El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes. Nina Rose
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Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes

Автор: Nina Rose

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: El Castillo de Cristal

isbn: 9789561709218

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СКАЧАТЬ señor —dijo el joven guiñándole un ojo y saliendo de la tienda sin darle tiempo de contestar.

      Diosas, algún día tendría que castigar a Sheb por tanta respetuosa insolencia.

sep

      —Te ves agotada —le dijo Ánuk a su amiga en cuanto regresaron a la tienda a dormir. Rylee descansaba la cabeza sobre el cuerpo cálido de la loba, como siempre hacía, sintiéndose cómoda y protegida por primera vez en días.

      —Bueno, no se puede dormir muy bien con cuerdas en las muñecas.

      Ánuk sonrió. Ahí estaba ese tono que tanto extrañaba.

      Rylee se durmió casi al instante. Respiraba con calma y parecía no tener pesadillas; ese había sido el principal miedo que había tenido durante el tiempo en que la mantuvieron alejada de su humana. Meditó la sentencia del General; le pareció bastante buena y confiaba en que Rylee lograría atravesar la barrera, pero ¿llegaría a las Cuevas? La maldición seguía su curso, estaban atrapadas dentro del ejército, nadie de allí podía ayudarlas y los días pasaban y pasaban...

      La animaba un poco la esperanza de que el nigromante muriera antes del plazo. Tal vez encontraran al mago Especialista que custodiaba la pieza del brazalete; si era tan poderoso como decían, por ser el Alto Real de Jeremiah, quizá él pudiese darles alguna respuesta.

      Rylee no parecía aún caer en la cuenta de que su tiempo se estaba acortando cada vez más. Tal vez simplemente estaba ignorando el hecho para no angustiarse demasiado, pero Ánuk lo tenía más que presente. Era desesperante no ser capaz de ayudarla.

      Se acurrucó, acoplándose a la respiración de su humana, dejándose llevar hacia un mundo de sueños inquietos.

      7

orn

      Y por fin, al quinto día de su regreso y, técnicamente, su primer día de sentencia oficial, Rylee y el ejército salieron de la protección del enorme y sombrío Bosque de Marfil para adentrarse en las planicies frías y húmedas del norte de Rhive.

      Kilómetros y kilómetros de valle los separaban aún de su destino, pero el paisaje era mucho menos agreste al del sur, donde predominaba el calor y el aroma salado del mar traído por la niebla matutina. Aquí, en el norte, el aroma a lluvia, pasto y barro entregaba una bocanada de aire fresco y limpio, aunque Rylee ya tenía la nariz helada de tanto oler su entorno, fascinada por el cambio de paisaje que antes, en el apuro de huir, no había disfrutado.

      El suelo era mullido y verde, un cambio notorio a los troncos blancos y las hojas estacionarias del bosque que habían dejado atrás. Los árboles eran menos densos, pero mucho más altos y se repartían por doquier sin arrimarse, entregando poca protección contra la lluvia tan corriente en aquellos parajes. El amplio valle era interrumpido por mesetas bajas y salientes de tierra tan antiguas como la vegetación que los rodeaba, que formaban figuras imaginarias, como nubes de tierra en un cielo esmeralda.

      Rylee sabía que estaba mucho más cerca del nigromante que nunca. A muchos días de viaje se encontraban los cerros que escudaban el sur de la capital y del Castillo de Cristal, una imponente cadena que partía en las enormes montañas Andiris y culminaba casi en el Mar de las Tormentas, conocida en su totalidad como Los Montes de los Herreros. Los pueblos que se habían instalado en las laderas, atraídos en principio por la protección que les daban los Fuertes que coronaban estas colinas, habían desaparecido casi por completo, arrasados por la destrucción del ejército del Yuiddhas. Hoy solo quedaban vestigios, sitios oscuros y sin vida donde se paseaban las sombras de los muertos y donde predominaba el olor a sangre y metal de los súbditos del Traidor.

      Los Fuertes, siete en total aunque solo tres estaban emplazados en las cimas de la cadena, eran antiguas fortalezas que, se decía, habían estado conectadas por un laberinto de túneles subterráneos que rodeaban el perímetro del Castillo y la ciudad real de Regarian, la capital de Rhive. Construidos hacía cientos de años por los Primeros Reyes, las estructuras habían resistido las inclemencias del tiempo y las guerras, alzándose como estandartes de triunfo y longevidad de la familia real. Eso hasta que el Yuiddhas había tomado posesión de ellos.

      El Fuerte Medio, el más grande de los tres que se levantaban en las colinas, era donde la mayoría del destacamento del Yuiddhas se movía y donde, se creía, se hallaba el nigromante. Lo seguía en tamaño e importancia el Fuerte Angosto; luego estaba el Fuerte Gris, el más cercano al mar, que había resultado tan dañado durante los primeros años de rebelión que se encontraba prácticamente abandonado, aunque bajo estricta vigilancia enemiga.

      Los otros, el Fuerte Soldado, el Fuerte Frío, el Fuerte Niebla y el Fuerte Salado, completaban la línea de defensa, destacándose entre todos el Fuerte Frío debido a su cercanía con el Río Blanco, que limitaba el norte de Rhive con Anthar. Era allí donde se libraban la mayoría de las luchas de los últimos años, debido al deseo de conquista del Yuiddhas y la tenacidad de los antharinos, quienes no daban tregua; dos de los tres puentes que atravesaban el río estaban prácticamente destruidos y el tercero se sostenía apenas, más por un asunto de estrategia que por mantener unido los reinos.

      En resumen, estaban en territorio enemigo. Era imposible precisar dónde encontrarían problemas, ya que parecían estar en todos lados; ojos escondidos entre los árboles, sombras vigilando en la oscuridad. Rastrear era una tarea dificilísima en aquel clima y ni siquiera Ánuk con su nariz supersensible podía ganarle al viento y el agua que se llevaba consigo el olor del enemigo. Por supuesto, la desventaja funcionaba igual para ambos lados: si tenían cuidado, podrían también ser indetectables.

      Rylee, que caminaba ausente entre los soldados, contempló el cielo que se hacía cada vez más oscuro con la inminente lluvia, preguntándose cómo funcionaría la barrera si le caía agua encima. Se la imaginaba como una enorme cúpula de vidrio que los escondía, algo que no era sólido, pero que era perceptible. Si caía agua… ¿el escudo los protegería de ella? ¿Verían el agua caer a su alrededor, fuera de la cúpula, sin poder traspasarla? Porque si era así, que de pronto en un punto en la tierra no cayera agua era extremadamente sospechoso, por no decir ridículamente obvio.

      —Conozco esa cara —dijo Gwain de pronto, acercándose a su lado montado en su caballo—, es la cara que ponías cuando me querías preguntar algo.

      La muchacha sonrió. Nadie le había hablado desde que comenzaran a andar; Sheb había quedado a cargo de resguardar el flanco izquierdo mientras que ella debía mantenerse en la vanguardia. Ánuk caminaba más atrás y Rylee no quería comenzar una conversación a gritos con ella.

      —Solo me preguntaba qué pasará con la barrera cuando nos caiga este aguacero encima —respondió apuntando al cielo—. Me refiero a que si nos mojaremos o no.

      —La barrera no nos escuda de los elementos —respondió Gwain, alegre de por fin volver a tener ese tipo de conversaciones con Rylee—, es una barrera diseñada para mantener a raya ciertos embates físicos; si alguien lanza una bala de cañón, ten por seguro que la barrera la detendrá, pero si las Diosas nos envían lluvia me temo que no es una amenaza suficientemente peligrosa para que la barrera la rechace. Pero, por ejemplo, si el enemigo nos lanzara aceite, la barrera nos protegerá, ya que puede ser un potencial peligro.

      —Es una barrera muy inteligente —comentó Rylee.

      —Es magia antigua. Los hechizos de protección como éste son complejos y su efectividad dependerá en gran parte de con qué otros hechizos de complemente. En este caso, hay un hechizo reflectante que desvía a las personas СКАЧАТЬ