Shakey. Jimmy McDonough
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Читать онлайн книгу Shakey - Jimmy McDonough страница 49

Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

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isbn: 9788418282195

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СКАЧАТЬ en una hermosa vivienda residencial a las afueras de Nueva Jersey. Tiene el pelo canoso y lo lleva corto, como el bigote. Es un tipo grandullón y su impresionante facha y su discurso de ametralladora te hacen pensar por un momento que estás hablando con un camionero. No está mal el disfraz, porque en cuanto despliega todo su encanto, te das cuenta de que tienes delante a un poeta, a un poeta psicodélico. Si eres capaz de superar una sesión con Viola sin hacer preguntas —o sin sufrir alteraciones del conocimiento—, mejor que vayas a ver si tu karma aún está en garantía, colega.

      Coge la pasta esa que estabas ahorrando para el viaje al Salón de la Fama del Rock y fúndetela en un billete de autobús para ir a ver a Ken. Esperemos que te deje entrar, porque la verdad es que en Cleveland no hay nada que ver; todo está en el ático de Ken Viola. Hay discos y casetes por todas partes, el techo está forrado de posters gigantescos de Neil Young, y los archivadores, repletos de treinta años de recortes de prensa. Viola posee una de las mejores colecciones de objetos de cultura pop del mundo, pero dista de ser el típico coleccionista coñazo maniático que lo deja todo guardado en bolsas de plástico para que no toques nada. Viola utiliza todo este material; para vivir, para enseñar y para intentar buscar una alternativa a la manera en que a veces se presentan las cosas.

      Ken Viola sigue creyendo en el poder del rock and roll. Y el rock and roll en el que cree prácticamente más que en ninguna otra cosa es el de Neil Young. Viola se ha pasado más de treinta años escuchando atentamente a Neil Young, comprando cada disco, digiriendo cada tema, saboreando cada fase con ese entusiasmo febril del chaval que se acaba de comprar su primer single; y ha conseguido conservar en todo momento una mirada crítica que roza lo místico. Eso es precisamente lo que lo hace único.

      Dejad que os diga algo sobre los fans de Neil Young, los auténticos fans: son una panda de fanáticos de la hostia. Tenemos, por un lado, a los que prefieren la vertiente acústica y tranquila de Neil, como Scott Oxman, un cristiano —y a mucha honra— que dirige los archivos de Crosby, Stills, Nash and Young desde su equipadísimo apartamento de Los Ángeles y organiza encuentros anuales con fans afines a él donde corean «Helpless» y «Teach Your Children». Oxman desdeña el lado más freak de la obra de Young, justo lo contrario que el fanático de Crazy Horse Dave McFarlin, un chaval de clase obrera que descubrió a Neil Young a mediados de los ochenta. Para McFarlin, todo lo que Shakey hace sin los Horse es basura facilona y patética; Neil Young descafeinado. Luego tenemos a Jef Michael Pielher, especializado en crípticas consultas discográficas. Inspecciona con sumo cuidado la galleta de un single con una concentración digna de un técnico de laboratorio que analiza al microscopio una muestra bacteriana. Puede pasarse horas ensalzando la superioridad que «obviamente» posee una versión alternativa de «Like an Inca» que Young decidió no incluir en Trans, y ha escrito artículos —detallados cual tesis de física cuántica— sobre las distintas ediciones y versiones de los discos de Young en Broken Arrow, una revista trimestral que edita la Neil Young Appreciation Society, organización con sede en Europa.

      Broken Arrow se dedica a publicar las soporíferas divagaciones de los fans, así como cualquier recóndito detalle de la vida de Young que consigan descubrir; para muestra, el detallado artículo —con notas a pie de página y todo— sobre el brote de polio registrado en Canadá en 1952 que afectó a Young de niño. En sus inicios, resultaba entrañable lo rudimentario de la publicación: unos cuantos folios mimeografiados y grapados. En la actualidad, es una verdadera revista con su portada a todo color y sus gráficos por ordenador, que peca de sofisticada y pulida; aunque puede que eso no haga sino reflejar la propia evolución de su protagonista. Pero la NYAS parece inocua comparada con los Rusties, un grupo de autoproclamados expertos producto de internet.

      Ninguna de estas corrientes divergentes parece ponerse de acuerdo en nada; cada una de ellas piensa que tiene la respuesta correcta. Igual que yo. Estoy seguro de que Young se regodearía ante tal situación, si se molestara en prestarle un mínimo de atención, claro.

      Ken Viola constituye una excepción. Ha conseguido eludir los riesgos que implica ser un fan, evitando que la suya se convierta en una obsesión malsana; y a pesar de haberse tropezado con su ídolo alguna vez por las caprichosas, y a veces graciosas, circunstancias de la vida, Viola se lo toma con calma. No espera recibir nada de Neil Young. En su opinión, Young ya le ha dado bastante. Cada nuevo álbum, dice Ken, es «como una carta de un amigo a la que no hace falta que responda».

      Ken se las ha apañado para alcanzar la edad adulta con dignidad, sin tener que deshacerse de su colección de discos ni acabar convertido en un carroza. Durante algún tiempo, Viola probó suerte como músico y consiguió incluso el permiso de Young para grabar uno de sus temas inéditos. Más adelante, Ken se ganó la vida muchos años como encargado de seguridad de los Grateful Dead, constatando cómo la cultura que adoraba se transformaba en un gran negocio, viendo a muchos de los músicos que tanto le sirvieron de inspiración comportarse de manera cuanto menos reprobable o, peor aún, abocados a la autodestrucción. Aun así, Ken nunca ha permitido que el cinismo tenga cabida en esta historia. Llamó a sus dos hijos Dylan y Neil, que ya es el colmo de los homenajes. Si se tratara de cualquier otro, eso bastaría para provocarme arcadas, pero, viniendo de Ken, es solo un indicio más de lo en serio que el tío se toma las cosas.

      El rock and roll le cambió la vida a Ken Viola, y todo empezó con Neil Young y Buffalo Springfield.

      El año 1966 sigue siendo sagrado para muchos de los que entonces estaban en una edad influenciable. Según el gurú cultural Charlie Beesley: «Ahí estás, volviendo de clase en el Buick de tus padres, sintonizando el dial de emisoras de AM, y de repente suena “Happenings Ten Years Time Ago” de los Yardbirds, que te deja noqueado y te transporta a un universo totalmente nuevo que empezaba a ver la luz. Y no aterrizas hasta llegar a Burger World».

      «Era algo, en cierto modo, de usar y tirar; se podía decir que era basura», comentaba el crítico Richard Meltzer, por aquel entonces un estudiante de Yale de veintiún años inmerso en la música y que escribía como nadie sobre el tema. «Era algo que, vale, estaba envuelto de toda aquella necesidad tan acuciante de transmitir emociones y tal, pero, básicamente, era de usar y tirar; algo que podía desaparecer de la noche a la mañana se estaba fusionando con algo etéreo, infinito… Era bazofia de usar y tirar de alcance universal.

      »Yo iba a clases de filosofía y de religión, y aquello me parecía un ejemplo mucho mejor que Jesucristo de que un momento fugaz puede perdurar toda la eternidad. La verdad es que antes de que los productores dieran con la fórmula para hacer discos como churros, el objetivo fundamental era escuchar aquella tentativa de dar con un nuevo sonido, el que fuera. Era puro amor al sonido.

      »Se trataba de descubrir algo nuevo —tenías al músico, tenías el diseño de los discos y tenías al público—, y no digo que todos fuéramos al unísono en los maravillosos años sesenta, pero esos tres elementos iban parejos: el músico, el diseño y el público. Todos danzaban al mismo son.»

      Aquel primer estallido del rock and roll —Elvis, Jerry Lee, Bo Diddley, Chuck Berry, Little Richard y tantos otros— ya se había extinguido a finales de los cincuenta. «Nadie de toda la gente que conozco procedente de los cincuenta habría conseguido llegar al final de los cincuenta si no llega a ser por el rock and roll», comentaba Meltzer. «En los cincuenta, había un gran panorama musical a nivel regional que de repente pasó a tener repercusión nacional. Creo que era algo que llevaba muchísimo tiempo gestándose y que por fin vio la luz; mientras que los sesenta fueron un accidente con una repercusión aún mayor que los cincuenta. Los sesenta fueron como los cincuenta, pero con más tablas.»

      Meltzer recuerda muy bien aquel noviembre de 1963 y la frenética banda sonora que marcó la etapa posterior al asesinato de John F. Kennedy en Dallas: «Surfin’ Bird» de los Trashmen y el primer disco de los Beatles. «Los Beatles demostraron que había toda una infinidad de posibilidades a explorar en un panorama musical carente de ideas, como era aquel. Tenías la impresión de que el rock and roll estaba renaciendo, y un СКАЧАТЬ