Название: Antropología de la integración
Автор: Antonio Malo Pé
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones Fundamentales
isbn: 9788432151996
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2. LA CORPOREIDAD: EL CUERPO VIVIDO Y SUS EXPRESIONES
Si la visión del cuerpo por parte de la física, la anatomía y la fisiología implica un distanciamiento y objetivación, la vivencia del propio cuerpo manifiesta, por el contrario, una experiencia subjetiva, en la cual este aparece como símbolo de una interioridad trascendente, como se observa en los fenómenos del pudor y la vergüenza. Es decir, el cuerpo humano, además de objeto de las ciencias, es símbolo de la persona, una realidad que lo transciende y a la cual remite de forma necesaria, en tanto que sólo ella lo dota de un significado último, es decir, le confiere dignidad.
La corporeidad, por otro lado, consiste en la relación vivida con los demás cuerpos: animados e inanimados, naturales y artificiales, animales y humanos; se trata de una experiencia que es, al mismo tiempo, movimiento, gesto, pasión y acción. En sus movimientos, el cuerpo está subordinado a una legalidad externa: el modo normal de caminar de una persona se interrumpe, por ejemplo, cuando tropieza. La corporeidad, junto a las leyes en común con los demás cuerpos, se rige por reglas propias; volviendo al ejemplo anterior, el modo en que una persona camina puede seguir pautas naturales o postizas, intentando disimular sus intenciones, en lugar de manifestarlas. Existen, por tanto, leyes no físicas, que confieren a la corporeidad la aptitud de ocultar/desvelar la persona, reconocerla/desconocerla. Se explica así por qué la erotización del cuerpo y, sobre todo, la pornografía, típicas de la sociedad de consumo, sean una de las causas del eclipse de la persona; en efecto, el cuerpo desnudo, lejos de permitir el conocimiento y reconocimiento del otro como persona, lo dificultan hasta casi impedirlo, pues, al mirar el cuerpo como pura exterioridad con una intención depredadora o, por lo menos, desencantada, el ser del otro se confunde con su aparecer carnal, e incluso con la simple imagen de su cuerpo[14].
La corporeidad está constituida también por los gestos, sobre todo de las manos y el rostro, pues estas partes están dotadas de una movilidad muy grande (el cambio de postura de la mano y de los dedos, del color de la cara, del resplandor y brillo de los ojos), así como de una funcionalidad muy diferenciada (comunicar mensajes, atención, petición, complicidad). Los gestos no equivalen a la suma de los simples movimientos de las partes del cuerpo, sino a cambios globales de la corporeidad, con los que se manifiesta el estado de ánimo, los sentimientos, los deseos, la preocupación, el conflicto o la amistad.
Frente a la tesis sartriana de la mirada del otro como petrificación de la propia libertad[15], la relación con los otros —lejos de impedirnos el mostrar quiénes somos— nos permite descubrir la trascendencia del propio cuerpo, como se observa en las funciones técnica y poietica del obrar humano, de modo particular en la dimensión del trabajo como servicio. Por supuesto, como he observado al hablar de la pornografía, la mirada del otro, cuando está cargada de impudicia, degrada a la persona hasta la condición de simple objeto de uso y consumo. Pero, el problema no estriba en el mirar en sí, sino en el modo en que se mira: cuando la mirada no es rapaz, deja libre al otro, y entonces es posible acogerlo como otro y sentir-con él (Mitgefühl), como sucede en el fenómeno de la simpatía, cuya raíz procede del verbo griego sympathein ‘con-padecer’[16]. Por eso, nos indignamos cuando vemos que se maltrata un animal y, sobre todo, a una persona, porque en este último caso advertimos no solo su dolor físico, sino también su sufrimiento espiritual: su tristeza, angustia, o desconsuelo. Más aún, a diferencia del animal, la persona, que nos mira sufriente, nos suplica a la vez con sus ojos para que la ayudemos a afrontar el dolor, a darle sentido. La mirada de quien sufre nos muestra un ser dotado de dignidad pues, a pesar de sus límites, defectos y errores, es capaz de afrontarlos e, incluso, de transcenderlos. Sin embargo, la revelación completa de la persona —en todas sus dimensiones, también en la técnica y poietica— se muestra sólo en la acción humana, con la cual la persona perfecciona el mundo perfeccionándose. Así, la acción humana muestra completamente a la persona, ya que no sólo sirve para satisfacer necesidades, sino también para darnos a conocer a la persona como don que, dando, se da o que da, dándose.
En las relaciones interpersonales mediadas por el cuerpo hay que incluir una serie de fenómenos de notable valor antropológico, como la risa y el llanto, la ternura, el vestido y la danza. La risa y la sonrisa permiten modular una amplia gama de sentimientos referidos al otro: complacencia, indulgencia, humorismo, alegría, esperanza; mediante el llanto se alcanzan tonos tétricos: dolor, sufrimiento, rabia, impotencia, desesperación. El amor, o sea, el placer de estar-con y ser-para el otro, se muestra en la caricia, el beso, el abrazo. Los modos de manifestar el amor dependen tanto de la persona como de las culturas: restregarse las narices, aproximar las mejillas, el beso de la paz, el abrazo, etc., son algunas de las formas culturales con que la corporeidad expresa la dimensión amorosa. En fin, la indumentaria, los adornos, el modo de hablar y moverse, además de ser objetivaciones de la personalidad, revelan la posición social de la persona o su pertenencia a un grupo, como se observa en algunos piercing y tatuajes. La danza ocupa un lugar particular en el significado relacional de la corporeidad, pues no solo incorpora la tradición, las costumbres sociales y la cultura, sino que las transciende, cuando, por ejemplo, se convierte en rito sagrado.
En definitiva, mediante las facciones de la cara, la mirada, las expresiones del rostro, el timbre de la voz y el movimiento del cuerpo puede pasarse de un encuentro casual con el otro a una relación estable, como sucede en la amistad. Así, lo que aparentemente es más exterior y específico —el cuerpo— se transforma en la principal puerta de acceso a la intimidad de las personas.
3. LA UNIÓN SUSTANCIAL CUERPO-ALMA
El análisis del cuerpo como realidad material, orgánica, sentiente y personal nos ha hecho descubrir un conjunto de propiedades emergentes. No significa, sin embargo, que el cuerpo humano sea primero material, después viviente, más adelante sentiente y, por último, personal, ya que desde su origen el cuerpo tiene un sólo principio que lo convierte en viviente, sentiente, personal. El conjunto de los elementos materiales, orgánicos y sensibles está ordenado, estructurado y dispuesto según este principio, al que tradicionalmente se ha dado en llamar alma. Por eso, a pesar de la multiplicidad de sustancias, órganos y funciones, el cuerpo es uno, y esta unidad no se pierde, si no con la muerte. Aunque muchos nieguen la existencia del alma, los seres vivos actúan como si la tuvieran, y esto los distingue de todo lo que carece de vida; en efecto, si una piedra o una figura de cera o un cadáver empezaran a moverse, nos horrorizaríamos, porque sabemos que la materia, de por sí, no puede actuar de ese modo[17]. El vivir no es, pues, un acto de la materia ni un elemento material. Para explicarlo es preciso un principio activo inmaterial, es decir, un alma.
¿Qué es, entonces, el alma? Aristóteles ofrece dos definiciones de alma: una estructural y otra dinámica.
1) Definición estructural de alma. Según la primera definición, el alma es «el acto primero (entelecheia primera) del cuerpo natural orgánico que tiene la vida en potencia»[18]. Adentrémonos en esta definición. El acto de vivir o entelecheia no es nunca una especie de kinesis o movimiento físico, como andar, cortar un árbol o construir una casa, pues, en todos estos casos, el fin —el recorrido efectuado, el árbol cortado СКАЧАТЬ