El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes. Nina Rose
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Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes

Автор: Nina Rose

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: El Castillo de Cristal

isbn: 9789561709218

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СКАЧАТЬ izquierdo y por allí avanzaron.

      El mapa no tenía demasiadas indicaciones, al menos no del tipo que gente sin experiencia podía leer. Rylee recordaba las figuras y los símbolos, los números y las letras que conformaban el camino trazado; Gwain no era cartógrafo y tampoco era experto en ese tipo de lecturas, por lo que debía confiar más en la magia que en el papel. Era arriesgado; tal vez incluso era un método distractorio para despistar en caso de que alguien con malas intenciones lograra atravesar la barrera, pero no tenían demasiado espacio para la duda. Avanzaban a pura convicción y fe.

      El General marcó el túnel con una tiza blanca para prevenir cualquier extravío en caso de perder el mapa y así siguieron adelante, túnel tras túnel, bifurcación tras bifurcación, acompañados solo por el eco de sus pasos y el sonido del mar cada vez más lejano.

      Rylee se estaba impacientando y estaba un poco asustada también. Nadie sabía qué pestes vivían en aquellos oscuros recovecos, ni tampoco a qué distancia se hallaba el brazalete. Se imaginó bajando por un estrecho pozo oscuro, atravesando la tierra como decían las leyendas, sintiendo la furia del mar y los golpes de pisadas y galopes del mundo exterior sobre su cabeza... Sin embargo, de alguna forma sentía que no faltaba mucho, que ya llegarían…

      —Estamos cerca —anunció Gwain.

      Avanzaron solo unos metros más y pronto entraron a una oscura bóveda sin salida. El mago concentró su magia y aumentó la luz que emanaba el báculo, alumbrando el interior de la sala como una brillante luna. Todos miraron sorprendidos lo que tenían enfrente, con una mezcla de asombro e incredulidad.

      En el centro del lugar se hallaban los restos de lo que alguna vez fue un ser humano, envuelto en ropas que claramente le habían pertenecido a un mago. Visibles en el cráneo se podían distinguir las marcas que lo reconocían como Especialista en todas las ramas de la Magia, aunque Rylee solo pudo leer unas cuantas. Su cuerpo estaba atravesado por dos viejas flechas y sus lánguidos brazos sostenían un cofre pequeño y raído encima del cual había una hoja de papel, sorprendentemente impoluta.

      —Talamays —susurró Gwain al ver el cuerpo. Rylee dedujo que Talamays era el nombre del mago.

      Gwain se acercó y tomó la carta, leyéndola en voz alta, las palabras reverberando en la bóveda:

      Para quien logre llegar aquí, mis saludos y respetos. Lamentablemente no podré estar para recibirlo, pues las flechas están envenenadas y pronto me quitarán el último aliento.

      En mi poder tengo la Segunda Pieza a petición de Su Majestad el Rey Jeremiah, quien me la encargó desde el día de mi nombramiento como Mago Real. En estas Cuevas la guardé y aquí regresé a protegerla cuando la tragedia se desató en el reino, rezando por llegar antes que el enemigo. Ellos me esperaban a las faldas del desfiladero y debí recurrir a toda mi magia para llegar aquí y sellar las cuevas antes de que me dieran alcance.

      Desconozco quién, o quienes, mantienen escondidas las otras dos piezas, pues por seguridad nos está prohibido conocer el nombre de los otros guardianes. Sin embargo, hay dos pistas que revelarán la identidad de quien guarda la Tercera Pieza. Las pistas que me dio el Rey son:

      “Es mi hermano, pero no compartimos padre ni madre; su espada resuena en los campos sin ruido”

      Solo quien por designio sostenga Una puede sostener Otra. Lamento no poder ayudarle más en su búsqueda. Buena suerte

      Al final de la palabra “suerte”, había una quemadura pequeña. Gwain explicó que seguramente había utilizado un encantamiento de marca a fuego para escribir la carta. La dejó a un lado con reverencia y tomó el cofre, analizándolo.

      —Está protegido, pero creo que podré abrirlo. Háganse hacia atrás.

      Todos obedecieron. Gwain concentró toda su energía en el cofre, iniciando una retahíla de hechizos pronunciados tan rápido que Rylee no captó nada de lo que decía. Pasados unos minutos, el mago finalmente se rindió.

      —No puedo abrirlo. Es demasiado fuerte, me temo que utilizó la magia del Decreto para sellarlo.

      Rylee miró alrededor, buscando algo que pudiera ayudarles. No creía que romper el cofre fuera de mucha ayuda, pero tal vez no estuviera de más tirarlo contra la pared solo por si acaso. Tomó la carta, revisando si había algo más escrito, tal vez a contraluz, o con tinta invisible… o tal vez… tal vez la clave estaba protegida por un hechizo. Estaba a punto de decirle a Gwain que revisara su teoría cuando una línea llamó su atención:

      “Solo quien por designio sostenga Una puede sostener Otra”.

      “Una” y “Otra” estaban escritas con innecesarias mayúsculas al principio de la palabra. ¿Por qué las habría escrito así? La línea de por sí era extraña, no cabía en la despedida que hacía el mago ya al final de la carta. “Una”… “Otra”… ¿se refería a las Piezas? ¿Solo quien pudiese sostener una de las Piezas puede tomar la otra?

      Miró al General. Fuera o no el Guerrero, el General tenía en su poder la Primera Pieza y el Rey le había asignado esa responsabilidad. Quizá entonces no hacía falta magia para abrir el cofre… solo necesitaban al General…

      Se acercó a Gwain y le quitó el cofre de las manos con rapidez, colocándolo frente al General.

      —Señor, creo que usted es el único que puede abrirlo. La carta cierra con “solo quien por designio sostenga Una puede sostener Otra”; creo que se refiere a las Piezas y los que el Rey eligió para resguardarlas.

      Hubo un ruido a la distancia que les indicó que no estaban solos. Debían salir de allí pronto. El General miró el cofre y acercó sus manos a la tapa para intentar abrirlo; inmediatamente hubo un “click” y el suave sonido de los goznes indicó que Rylee tenía razón.

      En el interior había un trozo curvo de metal plateado, de unos cuatro centímetros de ancho, con intrincados diseños calados de lo que parecían ser hojas y ramas.

      —Crissal —murmuró Gwain— crissal trabajado y labrado en forma de metal. Tómalo, Cahalos, es tuyo.

      El General dudó un momento. Con lentitud y cuidado, tomó el trozo de brazalete; inmediatamente una ráfaga de aire tibio llenó la sala.

      —La magia se ha ido —susurró Gwain—, debemos salir pronto, antes de que las alimañas que el hechizo mantenía lejos se den cuenta que tienen paso libre hacia acá. Vamos.

      El General guardó la pieza entre sus ropas y todos corrieron hacia los túneles, siguiendo las marcas de tiza que Cahalos había hecho. Pronto oyeron sonidos de pisadas, que para nada eran los ecos de sus pasos; temiendo un ataque inminente, apuraron la carrera, preparándose para un embate sorpresivo.

      De pronto, entre las piedras, Rylee sintió cómo algo viscoso la sujetaba y un par de ojos brillaron en la oscuridad. Por puro impulso desenfundó su espada y la blandió hacia la criatura, que chilló de dolor.

      —¡Orcos! —gritó la joven apurando el paso aún más.

      Los orcos se movían entre las rocas, el sonido de sus pasos haciendo eco entre los túneles, impidiendo saber desde dónde venían. Gwain amplificó la luz; si eran orcos de las cavernas, les lastimaría los ojos y les daría tiempo de huir. Corrieron lo más rápido que pudieron y finalmente distinguieron la luz que les indicaba que habían llegado СКАЧАТЬ