Antropología de la integración. Antonio Malo Pé
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Antropología de la integración - Antonio Malo Pé страница 10

СКАЧАТЬ sin embargo, que el inicio de la Antropología filosófica no puede basarse en una abstracción, es decir, en una categoría lógica (el género “vida”), a la que se añadirían después algunas características concretas (las diferencias específicas propias del “vivir humano”). Más bien, habrá que partir del dato más inmediato que poseemos, el cuerpo, pues las personas humanas somos seres corpóreos.

      El cuerpo humano, que puede desempeñar una función instrumental —como en la confección de vestidos, construcción de casas y satisfacción de necesidades básicas—, participa también de las funciones práctica y hermenéutica de la razón, las cuales se orientan a la perfección personal, o sea, al don de sí. Así, mediante la conciencia de sus dinamismos, inclinaciones, afectos y acciones, el cuerpo es vivido como corporeidad propia y puede ser interpretado e integrado personalmente.

      El cuerpo humano constituye, pues, una perspectiva vital unitaria, capaz de permitirnos acceder —si bien de forma parcial— a la unidad de composición de la persona. En efecto, el cuerpo no solo manifiesta la materialidad y el dinamismo físico-fisiológico de la persona, sino también, aunque de modo limitado, sus dimensiones psíquicas y espirituales. En definitiva, en el cuerpo humano se descubre que la persona es un microcosmos. Por eso, se nos ofrece ya en él una perspectiva unitaria de la persona, constituida tanto por lo que es más elemental en la naturaleza (los niveles físico, vegetativo y sensitivo), como por lo más elevado (niveles tendencial-afectivo y racional-volitivo).

      En primer lugar, el cuerpo humano es material, es decir, está constituido por átomos, moléculas, células, tejidos, órganos, sistemas orgánicos, etc. Cada uno de esos elementos está al servicio del que es inmediatamente superior según una estructura jerárquica, en virtud de la cual lo que está debajo, o es inferior, hace posible lo superior.

      A causa de su constitución material, el cuerpo humano está sometido a las mismas leyes fisicoquímicas —como la de la gravedad— que regulan el funcionamiento de los demás cuerpos, y posee también, como ellos, una serie de propiedades: medida, temperatura, carga eléctrica, etc. Además, en virtud de su materialidad, el cuerpo puede comunicarse con los demás seres materiales de diferentes modos: mediante la alimentación, el vestido, el uso de instrumentos, el cuidado de la naturaleza, etc.

      En segundo lugar, el cuerpo humano corresponde al de un ser vivo. Y, en cuanto vivo, las sustancias fisicoquímicas que lo componen adquieren nuevas propiedades emergentes. Por ejemplo, las sustancias químicas de la sangre son capaces de transportar el oxígeno a las células, a los tejidos, a los músculos y a los órganos. Como ocurre en los demás seres vivos, el cuerpo humano está constituido tanto por propiedades fisicoquímicas emergentes, como por órganos, es decir, por una estructura de partes heterogéneas que, sin embargo, están dotadas de unidad y orden, pues su fin es el bien del ser vivo.

      En la constitución del cuerpo se observa, pues, una complejidad creciente, que va desde las sustancias materiales y órganos hasta el cuerpo. Por lo que, aparentemente, las etapas serían: primero, lo físico y químico; después, lo orgánico y, por último, lo funcional. Sin embargo, el orden de constitución real es el inverso: primero es el cuerpo vivo, después los órganos y sus funciones y, por último, las sustancias fisicoquímicas, pues unos y otras existen en virtud del cuerpo, y no al revés. Por supuesto, la prioridad del cuerpo es ontológica, no cronológica, ya que los órganos se forman más tarde que las sustancias fisicoquímicas. La prioridad ontológica del cuerpo en relación con sus partes explica que las propiedades emergentes de las sustancias fisicoquímicas y de los órganos dependan, en última instancia, del mismo principio por el cual el cuerpo está vivo. Pues, como veremos, es el principio vital el que da unidad al cuerpo orgánico, y no viceversa: la simple conexión de las partes no es origen de vida.

      Por otro lado, el cuerpo vivo, además de una gran complejidad estructural, está dotado de una multiplicidad de funciones que se realizan mediante órganos específicos. Por eso, para que el cuerpo funcione de forma conveniente, sus órganos tienen que estar bien dispuestos. La multiplicidad de órganos y funciones no es, sin embargo, un obstáculo para la unidad del cuerpo; más aún, es precisamente esta unidad la causa de la diferenciación de funciones y también de su conexión, pues una y otra se hallan al servicio del mismo fin: la vida del cuerpo. En este punto se descubre la segunda ley del cuerpo vivo: cuanto más especializado es un órgano, más perfecta es la función que este puede realizar y, por ello, es más difícil sustituirlo; por ejemplo, el ojo, compuesto de músculos, tejidos, y células específicas —bastones y conos— que hacen posible la percepción de la luz y los colores, tiene como función exclusiva la visión; el tacto, en cambio, que no cuenta con un órgano tan especializado, desempeña diversas funciones. Como consecuencia, entre los animales superiores, los dotados de vista están más evolucionados que los que carecen de ella. Es decir, en las funciones existe una jerarquía, que СКАЧАТЬ