Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: El Castillo de Cristal
isbn: 9789561709218
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—He pensado que podríamos aprovechar un par de horas antes de dormir para ponernos al día con el entrenamiento. Mi padre está de acuerdo pero ya que hoy tuviste un pequeño desmayo y con la lluvia, esta vez, será decisión tuya si quieres o no practicar.
—No me desmayé, Capitán. Y sí, estoy de acuerdo con entrenar, lo necesito.
—Bien, ten— le entregó a Espina Roja—. Vamos, he despejado un sitio.
Un par de horas después, Baven decidió que era suficiente y se detuvieron. Rylee se sentía maravillosamente; había extrañado moverse y liberar su energía después de estar tanto tiempo encerrada y limitada de movimientos. Se sentó en el suelo recibiendo las gotas de lluvia en el rostro, refrescándola.
—Al menos no te oxidaste —comentó el elfo sentándose a su lado.
—Tengo un buen entrenador —sonrió ella, mirándolo. Baven contemplaba el campamento; sus ojos estaban brillantes y tenía las mejillas algo sonrosadas por el ejercicio, aunque apenas estaba agitado. El corazón de Rylee dio un saltito extraño y tuvo que desviar la vista, dándose cuenta que lo había estado mirando demasiado fijamente para su propio bien.
—Ve a dormir. Partiremos mañana temprano y no quiero que tengas algún accidente en el camino debido al cansancio.
A Rylee le gustó oír ese tono de preocupación en él. Se alegró que Baven no la estuviera tratando con frialdad o indiferencia, aunque la situación era alarmantemente inusual. Conociéndolo como lo conocía en ese corto periodo que había pasado a su lado, lo más lógico era que el elfo la vapuleara a golpes y palabras duras; sin embargo, hasta ahora, la había tratado bien e incluso había bromeado con ella. Se sentía un poco confundida con el repentino cambio de actitud, especialmente estando ella a prueba hasta que llegaran a las Cuevas.
Estuvo a punto de comentar algo, pero decidió contenerse. Estaba bastante cansada y tampoco quería molestar a Baven y volverlo el cretino que había conocido al llegar al ejército por primera vez. Le dio las gracias con amabilidad y se retiró a su tienda, ansiosa por lavarse y recostarse en la cálida protección de su mejor amiga.
Baven la vio irse, satisfecho de haber tenido un encuentro civilizado y productivo. Se levantó dispuesto a retirarse, cuando una silueta que no había notado se le acercó de entre la lluvia.
—Felicitaciones, señor —dijo Sheb con una sonrisa.
8
Los días de viaje que siguieron le mostraron a Rylee que a veces solo necesitas una palabra de apoyo para sentirte la persona más fuerte del mundo. Los que el primer día de recorrido la habían ignorado, se le acercaban ahora para hablarle, algunos para darle aliento, otros para decirle que aún no confiaban en ella. Rylee les agradecía la sinceridad, algo que no había tenido para con ellos; prefería oírlos decirle esas cosas a la cara, que escuchar los susurros a su espalda.
Menha y ella habían vuelto a conectarse, gracias en parte a que la joven elfa finalmente había decidido dar el primer paso y hablarle. Ambas habían temido la reacción de la otra y habían callado por miedo a decir algo inapropiado o a no ser bien recibidas; sin embargo, estos temores eran más que infundados. En cuanto Menha la había saludado, un torrente de palabras de disculpa y cariño brotaron de ambas, con la elfa segura de la lealtad de su nueva amiga y la humana más que dispuesta a demostrarle que tenía razón.
Los únicos que no le hablaban del todo, además de unos cuantos soldados (siendo la cantidad que eran, uno no esperaría hablarle a todo el mundo tampoco) eran los centauros. Lenna y sus compañeros no le habían dirigido palabra desde que regresase, aunque a decir verdad, según había oído, no habían hablado con nadie desde que Rylee huyera con el cristal. Menha le comentó que Lenna había visitado al General durante el tiempo en que la chica estuvo confinada en su tienda, pero nadie sabía que se habían dicho, aunque lo lógico era que tuviese relación con la prisionera.
—Nunca han sido demasiado locuaces tampoco —bromeaba Menha—, pero es realmente inusual que mantengan este silencio. Se la han pasado mirando el cielo, que a decir verdad no tiene demasiado de interesante con todas estas nubes y cada vez que alguien se acerca, se dan la media vuelta.
Rylee miró al grupo de centauros marchando cerca, solemnes y silenciosos, mirando el horizonte. Lenna, a la cabeza, al parecer sintió el escrutinio, pues giró y fijó sus ojos en los de la joven. Rylee se quedó momentáneamente petrificada, pero no había hostilidad en la mirada de la centáuride, por lo que se relajó un poco. Asintió con la cabeza a modo de saludo y Lenna repitió su gesto con cortesía, volviendo la vista al frente otra vez.
El plan del General era avanzar lo más rápidamente posible hacia norte, deteniéndose sólo cuando fuese necesario o cuando la lluvia —que seguía cayendo a torrentes— les impidiera continuar. Se movían en silencio. Esta vez, no habían canciones de ánimo, ni comidas tibias donde compartir con los compañeros; tampoco podían comunicarse con quienes habían dejado y sus familias y sus amigos debían quedar en completa ignorancia de sus andanzas por miedo a que el enemigo descubriese un fénix volando demasiado bajo. Rylee veía cómo lo lúgubre del camino, el cielo encapotado y gris e incluso la ausencia de una simple fogata, comenzaban a teñir los rostros de los soldados con desánimo y nostalgia, aún cuando la convicción seguía siendo fuerte.
Ella misma se sentía extraña en ese ambiente. Se había acostumbrado a cierto nivel de entusiasmo, a los entrenamientos... Baven le hablaba seguido ahora, sin embargo, a pesar de que no habían tenido otra oportunidad de entrenar. Cabalgaba a su lado, le preguntaba qué tal se sentía, le daba instrucciones en caso de un nuevo ataque sorpresa; le hablaba de Aravis, del clima, del paso al que iban e incluso, en una ocasión, le dijo que el cabello trenzado le venía bien.
A Rylee todo eso le parecía inusual, pero era agradable hablar con él. En más de una ocasión durante el viaje se encontró queriendo decirle algo mientras el elfo estaba a la vanguardia con su padre y la Comandante; había cierta comodidad en él, su voz la calmaba y la distraía, sus bromas la hacían reír y su preocupación por ella le hacía sentir cosquillas en el estómago. Pero, cuando el sol se ponía, el dolor la regresaba a realidad.
Hasta ahora, la única solución que veía era matar al nigromante antes de que fuera demasiado tarde. Gwain no tenía idea de cómo romper ese tipo de maldición; no sólo lo sabía por conversaciones que habían compartido mientras habían estado en el Bosque de Marfil, sino porque, finalmente, se lo había preguntado de sopetón, sin rodeos y sin desvíos de tema.
—¿Es posible romper una maldición de muerte que ha lanzado un nigromante? —le había preguntado después de cierto silencio mientras Gwain cabalgaba a su lado en una ocasión.
Si el mago se sorprendió por la pregunta no lo había demostrado, acostumbrado ya a las acciones un tanto impulsivas de la joven y le había respondido:
—Los magos no tenemos poder sobre las artes oscuras de los nigromantes, lamentablemente. Es magia proveniente de los Grises y solo la familia de Adhabeish puede manejarla; por lo tanto, solo un nigromante puede romper la maldición de otro nigromante. Sin embargo, los Magos de la Muerte son astutos y prefieren mantener el control de sus propias maldiciones, por lo que habitualmente decretan que quien lanza el hechizo es el único capaz de revocarlo. La magia del Decreto3 es poderosa; los Magos de la Orden rara vez la utilizamos pues es una magia universal y absoluta, pero peligrosa. Una vez hecho un Decreto, éste se vuelve ley y es imposible cambiarlo.
“Recuérdalo: СКАЧАТЬ