Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: El Castillo de Cristal
isbn: 9789561709218
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—O dejarlos encerrados —replicó Rylee con cierta amargura.
—O dejarlos encerrados, sí —repitió Gwain.
El tema quedó allí. Rylee no quiso hablar más y Gwain leyó bien el silencio que siguió luego. Se alejó de ella, dirigiéndose al General, mientras la joven pensaba en lo mucho que detestaba mojarse. Sin embargo, pronto tuvo a otra persona cabalgando a su lado.
—Es inusual verte tan callada, Mackenzie. Comúnmente transmites hasta por los codos cuando nos movemos.
La voz de Baven la volvió a sacar de sus pensamientos. Se sorprendió por el tono con el que le había hablado: no había rabia, ni resentimiento, sino todo lo contrario. Era un tono sencillo y juguetón, aunque estaba teñido con un dejo de algo que le pareció nerviosismo, aunque bien podía ser cautela.
Rylee no supo qué responder. No esperaba que el Capitán le hablase, menos de esa forma. Aunque nunca había sido el tipo de persona que se quedaba callada, especialmente tras un comentario como el que el elfo le había hecho, prefirió guardar silencio.
A Baven no le gustó que la chica no le respondiera, así que continuó su ataque:
—Francamente, me parece casi insólito que una persona tan cotorrera como tú no me responda. Después de todo, Mackenzie, me debes respeto como superior, ¿debería ordenarte que me contestes la pregunta? ¿O acaso ya estás tan resignada a quedarte muda de por vida luego de ir a las Cuevas?
No Rylee… No caigas...
—Me pregunto cómo te sentirás sin poder hablar y sin dedos. Supongo que afectará tu negocio.
—No soy una traidora —replicó finalmente, bastante molesta por lo demás.
—Ah, y al parecer tampoco eres muda aún. Me alegro que no te resignes todavía.
—¿Por qué me está diciendo estas cosas, SEÑOR? —replicó molesta—. Usted no se caracteriza por ser demasiado comunicativo conmigo.
—Porque quiero estar seguro que estás con la cabeza donde debes, Mackenzie, recuerda que comenzaremos a entrenar nuevamente. No quiero tener que estar despertándote cada vez que vaya a atacarte.
—Le aseguro que no tiene que preocuparse por eso. Tengo mi mente exactamente donde debe estar— respondió con fingida acritud. Aunque no lo demostraría por nada del mundo, la conversación le parecía extrañamente divertida.
—Bien —dijo Baven sonriendo por dentro.
Ánuk miraba la escena desde atrás. El Capitán había sido insistente en oír hablar a Rylee; la había provocado hasta hacerla responder. Era inusual, ya que Baven solía quejarse de que la chica hablaba demasiado.
Había notado que el elfo se comportaba de manera diferente con Rylee desde hacía ya un tiempo. Aunque ni una vez lo había visto dirigirse hacia la tienda donde su humana había estado confinada, sí se había estado paseando muy cerca y no era extraño oírle preguntar a sus camaradas acerca de las opiniones que tenían de ella. Además, esa extraña complicidad que tenía con Sheb le inquietaba; cuando le había consultado al chico sobre el asunto, éste sólo se había limitado a decir que era algo entre el Capitán y él.
Baven Ellery ya no parecía tan… ¿rígido? Seguía con la pose altiva de siempre, pero ya no era tan confrontacional ni despectivo. Rylee le había contado que ambos habían compartido un momento bastante civilizado luego de la batalla de hace unos días; su amiga parecía feliz de haber tenido ese tipo de conversación con el Capitán, aunque por supuesto no lo admitiría.
Rylee también estaba diferente alrededor del elfo. Ya no lo detestaba, parecía haber entendido la posición en la que se encontraba Baven y le había adquirido un respeto que se basaba en lo honrado y leal que era el joven. Antes de haber huido con el cristal, se había mostrado muy diligente con los entrenamientos, siempre ansiosa de comenzar lo más temprano y terminar lo más tarde posible. La wolfire se preguntaba si acaso se debía a las buenas enseñanzas o si había algo más involucrado, algo de lo que quizá su amiga tal vez ni siquiera se había dado cuenta.
Decidió no pensar demasiado el asunto, quizá simplemente se estaba imaginando cosas que no eran. Olisqueó su entorno y sintió un aguijoneo en su nariz debido a la baja temperatura, a la que no estaba acostumbrada. Siendo una criatura de fuego, cuyo ambiente natural eran los volcanes y desiertos, moverse entre tanta humedad le molestaba, aunque en ningún caso la debilitaba. Quizá debía tener más cuidado de ahora en adelante, se dijo, no vaya a ser que pescara un resfriado.
La primera parada se realizó al anochecer de aquel día. La lluvia que les había caído encima era un aguacero que parecía no querer acabar y en la oscuridad era muy difícil moverse con ese tipo de clima y en un grupo tan grande. El General decidió que pasaran la noche bajo una pequeña arboleda que podía, al menos, ofrecerles algo de refugio en esos parajes llenos de helechos y matorrales.
En cuanto pudieron instalarse, Rylee se encerró inmediatamente en su tienda, no solo porque era su castigo, sino porque necesitaba con urgencia revisar su marca de maldición. La punzada de dolor al caer el sol había sido la más fuerte hasta ahora y había sentido el hilillo de sangre deslizarse hasta su ombligo.
La punzada la había sorprendido —y dolido— a tal punto que la había desequilibrado. De no haber sido por Yitinji, quien caminaba a su lado en ese momento, Rylee se hubiese ido de bruces contra el suelo.
—¿Rylee está bien? —le preguntó el golem con preocupación, mientras la ayudaba a enderezarse.
—Sí, no fue nada, Yitinji. Perdí el equilibrio, es todo.
Crissa se le había acercado para asegurarse de que estaba bien; estaba cubierta hasta la nariz y parecía detestar hallarse en medio del frío. Rylee comprendió la razón: la Comandante era oriunda del sur y no estaba acostumbrada a lidiar con fríos como éste, aunque este tipo de clima era cálido en comparación a lo que podían hallar a la altura del Río Blanco.
—¿Te sientes bien, Mackenzie? —le había preguntado Crissa tocándole la frente—. Estás muy sonrosada, puede que tengas fiebre.
—Es solo el frío.
A decir verdad, pensó Rylee, se había sentido un poco abochornada en el último par de días, aunque nada que la preocupara. Sin pensar demasiado en ello, se abrió la camiseta y revisó la herida, con su loba atenta a cada movimiento.
—Diosas, Rylee, mira —jadeó Ánuk.
Allí donde se habían clavado las espinas, tenía ahora una serie de cicatrices. La última herida era un punto rojo en su hombro y le picaba.
—No tenía estas cicatrices ayer —dijo sin darle crédito a lo que veía. ¿Cómo pudieron aparecer esas marcas de una noche a otra?
—¿Mackenzie? —escuchó decir a Baven desde fuera de su tienda.
—Está ocupada —bufó la loba—, vuelva más tarde.
El Capitán estaba a punto de decir algo autoritario, cuando la voz de Rylee contestó:
—Salgo СКАЧАТЬ