Название: El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: El Castillo de Cristal
isbn: 9789561709218
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Avanzaron lo más rápido posible, preocupados por los caballos, por el ejército y por lo que pudieran encontrarse en la cima. ¿Los estarían esperando? El mapa había estado en posesión del enemigo por un tiempo suficiente y seguramente ya conocían la localización de la pieza, aunque no pudieran entrar a buscarla. ¿Sabían que la estaban rastreando? ¿Habían descubierto la trampa, los papeles en blanco que Rylee había dejado en lugar de las piezas del mapa?
No lo sabrían hasta llegar arriba y entre más pronto mejor. El sol de mediodía brillaba entre las nubes, una suave lluvia mezclada con gotas de mar llevada por el viento mojaba sus rostros y por fin llegaron a la cima, desde donde veían, a lo lejos, las Tres Hermanas; tenían también una vista preciosa del valle verde y los cerros hacia el oeste y el enorme Mar de las Tormentas al este, las olas agitándose con furia haciendo honor a su nombre.
Allí estaban las Cuevas Ciegas, tres enormes puertas abiertas en la roca marina, la entrada de una cadena interminable de pasadizos y laberintos desde donde solo los afortunados y los inteligentes eran capaces de salir. Mucho se decía de aquellas cuevas: leyendas de pasajes subterráneos hacia el reino de los Grises, caminos especiales que llevaban a las profundidades del Castillo de Cristal, un pozo subterráneo que conectaba el reino con el otro lado del mundo, atravesando la tierra y el mar. Pero era la indicación de la presencia del trozo del brazalete lo que les interesaba a los recién llegados y se prepararon, uno a uno, para entrar.
—¿Cómo sabremos por donde ir? —preguntó uno de los soldados mirando las tres enormes aberturas que parecían ir en direcciones diferentes.
—El mapa dice que “solo los fieles al verdadero Rey podrán entrar y si su corazón es leal y valeroso la magia los guiará hasta donde desean llegar” —citó el General.
—¿Qué tal si la barrera no funciona? —preguntó Rylee con un súbito miedo— ¿Qué tal si se desgastó con el tiempo, como la de Gwain en las Tres Hermanas? ¿Qué tal si el Mago Real está muerto?
Gwain se adelantó, cerró los ojos y alzó su báculo hacia el frente. Sonrió y se dirigió a todos.
—Hay magia muy potente aquí; proviene de la cueva a la derecha. Es magia de la Orden, magia de los Espíritus de las Diosas; el hechizo es más fuerte que cualquiera de los que yo podría hacer. No sé si el Mago Real esté muerto o no, pero su poder aún vive y late por estas cuevas.
—No debemos perder tiempo —habló el General con fuerza—, Gwain, Yitinji, Rylee y yo entraremos. Ustedes montarán guardia, que uno se aliste para avisarnos en caso de peligro; hagan resonar el cuerno de advertencia —agregó indicando un pequeño cuerno en el cinto de uno de los soldados— hacia adentro de la cueva y el eco nos llevará el llamado. Manténganse alerta y escondidos; si no volvemos en una hora, deben bajar al pueblo y reagruparse lo más pronto posible.
Las instrucciones eran claras y los soldados asintieron, cada uno ubicándose a resguardo mientras el General, el golem, Gwain y una asustada Rylee se dirigían a la entrada derecha de las Cuevas. El mago fue el primero en atravesar la barrera mágica, seguido de cerca por Yitinji, sin demasiada dilación o duda. El hechizo no impedía la vista hacia adentro, por lo que Rylee pudo ver a Gwain hacerle un gesto para que avanzara y cruzara hacia él.
Estaba nerviosa. No porque no confiara en su lealtad hacia el ejército, sino porque dudaba si en realidad era fiel al viejo Rey. No estaba allí por intentar vengar su muerte, ni por querer recuperar el reino en su nombre, ni por desear poner a un heredero legítimo al trono; por las Diosas, ni siquiera había llegado al ejército de forma honrada como todos los demás. ¿Reconocería la barrera todos esos pequeños detalles? Porque si era así, seguramente la dejaría fuera.
—Ve, Rylee —la apuró el General al ver que la chica no se movía.
No podía perder más tiempo: era ahora o nunca. Rylee inhaló con fuerza y sin soltar el aire, cerró los ojos y avanzó.
Sintió un cosquilleo en el cuerpo y de pronto chocó contra algo firme. Su corazón se hundió: había fallado. La culparían de traición y tendría que irse en deshonra, muda, sin Ánuk...
—Suelta el aire, Rylee, te estás poniendo morada.
La voz un tanto divertida de Gwain la sacó de su miseria. Rylee exhaló con fuerza y abrió los ojos: lo que había creído era la barrera, no era más que el estómago de Yitinji, bastante duro por lo demás.
—Rylee ha pasado. Rylee es inocente —dijo el golem esbozando lo que parecía ser una sonrisa.
Lo había logrado.
Tras ella entró el General, visiblemente aliviado.
—Felicitaciones, Rylee. Has demostrado que eres leal no solo a nosotros sino también a nuestra causa y de ahora en adelante volverás a ser considerada una más de nuestros soldados. Serás absuelta de los cargos de robo y traición.
Rylee estaba feliz con la noticia. Lo había logrado; estaba sorprendida de su propio corazón y de la forma en que la barrera mágica la había juzgado. Tal vez, se dijo, la barrera estaba fallando… tal vez se había equivocado. Lealtad era una palabra potente para ser atribuida a ella y aunque no le deseaba mal a nadie en el ejército, difícilmente sentía que era “leal” a nadie más que a sí misma en estas circunstancias. Sin embargo, si la barrera estaba bien y la había dejado pasar, era porque dentro de ella, en un rinconcito inexplorado, tal vez sí había algo de nobleza.
Miró al General, a Gwain y a Yitinji, agradecida, pero también sorprendida de que aquellos desconocidos depositaran tanta confianza en ella. En poco más de un mes se había ganado la admiración de algunos soldados y la estima de los que ahora se hallaban en la cueva con ella, un mes que había sido tortuoso en muchos sentidos, pero que le había abierto los ojos a muchas cosas, incluyendo a su propia personalidad. Como ya se había dado cuenta antes, el ejército había sacado buenas cosas en ella, le había despertado un sentido del honor que no creyó que una ladrona como ella fuera capaz de desarrollar nunca, así como también le había permitido explorar sus propias capacidades, fuera de la habilidad de escalar muros y esconderse.
Tal vez, se dijo, no era tan mala soldado después de todo. Tal vez sí tenía un espacio allí, entre ellos, defendiendo a los inocentes, luchando por el reino…
La idea sonaba algo pomposa en su mente y hasta ahora apenas si se habían envuelto en batallas —no era que se quejaba de ello tampoco, debía admitir—pero, quizá, quedarse no era tan mala idea.
Tal vez allí tendría un futuro.
Si tan solo estuviera libre….
El General de pronto habló con voz clara.
—Debemos avanzar. Ya que estás dentro, vendrás con nosotros, Rylee. Mantén tu espada lista y los ojos y oídos abiertos a cualquier cosa. No sabemos que podemos hallar en estos túneles.
La joven no protestó. No creía ser digna de seguir avanzando en un lugar tan significativo como aquel, pero su sentido de la curiosidad ya había superado a su sentido común. Gwain utilizó su báculo para alumbrar el camino; Yitinji caminaba cerca, con una ligereza y un silencio tales que parecían impropios de una criatura tan grande como él. Rylee los seguía, aferrando fuertemente a Espina Roja, y el General cerraba la marcha, sin desenfundar su espada pero atento a cada sonido.
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