Shakey. Jimmy McDonough
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Читать онлайн книгу Shakey - Jimmy McDonough страница 52

Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

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isbn: 9788418282195

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СКАЧАТЬ pudiera decir que Stephen, Bruce o Neil tuvieran mucha presencia escénica, pero Richie sí, con aquella manera que tenía de deslizarse por el escenario de puntillas, hacia atrás, gritando.»

      Stills y Young: menudo par. Ataviado con unos pantalones color crema y un sombrero de cowboy, Stills ejemplificaba al sureño rubito con ínfulas de cantante de soul, decidido a llevar a los Springfield con la mano dura propia del dueño de una plantación. Pero Neil era de armas tomar, dentro y fuera del escenario. «Neil siempre tuvo planta», comentaba David Crosby. «Stills lo forzaba demasiado. Neil iba en un plan más relajado, y todos decían: “Oooh, ¿qué será lo siguiente que haga Neil?”.»

      Young llevaba una chaqueta de gamuza con flecos, una guerrera comanche y un puñado de joyas estrafalarias. Según le explicó a Robert Greenfield: «El grupo venía del Oeste, el nombre “Buffalo Springfield” lo sacamos de un tractor, así que todo encajaba. Yo era el indio». El indio de Hollywood se convertiría en el comodín de la banda. Al principio, ejercía de guitarra solista y compositor, pero le costaba hacerle entender al grupo sus idiosincráticas ideas. «Probablemente todos los demás pensáramos que sus temas eran los más flojitos», declaraba Dewey Martin. «Yo sigo sin entender muchas de sus canciones; mira que son raras.»

      A Young le hacía cada vez menos gracia el papel que le habían asignado, y algunos de los presentes piensan que ya desde el principio se sentía frustrado al ver a otros interpretar sus composiciones. «No permitían que Neil cantara sus propios temas», recuerda Donna Port, una amiga del grupo. «Eso le dolía mucho.»

       Yo empecé a cantar algo después, porque la verdad es que los demás cantaban muy bien. El rollo de las armonías vocales no se me daba demasiado bien… Vamos, que las armonías vocales no eran lo mío. Yo tocaba la guitarra solista, que es lo que había hecho en los Mynah Birds. Tampoco me importaba tanto que Richie cantara «Clancy». No me mosqueaba, me daba igual. Pensaba: «Bueno, al menos tocamos mi canción». Tampoco me moría de ganas por cantar todas las canciones. Podía cantar otros temas; podía componer más temas. Richie no componía tantos temas y era un buen vocalista. O sea, que tenía que haber alguien en el grupo que compusiera las canciones que Richie iba a cantar. En aquel momento todas las posibilidades tenían cabida, no había ideas preconcebidas.

      Al principio, los Springfield vivíamos en el Hollywood Center Motel, en Sunset. Allí ocupábamos una casa de dos pisos. Vivíamos todos en una casita, repartidos arriba y abajo, y Bruce vivía en el armario. Nos dijo: «Yo me quedo aquí». Era un armario grande. El tío colocó allí todas sus cosas; joder, era perfecto. Barry Friedman nos pasaba un dólar al día en concepto de dietas.

      Nos habría ido muchísimo mejor si nos hubiéramos quedado con Barry. Estoy convencido. Grabamos con él algunas cosas y sonaban bien. Nadie sabe dónde paran. El sonido que él conseguía era mejor. ¿Lo ves?, él tenía que haber producido a Buffalo Springfield. Barry tenía mucho más estilo que Dickie. Era la persona adecuada, debería haberlo hecho él.

      El diminuto Richard «Dickie» Davis era un tipo entusiasta, lleno de energía y algo exaltado, que llevaba las luces en clubs de Sunset Strip, como el Whisky a Go Go y el Trip. También era vecino de Barry Friedman, así que cuando Friedman empezó a negociar el acuerdo editorial con Screen Gems, Stephen Stills lo llamó para que le echara una ojeada al contrato. Tras analizar lo poco que iban a cobrar por royalties y darse cuenta de que la banda perdería los derechos del nombre, aconsejó a los Springfield que no firmaran. Al final, según dijo Davis, «Barry no volvió a dirigirme la palabra, y yo me convertí en cierto modo en responsable de los Springfield».

      Gracias a la recomendación de Chris Hillman, los Springfield consiguieron un bolo de teloneros de los Grass Roots el 3 de mayo (aunque puede que fuera el 2) de 196652 en el Whisky, el club más fardón de Sunset Strip. Allí, rodeados de gogós enjauladas en biquini, los Springfield recibieron la ovación generalizada de todo Los Ángeles (a excepción del propio rey león, David Crosby, que al principio le dijo a Hillman que «eran una mierda»). Luego vino la pugna por fichar a los Springfield, y Richard Davis, un novato en la industria musical, fue el encargado de negociar. Los Springfield estuvieron a punto de firmar un contrato con Lenny Waronker, de Warner Bros. —Davis afirmó haberse reunido con él para hablar de la posibilidad de que Jack Nitzsche produjera a la banda—, pero a última hora aparecieron Greene y Stone, un equipo de mánager de dudosa reputación. Abrumado por tantas maquinaciones, Davis había acudido a ellos en busca de consejo, y no tardaron en hacerse con las riendas. Aquello supuso un cambio radical para Buffalo Springfield. «Greene y Stone», dijo Bruce Palmer con un suspiro. «Esos cabrones eran los más chungos, los más falsos y los menos de fiar de todo aquel mundillo. Eran los mejores.»

      «Reckless Abandon son los Buffalo Springfield de 1993. Este chaval no tiene nada que envidiarle a Neil Young, Jimmy Page o Jeff Beck. Vas a alucinar. Geffen se va a poner a dar saltos cuando los oiga.» Charlie Greene está al teléfono, hablando a toda pastilla con ese acentazo de Brooklyn, mientras de fondo suenan a todo volumen las maquetas de su último descubrimiento. Charlie es lo más. Ahí me tienes, tratando de entrevistarlo, y el tío intentando venderme la moto de no sé qué grupo, como si yo fuera Ahmet Ertegun. Un auténtico mánager.

      Según Charlie, Greene y Stone eran los mánager más cojonudos que jamás pisaron la tierra. Greene y Stone dieron a conocer al mundo a Buffalo Springfield, a Iron Butterfly y a Sonny and Cher. Greene y Stone fueron los primeros en fumarse los hilos secos de los plátanos. No hay más que escuchar la perorata de Charlie sobre su aportación del término «heavy» al léxico hippie: «Los Butterfly tenían un nuevo álbum titulado Heavy, así que se lo llevé al pinchadiscos que teníamos en la KRLA, el “Auténtico” Don Steele, y le dije: “Mira, cada vez que pongas un tema de los Beatles, dices “HEAVY”. Cada vez que pinches algo que esté de moda, di “HEAVY”. “¿Por qué?” “Hazme un favor: hazlo y punto.” Y de la noche a la mañana, “heavy” pasó a ser algo más que una medida de peso. Yo acuñé el término heavy.» Joder, la treta publicitaria tiene tanta gracia que importa una mierda que sea cierto.

      En 1966, Greene y Stone eran los tipos de moda en Sunset Strip. Incluso llevaban limusina. Una limusina Lincoln valorada en dieciocho mil quinientos dólares con un interior de visón de la marca Blackglama, un bar con su cubertería completa en plata de ley y un reproductor de cartuchos de ocho pistas de la hostia para rematar; todo ello supervisado por un elegante chófer negro con guantes blancos, que estaba metido de extranjis en todo tipo de contrabandos imaginables.

      En sus oficinas del 7715 de Sunset Boulevard, reinaba el caos a todas horas. Músicos, cobradores de facturas y groupies de alto standing se turnaban para intentar camelarse a June Nelson, la secretaria, tan enrollada como maniática, que solía estar al teléfono de palique con algún pinchadiscos, promocionando el último fichaje de Greene y Stone. Charlie y Brian, por su parte, permanecían recluidos en sus respectivos despachos —que se comunicaban por una puerta secreta—, ataviados con algún espantoso modelito pseudohippie, puestos hasta las trancas de vete a saber qué y soltándole el rollo de su nuevo superfichaje a algún sufrido ejecutivo de discográfica.

      Formaban la típica pareja de poli bueno y poli malo. Charlie era un tipo bajito y compacto, una máquina publicitaria con patas, que acostumbraba a juguetear con una baqueta entre los dedos y siempre tenía una pistola a mano53; y Brian, un tipo alto y extremadamente delgado, hacía el papel de contable callado que esperaba a que se calmara el temporal y acababa llevándose el gato al agua. «Yo me dedicaba a bailar sobre la mesa mientras él ejercía de hombre de negocios», comentaba Greene orgulloso.

      Pese a la imagen de enrollados que se habían creado, Greene y Stone no eran hippies ni de lejos, pero tampoco eran tontos ni mucho menos, y resultaban clave para acceder a un entorno incomprensible para muchos roqueros de los sesenta: el de los peces gordos del mundo de la farándula. «La verdad es que nosotros no pertenecíamos al ámbito del rock and roll», comentaba Stone. СКАЧАТЬ