Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: El Castillo de Cristal
isbn: 9789561709218
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El Capitán esperó, recorriendo el perímetro y hablando con los soldados más por hacer algo que por necesidad; casi todo estaba listo para partir, solo faltaba la orden del General. En cuanto vio a Shebahim regresar, se acercó a él antes que el muchacho comenzara una conversación con uno de los soldados a cargo de la recolección de víveres.
—Joung —lo llamó—, necesito discutir algo contigo un momento.
Sheb asintió y lo siguió sin mayores preguntas. Sabía exactamente qué quería el Capitán y le pareció gracioso cómo ocultaba su ansiedad bajo esa voz autoritaria y lejana que ocupaba con todos los soldados, llamándolo por su apellido y haciendo parecer que el tema era serio y casi confidencial.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos del gentío y sin siquiera esperar que Baven formulara pregunta alguna, Sheb declaró:
—Rylee está bien. Está algo nerviosa por el veredicto del General, piensa mucho en Ruby, echa mucho de menos a Ánuk y me dio la impresión que necesita salir a correr o entrenar para liberar su estrés por el encierro. Esta arrepentida de haber mentido y de haber huido, pero está satisfecha con su decisión de haber regresado, aunque ahora esté presa. ¿Se queda más tranquilo, señor?
Baven boqueó, titubeando un poco. Carraspeó, intentando volver a ser el Capitán, ya que por un momento se había vuelto un chiquillo de quince años. Miró a Sheb, admirando lo perceptivo que era.
—Esperemos que la decisión de mi padre sea pronta — dijo lo más estoicamente que pudo—, no podemos retrasar más este viaje.
—Usted realmente no quiere que ella se vaya, ¿no? —le preguntó Sheb de sopetón. Diosas, sí que era directo, con razón se llevaba bien con Rylee.
—Lo que le suceda ya no está en mis manos. Como Capitán he expresado mis opiniones al respecto; Mackenzie deberá atenerse a las consecuencias que el General estime convenientes.
Shebahim miró al Capitán, que continuaba intentando parecer compuesto. Se preguntó si el elfo alguna vez había conversado con alguien en confianza, como un amigo; hasta donde él sabía, si bien trataba a sus soldados con el respeto propio de un superior a un subalterno, nunca lo había visto relajarse alrededor de nadie, excepto quizá de Menha en contadas ocasiones. Baven caminaba con su paso marcial y su mejor cara de Capitán, pero Sheb había visto las miradas disimuladas hacia la tienda donde Rylee pasaba las horas, las salidas casuales a tomar aire cuando la joven salía, las preguntas inocentes a los otros soldados acerca de lo que veían u oían de ella.
Ya había comprendido que el joven Ellery estaba experimentando emociones que no estaba acostumbrado a sentir. Dudaba que en los años que el elfo había vivido no hubiese entablado una relación con alguien pero, aún a pesar de la diferencia de edad, en aquellas veces que veía la confusión en los ojos de Baven, Sheb se sentía cien años mayor que él.
Baven no quería admitir que Sheb tenía, una vez más, razón. Ver a Rylee partir sería… Diosas, no sabía qué sentiría, pero pensar en la situación le oprimía el pecho. Como Capitán se había pronunciado a favor de echarla de allí, pero como Baven lo único que quería era tenerla donde sus ojos la vieran. ¿Estaba siendo egoísta? ¿Tal vez poco profesional? Probablemente un poco de ambas, pero ¿quién le presta atención al cerebro cuando el corazón grita? Estaba descubriendo que habían cosas que su mente simplemente no podía razonar, así como también que era mucho más vulnerable de lo que se había imaginado nunca.
Necesitaba a su hermana. Aravis sabría qué hacer, sabría qué decirle. Lo abrazaría, sonriendo, llamándolo infantil… eres tan inocente, Baven, la oyó en su mente tendrás que decidir si esta vez le harás más caso a tu corazón que a tu cabeza. Será un ejercicio divertido, ¿no lo crees, hermanito mío?
Divertido era la última palabra que usaría para definir la situación.
—¿Por qué no habla con ella, señor? —escuchó decir a Sheb de pronto. Estaba a punto de responderle que estaba lejos, aún pensando en Aravis, cuando se dio cuenta que el joven no se refería a su hermana, sino a Rylee.
—¿Por qué habría de hacer eso? —contestó como si no comprendiera.
—Porque parece necesitarlo, señor. Y no finja que no le afecta. Usted ya me confesó lo que sentía, lo que siente, por ella; solo le estoy diciendo que tal vez verla le hará bien. Y me refiero a verla cara a cara, no a hurtadillas como lo ha estado haciendo estos días.
La honestidad de Sheb era abrumadora y bastante inapropiada considerando sus rangos, pero Baven estaba descubriendo que le gustaba un poco que el joven le dijera esas cosas. Nadie más le hablaba de esa forma casual, excepto Rylee que era una descarada con todas sus letras; Sheb era respetuoso, cándido y discreto, pero también era frontal, directo y decía las cosas tal cual eran, sin subterfugios.
—Lo pensaré —le contestó finalmente—, gracias por tu información, Joung.
—Cuando quiera, señor, aunque espero que ya no sea necesario tener que informarle acerca de Rylee.
Honestamente, Baven esperaba lo mismo.
5
Todo estaba ya dispuesto para darle la sentencia a Rylee Mackenzie, quien los había traicionado. Después de cuatro días, era ya hora que el General diera su veredicto: había dejado pasar demasiado tiempo. Al menos así lo creía Petro Virasenka, el soldado más viejo entre sus camaradas.
La familia de Petro había servido al linaje de los Regaris por generaciones, primero como coperos reales, luego escuderos, soldados hasta llegar a ser miembros prominentes de la Guardia Real. El estandarte de los Virasenka mostraba un escudo azul oscuro en cuyo centro estaba la estrella coronada de siete puntas de los Regaris, flanqueado por dos espadas; el lema de la familia, “Lealtad y Honor”, no era solo una frase bonita: los Virasenka vivían regidos por esas palabras.
Petro había llegado a ser el líder de la Guardia, el Prefecto, el soldado más respetado entre todos, compañero de armas de aquel que se convertiría en el asesino de su Rey y enemigo de Rhive. Diosas, cómo se arrepentía de no haber visto las señales, de no haber podido proteger a Jeremiah, de no haber matado con sus propias manos a ese bastardo malnacido aquella fatídica noche, cuando el destino del reino se había visto quebrado por las manos codiciosas del Yuiddhas.
Fuerte, ese traidor era fuerte y estaba resentido y lleno de odio. Alimentando esa oscuridad había tenido a los Grises, susurrándole promesas de gloria, engordándolo con sueños de realeza, hasta que finalmente estuvo lo suficientemente listo para atacar.
Los había aniquilado. Había sobrevivido de milagro, gracias a sus ancestros, a las Diosas y a su hijo que lo había sacado a tiempo del castillo.
Y desde entonces no había querido ser líder de nada.
Tanta muerte, recordaba, tanta sangre y confusión, tanta desesperación. En los ojos del Yuiddhas había visto la sombra de la maldad… maldad que no veía en Rylee.
Contempló las banquillas que se habían dispuesto fuera de la tienda del General. Todos los miembros del ejército serían testigos de lo que sucedería y como era tradicional en ese tipo de juicios, tendrían СКАЧАТЬ