Название: Antropología de la integración
Автор: Antonio Malo Pé
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones Fundamentales
isbn: 9788432151996
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Medio siglo más tarde, Emmanuel Kant, al rechazar la psicología de las facultades, sustituye el término ‘psicología’ con el de ‘antropología’, que él mismo acuña en su famosa obra Antropología desde un punto de vista pragmático (1798). El nuevo vocablo gozará de un éxito arrollador, especialmente en ambientes fenomenológicos. Autores, como Max Scheler (1874-1928), Edith Stein (1891-1942), Dietrich von Hildebrand (1889-1977) y, más tarde, Helmuth Plessner (1892-1985), Arnold Gehlen (1904-1976), y Karol Wojtyla (1920-2005), con sus trabajos lograrán que los primeros tanteos kantianos para responder a las cuestiones básicas de la antropología vayan cobrando el rigor y la solidez de una disciplina madura, la cual desde mediados del siglo pasado desempeña un papel destacado en los debates culturales bioéticos y tecno-éticos. La antropología filosófica aparece, así, como el resultado final de una larga historia de separación y diferenciación respecto de otras disciplinas filosóficas y científicas, que se concluye con una autonomía completa.
a) La antropología, una disciplina de moda
Hoy, la antropología, además de seguir consolidándose en el nivel académico, es una disciplina de moda.
Pero ¿puede estar de “moda” una disciplina que estudia al hombre? ¿Hablar de moda en este caso no es quizá una contradicción? Parecería que sí. De hecho, mientras que la moda posee un valor efímero y transcurre en un breve lapso de tiempo, el hombre —del que se ocupa la antropología— cuenta con una larga historia y, sobre todo, con una dignidad intrínseca, o sea, con un valor absoluto, que no puede perderse. Tal vez la contradicción sea solo aparente: lejos de ser un simple fenómeno cultural, el interés actual por la antropología manifiesta los grandes desafíos que la cultura tecnológica y la globalización representan para el hombre contemporáneo.
Aunque Martin Heidegger (1889-1976) no se haya ocupado nunca de antropología, se ha planteado como ningún otro filósofo la paradoja del hombre moderno: «En ninguna época se ha sabido tanto y tan diverso con respecto al hombre como en la nuestra. En ninguna época se expuso el conocimiento acerca del hombre en forma más penetrante ni más fascinante que en esta. Ninguna época, hasta la fecha, ha sido capaz de hacer accesible este saber con la rapidez y facilidad que la nuestra. Y, sin embargo, en ningún tiempo se ha sabido menos acerca de lo que el hombre es. En ninguna época ha sido el hombre tan problemático como en la actual»[2]. Es decir, el saber acerca del hombre no es como el de otras realidades, cuyo conocimiento aumenta al crecer la información adquirida. Lo que sabemos sobre el hombre, por el contrario, no depende tanto de estar bien informados, como de comprender cuál es su identidad. Si las ciencias nos dicen cómo es el hombre, la antropología filosófica nos dice quién es el hombre y, por consiguiente, qué es lo que le hace ser él mismo y no otro, es decir, ser persona.
La época actual, aunque rica en conocimientos especialmente en el campo técnico-científico, carece de una idea clara de quién es el hombre. Por eso, no puede abordar cuestiones como la crisis ecológica, la globalización o las nuevas posibilidades que ofrecen las biotecnologías, sin ir a parar a un callejón sin salida. Las cuestiones planteadas, por ejemplo, por la economía capitalista o la biotecnología son radicales, pues tienen un destacado carácter antropológico. En ellas se pone en tela de juicio el concepto mismo de ser humano, su identidad, y también lo que le es contrario por no ser humano, o sea inhumano, post-humano o trans-humano. La vía del anti-humanismo moderno culmina en la tentativa de crear modelos alternativos de humano, de familia y de relaciones interpersonales.
A la luz de esta tensión entre “quién” es y “lo que hace”, el hombre aparece bajo un doble signo: por un lado, como solucionador de problemas; por otro, como creador de continuos conflictos, que no siempre es capaz de resolver, como sucede con el uso de la energía nuclear, la manipulación de embriones humanos o la actual crisis económica mundial. Al final se puede llega a pensar que el hombre mismo es un problema para el que en algún momento histórico ha de encontrarse una solución. Esta es la visión tecno-científica actual del ser humano, difundida por algunas ideologías sociopolíticas convencidas de que son capaces de crear un mundo feliz, como reza el título de la famosa novela de Aldous Huxley (1894-1963). Pero el hombre no es un problema, sino más bien un misterio, cuya trascendencia reenvía continuamente al Infinito[3]. La técnica y las ciencias empíricas no pueden decir nada sobre el origen y el fin del hombre, porque este va más allá de sus métodos de investigación y campo de aplicación. Por otro lado, aunque hablemos del hombre en singular, este puede entenderse sólo pluralmente, o sea, en relación con otras personas; de ahí que las relaciones interpersonales desempeñen una función esencial en la constitución de quién es, es decir, de su identidad[4].
b) Premisas de la antropología
De lo dicho hasta ahora pueden deducirse ya dos premisas para el estudio de la antropología:
1) El hombre no es una realidad como las otras: no es algo, sino alguien. Esto se observa, por ejemplo, en la trascendencia del hombre respecto de sus logros sociales, económicos y técnicos. Por eso, resulta imposible entenderlo únicamente a partir de la información objetiva que suministran las ciencias, pues el hombre requiere también una formación que lo ayude a ser lo que debe ser. Ya Emmanuel Kant (1724-1804) había captado, aunque con cierta limitación y rigidez, la diferencia entre información y formación cuando distinguía entre una antropología fisiológica, es decir, lo que la naturaleza hace del hombre, y otra pragmática, lo que el hombre hace de sí mismo[5]. La antropología filosófica, por tanto, debe estudiar al hombre en su totalidad, recopilando todo aquello que las ciencias experimentales, la técnica, las artes y, sobre todo, la filosofía, dicen de él, pero sin perder nunca de vista que trasciende esos datos.
2) La identidad humana consiste en redescubrir una y otra vez la propia naturaleza, la propia racionalidad o, mejor aún, relacionalidad, ya que la persona, aun cuando no sea relación, está siempre en relación. Por eso, las relaciones interpersonales constituyen un aspecto esencial de la identidad personal. Para estudiarlas, se requiere —como veremos— un método preciso: el método sistémico. En definitiva, la persona no es un puro objeto de la ciencia ni un solucionador de problemas prácticos, sino un ser trascendente y relacional, un misterio que no admite soluciones, sino un descubrimiento progresivo a través de las relaciones consigo mismo y con los otros. Por eso, la identidad humana no se alcanza nunca definitivamente —salvo en una perspectiva escatológica—, pues la persona es siempre más de lo que ella misma es ahora, hace o sabe en cada momento: no está determinada ni terminada por completo, ya que se halla dotada de un poder que se orienta hacia una perfección última, inalcanzable en esta vida.
2. OBJETO MATERIAL Y FORMAL
A la luz de estas dos premisas se entiende por qué la persona es objeto (o ámbito de estudio) de la antropología filosófica. Pero, además de objeto, la persona es también sujeto de esta disciplina, pues experimenta, reflexiona, actúa y entabla relaciones de forma filosófica, es decir, preguntándose por la esencia y significado de sí misma y de todas sus operaciones. Por eso, la antropología, aunque contempla al hombre desde fuera y a distancia —lo que hace posible su objetivación—, se sirve también de la experiencia propia y de las demás personas. La parcialidad que el conocimiento objetivo tiene para la antropología no se debe, sin embargo, sólo a los límites de la razón humana o al carácter complejo del objeto, sino ante todo al misterio que encierra la persona. En esta perspectiva, la antropología presenta muchos puntos de contacto con otras СКАЧАТЬ