Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: El Castillo de Cristal
isbn: 9789561709218
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—Si, hablando de eso —comentó Rylee— ¿por qué no nos movemos? Se supone que el plan es llegar a las Cuevas Ciegas, ¿no?
—Por lo que sé —contestó Sheb— están intentando buscar la forma más segura de pasar. Hay un pueblo antes de las Cuevas que puede ser un punto conflictivo y peligroso; por otro lado, si el pueblo resulta ser leal al Rey, podríamos hallar resguardo. Además, aún no deciden qué hacer contigo, has resultado ser muy complicada de juzgar. El Capitán vota por que te vayas y Crissa lo respalda; Menha y Gwain te apoyan porque regresaste y optan por un castigo que puedas cumplir aquí. El General es el que tiene la última palabra y hasta ahora no se ha pronunciado.
A pesar de haber llegado hasta ese punto, Rylee aún no estaba segura de lo que quería —o debía— hacer. Por una parte, quedarse no mejoraría en nada su situación en cuanto a expectativa de vida, pero el irse solo significaba quedar a la deriva sin ningún sitio donde ir. En el campamento estaba protegida, resguardada por un escudo mágico del cual no podía salir y vigilada por un contingente de espadas y escudos; eso al menos la mantendría lejos del alcance del nigromante por el momento. Temía que el mago de la muerte tomara represalias por su desobediencia; lo que había cometido era una afrenta abierta y un acto de rebeldía que podía ser considerado tanto valiente como estúpido.
Sin embargo, a fin de cuentas, su plan valía menos que un rábano en su actual situación. Como bien le había dicho Sheb, la última palabra acerca de su destino la tenía el General; podía condenarla —aunque dudaba que el elfo la matara—pero las Diosas sabían que habían castigos lo suficientemente duros allá afuera. Recordó cuando al kevvu con el que había luchado (¿cuánto había pasado desde ese día?) lo habían amenazado con cortarle la lengua para que no dijera nada sobre el ejército. ¿Harían lo mismo con ella? Sabía muchas cosas, había vivido allí por un mes… ¿qué líder con dos dedos de frente la dejaría ir sin medidas cautelares?
—Pareces nerviosa —le comentó Sheb.
—Lo estoy —dijo sin reparos—, he pasado cuatro días encerrada sin saber qué me sucederá. Es desesperante, Sheb, la angustia es insoportable, la soledad es casi insostenible para mí, me hace falta mi loba, extraño mi hogar y a Ruby. Debo tener cuidado en mi comportamiento cuando salgo al exterior: no puedo parecer altanera, por respeto, pero no quiero parecer ni débil ni derrotada. Llego a la tienda pensando en lo que dirán de mí, algo que jamás en la vida me ha importado, pensando en las personas que no me hablan: en Menha, en el Capitán, en Yitinji. Es exasperante. Lo detesto.
También detestaba sentir el dolor irremediable en el hombro. El sangrado se había intensificado ligeramente y debía tener cuidado para que la Comandante no notara nada, por lo que intentaba mantener la cantimplora cerca para enjuagar la punzante herida en cuanto se formase. Hasta ahora, el único aspecto positivo era que se cortaba casi inmediatamente, pero considerando que le faltaba poco menos de un mes todavía, no quería imaginar lo que los próximos veinte y tantos días le tenían deparado.
Sheb la acunó contra su pecho, intentando traspasar su energía, como solía hacerlo su madre cuando estaba inquieto. Decidió cambiar el tema de conversación y le preguntó a su amiga:
—Oye, ¿has pensado en un nombre para tu espada? La tengo yo, pero sigue siendo tuya.
—No estoy segura de que a los enanos les agrade que una ladrona esgrima una de sus creaciones —respondió ella.
—Fue un regalo, Rylee. Los regalos no se quitan ni se devuelven, eso es lo que te enseñan de pequeño —sonrió.
—Supongo —dijo Rylee contagiándose de la serenidad de Sheb—. Bueno, a decir verdad, si pensé en un nombre.
—Déjame adivinar —comenzó el joven con tono juguetón—. “Fuego de Wolfire”… ¿o tal vez “Pequeña Ánuk”? —bromeó.
—De hecho —dijo Rylee enderezándose y mirando a Sheb—, es Espina Roja.
El muchacho se quedó mirándola. Había esperado un nombre diferente, más relacionado a Ánuk, por lo que se sorprendió un poco de que Rylee hubiese nombrado a su espada de una forma tan… ¿común?
—¿Espina Roja? —repitió.
—Sí. Digamos que no soy demasiado creativa con los nombres. La espada es fina y tiene el mango rojo: Espina Roja. No tiene demasiada ciencia, pero tampoco es algo que me quite el sueño, por lo que le dejé el nombre que me vino a la mente en un momento de quietud. He tenido muchos de esos momentos desde que estoy amarrada aquí.
Decirle a Sheb el verdadero motivo del nombre era imposible si no deseaba mencionar la maldición. El chico parecía satisfecho con la respuesta, sin embargo, era algo impulsivo, un poco destartalado, muy como era Rylee, así que lo dejó pasar sin analizarlo demasiado.
Cuando su tiempo culminó, Sheb se despidió con un abrazo, prometiéndole que haría lo posible por regresar a verla y darle más noticias de Ánuk.
—No estés nerviosa, Rylee, todo va a salir bien. Cometiste un delito grave, pero hiciste algo extremadamente valiente al regresar a nosotros y no caer en los juegos del Yuiddhas.
Rylee esperaba que sus jueces pensaran así también.
4
Baven Ellery esperaba desde una distancia prudente a que Sheb saliera de la tienda de Rylee. Aún a pesar de conocer los sentimientos del joven, le costaba aceptar que la chica tuviera esa cercanía con él; aquella complicidad que habían formado en tan solo un mes de conocerse era como una patada en su orgullo de hombre enamorado.
Enamorado. Era una palabra extraña para él, tan ajena como el sentimiento mismo. A decir verdad, ni siquiera sabía si estaba enamorado; las sensaciones que venían cada vez que veía a Rylee eran algo que le costaba nombrar, mucho menos podía englobarlas en un solo término.
El deseo de verla, las ganas de abrazarla y la ansiedad de saber si estaba bien no eran ilusiones, aunque hacía lo posible por reprimirlas. Todo era tan confuso, tan nuevo, que le asustaba; había sido un flechazo fulminante, una atracción repentina que no alcanzó a procesar antes de que calara en él por completo. Tenía su sonrisa grabada a fuego, el sonido de su voz memorizado, su tenacidad y coraje casi como un estándar; extrañaba sus respuestas inteligentes, su pose digna, la decisión que la acompañaba en cada paso; sus golpes firmes y el sonido de su espada al entrenar, inmutable y fuerte.
Había intentado mantenerse en una pieza cuando la vio regresar, traída por la Comandante quien lo miraba directamente. No hizo caso del escrutinio de Crissa; se alivió al oír que el cristal estaba a salvo, sabiendo que el alcance de la traición había disminuido un poco.
Desde entonces, su padre, Crissa, Menha, Gwain y él mismo, debatían sobre qué hacer con Rylee y cómo proseguir con la misión. Se habían retrasado aún más porque debían recolectar más víveres y, además, debían prepararse el doble para salir al descampado luego del ataque que habían sufrido. Sin embargo, el tiempo apremiaba, cuatro días ya era suficiente, y su padre debía dar su veredicto a más tardar durante la noche.
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