente un acto o una virtud, sino más bien una relación, en concreto una filiación bien vivida, informada por la pietas y otras virtudes sociales (confianza, sinceridad consigo mismo y con los demás, etc.).

      2) La trascendencia. La trascendencia la otra cara de la inmanencia, pues consiste en la apertura del viviente al mundo y a los otros. En efecto, la inmanencia no es un encerrarse en sí mismo, sino un enriquecimiento de la propia identidad a través de la relación con los otros. Por eso, la inmanencia se vierte en la trascendencia y viceversa. Existe, pues, una proporcionalidad directa entre estas dos realidades: cuanto más inmanente es una acción, tanto mayor es su trascendencia. Con otras palabras: la trascendencia es la sobreabundancia de la inmanencia. De ahí que los grados de trascendencia coincidan con los grados de inmanencia.

      3. LOS GRADOS DE VIDA COMO GRADOS DE INTEGRACIÓN

      a) La vida vegetativa implica la integración vital del entorno físico en el que se inserta el viviente. El medio ambiente solo tiene sentido respecto a la vida: no puede decirse que la piedra tenga un medio ambiente, ya que no es capaz de integrarlo. El vegetal lo integra, en cambio, a través de las operaciones vitales de crecimiento, nutrición y reproducción. El crecimiento es el grado básico por el cual el ser vivo adquiere el número y la proporción de partes que le convienen. Crecer de la tierra al cielo es un símbolo del ser peculiar de la planta, que tiende a manifestarse físicamente, abriéndose a la luz. Por otro lado, el vegetal carece de percepción interna del propio vivir, o conciencia: es en-sí, pero no para-sí, ni siquiera en el nivel sensible. En la nutrición, es decir, en la asimilación de las sustancias para incorporarlas a la unidad vital, se da una mayor integración que en el crecimiento: lo otro (sustancias de la tierra, luz, oxígeno) se asimila haciéndolo vida propia. No se trata sólo de una relación física (contigüidad), o química (mezcla), sino vital: las sustancias que no son árbol pasan a ser parte del árbol, ya que son absorbidas gracias a los procesos metabólicos. La sustitución de las sustancias no es como el simple cambio de lugar de los ladrillos, que los deja inalterados. La nutrición no es una kinesis o movimiento, sino una praxis, es decir, un acto del ser vivo en virtud del cual puede seguir viviendo.