Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: El Castillo de Cristal
isbn: 9789561709218
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Él no. Había preferido no hacerlo, ya que había aprendido, de la forma más cruel, que las apariencias engañan. Sin embargo, no creía que Rylee mereciera la muerte, una opinión que era compartida por la gran mayoría de sus camaradas, incluyendo a su hijo.
—Padre —llamó Marius devolviéndolo a la realidad—, están próximos a traer a Rylee.
Petro reunió a los soldados, quienes se apresuraron a la zona dispuesta para el juicio. La wolfire de Rylee, Ánuk, estaba sentada en su forma de lobo rodeada por los enanos, que parecían más preocupados por ella que por la muchacha; se notaba a la legua que los herreros se habían encariñado. No le extrañaba: los había oído conversando y la loba era tan malhablada como ellos.
El General y la Capitana tomaron asiento en dos de las banquillas; acto seguido apareció el Capitán, que parecía algo distraído. Finalmente, llegaron Gwain y la Comandante, seguidos de cerca por la enorme masa que era Yitinji, escoltando a la prisionera.
Petro la miró con atención. Parecía debatirse entre mirar hacia adelante o a su alrededor; llevaba las manos atadas por el frente y desde donde estaba notaba que tenía las muñecas enrojecidas por el roce. Estaba despeinada y parecía ligeramente azorada, pero se mantenía seria y sus ojos transmitían aquella decisión que le era tan característica. Vio cómo sonreía a su loba en cuanto la divisó entre el gentío y cómo se plantaba firme frente al General.
Crissana y Gwain tomaron asiento, mientras Yitinji se quedaba detrás de la joven. Parecía querer estar en cualquier otro sitio menos aquél; Petro sabía que el golem le tenía estima a la muchacha.
—Después de mucho deliberar y de oír las ideas y opiniones de todos, he tomado una decisión respecto al destino de la acusada, Rylee Firenne Mackenzie.
La voz del General reverberaba en el silencio del campamento, roto solo por el sonido del crepitar de las antorchas. Petro miró a su hijo, que parecía preocupado y a Shebahim Joung, el amigo de Rylee, que apretaba con fuerza la espada de mango carmesí que prendía en su cinto.
—Se han analizado las circunstancias y afrentas que has cometido… y, después de mucha consideración, he decidido que no seré yo quien te juzgue.
Se oyó un repentino susurro colectivo. ¿Qué estaba pasando? ¿Significaba que debían quedarse más tiempo? ¿Quién la iba a juzgar entonces? Mackenzie se veía aún más confundida.
—¡Silencio! —exclamó la Comandante que parecía igual de consternada.
—Rylee —volvió a hablar el General— robó una gema valiosa y nos mintió a todos para obtenerla; sin embargo, cuando tuvo la oportunidad de entregarla, de traicionarnos, vio su error y trajo de vuelta lo robado. Sus propósitos no servían al enemigo, sino a ella misma y fue lo suficientemente valerosa como para regresar. Lo que importa, lo que todos dudamos, es su lealtad. Y es lo que deseo probar.
Todos miraban expectantes. Se podía cortar el aire con una daga.
—Rylee viajará con nosotros a las Cuevas Ciegas. Mientras nos movamos, estará vigilada por el Capitán, con quien retomará las sesiones de entrenamiento en cuanto haya oportunidad. Tendrá prohibido montar a Ánuk durante el viaje, pero estará en libertad de verla a excepción de los momentos en los que se encuentre entrenando; durante dichos periodos, Ánuk deberá reportarse con los enanos. En cuanto a su arma, ésta se mantendrá en manos del Capitán y le será entregada sólo cuando éste último lo estime necesario.
»Las Cuevas Ciegas están protegidas por un poderoso conjuro que fue puesto por el guardián de la Segunda Pieza del brazalete y especificado en el mapa que la propia Rylee obtuvo para nosotros. La magia de las Cuevas le permitirá el paso solo a aquellos que sirvan al verdadero Rey de Rhive y rechazará a aquellos que sirvan al Yuiddhas y a los Grises. Si Rylee logra atravesar la barrera, probará sin errores su lealtad y recibirá el indulto. De no pasar la prueba, será sentenciada a beber un frasco de Hoja del Silencio, que la dejará muda de por vida; perderá cuatro dedos y será expulsada de Rhive sin la compañía de su loba.
»Si alguien se opone a este veredicto, que hable ahora.
Nadie dijo nada. La sentencia era extrañamente justa, aunque bastante rebuscada; Petro apostaba su ojo derecho a que el General había pasado horas y horas buscando una forma de no tener que expulsar, lastimar y menos matar a la chica, pero había que ser realistas: si ella resultaba ser una traidora, debían deshacerse de ella.
Tras un largo rato de silencio, la Comandante se levantó y anunció:
—Queda así estipulado que Rylee Mackenzie deberá atenerse a la sentencia del General Cahalos Ellery en vista y considerando la falta de oposición por parte de los presentes. Ésta se hará efectiva desde este momento hasta la culminación del viaje en las Cuevas Ciegas.
Gwain se levantó y deshizo los nudos de las muñecas de Rylee, sonriéndole. Petro vio cómo en un santiamén, la wolfire llegaba corriendo a los brazos de la joven y cómo ésta la estrechaba con fuerza, con lágrimas bajando por sus mejillas.
Sonrió. No, se dijo, en esos ojos no hay maldad.
6
Baven vio cómo la loba y su amiga se abrazaban como si en vez cuatro días no se hubiesen visto en cuatro años. Tenía muchas ganas de sonreír, pero contuvo el impulso, levantándose del banquillo y dirigiéndose discretamente a su tienda. Antes de entrar, alcanzó a ver a Shebahim abrazando a Rylee.
Su padre había sido muy inteligente. Era una decisión que dejaba felices a todos: los que apoyaban la inocencia de la chica y los que la acusaban. Rylee sería prisionera del ejército, pero tendría ciertas libertades con el beneficio de la duda y su lealtad sería probada con un método prácticamente infalible, si acaso los hechizos del Especialista del Rey eran de fiar.
Y lo más importante: volvería a entrenar junto a ella.
—¿Señor?
Reconoció la voz, ya familiar, de Sheb pidiéndole permiso para pasar.
—Adelante Joung —dijo intentando que su entusiasmo no fuera tan obvio; debía tener cuidado de expresar cualquier cosa porque el chico captaba de inmediato cualquier señal.
—Mi madre me dio un apellido muy distinguido2, pero siempre me ha gustado más mi nombre, señor. Puede llamarme Sheb si gusta, no creo que se vaya a romper la barrera si se comporta más casual de vez en cuando.
Baven no pudo evitar una sonrisa. Asintió en silencio y preguntó:
—¿Sucede algo?
—No, sólo le traigo la espada de Rylee, Capitán. Se supone que usted debe tenerla —dijo entregándole el arma de empuñadura roja como la sangre…
“Estoy asumiendo, Mackenzie que de hecho nunca has puesto un frasco de sangre frente al fuego, aunque estás tan llena de sorpresas que prefiero no arriesgarme a especular” ”Ah, fue solo una vez. Es un buen método si quiere asustar a un cliente problemático, solo un corte pequeñito en la muñeca…”
Baven recordó la conversación que habían tenido en aquel riachuelo. Parecía tan lejano, СКАЧАТЬ