Shakey. Jimmy McDonough
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Название: Shakey

Автор: Jimmy McDonough

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

Серия:

isbn: 9788418282195

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СКАЧАТЬ Tenéis un sonido pesado. Quedémonos con él”.»

      «No hubo ni un momento de respiro», le contaría Young después a su padre. «Todo el mundo estaba preparado. Todos habíamos ido a L.A. por la misma razón, idéntica, y acabamos encontrándonos… Enseguida nos dimos cuenta de que teníamos la combinación perfecta. El tiempo no significaba nada; estábamos preparados.»

      Y mirando atrás, Young pensaba que todos eran iguales. «Es la mejor banda en la que he tocado en mi vida, precisamente porque no había nadie que estuviera por encima de los demás», le contó a David Gans en 1982. «Todos éramos iguales; éramos un grupo. Y aquello le daba a la música una inmediatez que no he vuelto a experimentar desde entonces.»

      El 15 de abril de 1966 —aproximadamente a los diez días de juntarse49—, los Springfield se embarcaron en una breve gira con los Byrds por el sur de California organizada por Barry Friedman. «Pasamos de ensayar en el salón a telonear a los Byrds», dijo Palmer.

      Cuando le pedí a Arthur Lee, el cantante de Love, que me explicara cómo era el ambiente en Los Ángeles en 1966, rio cansinamente. «Creo que ese ambiente ya no existe, amigo; se trataba más bien de amar y de compartir las cosas que de ir pegando tiros desde los coches, ¿sabes a lo que me refiero? Había una libertad total.»

      Las drogas formaban parte de esa libertad. «Es una lástima tener que hablar así de las drogas hoy en día; con esa connotación», comentaba Henry Diltz, entonces miembro del Modern Folk Quartet. «Recuerdo que vivíamos en una especie de sueño, en el que todo el mundo era muy idealista… Yo me pasaba los días fumando hierba, y te mantenía en aquel estado constante de idealismo y en aquella especie de euforia tan maravillosa; pero no era el tipo de euforia que te hace abstraerte de la realidad, era algo más del estilo: “¿Por qué tiene que haber guerra? Seamos amigos. Soltemos las armas y démonos un abrazo, por el amor de Dios. La vida es bella”. Recuerdo que pensaba que, si conseguíamos que el presidente fumara hierba, podíamos alcanzar la paz mundial.»

      La música rock se adueñó de Los Ángeles, y la mayor parte de la acción se concentraba en un grupo de clubs de Sunset Strip, una escena impulsada por el repentino éxito de los Byrds. «Los Byrds eran el ejemplo perfecto de lo que significaba estar en la onda en los sesenta», explicaba Peter Lewis, el compositor/guitarra de los Moby Grape. Omnipresente en la escena de L.A. estaba el rebelde de los Byrds, David Crosby. «David fumaba mucha hierba, y de la buena», comentaba Henry Diltz. «Recuerdo cuando entraba al Trip, con el sombrero borsalino puesto y una caja entera de papeles de liar de la marca Bambu que no encontrabas en las tiendas, y se dedicaba a repartirlos entre la gente.»

      Por influyentes que fueran, los Byrds todavía despedían «ese ligero tufillo a folk», comentaba el crítico Richard Meltzer. «Venían de aquella escena folk tan impoluta… Nietzsche elaboró aquella dicotomía aplicable a la música: lo apolíneo y lo dionisíaco. El dionisíaco es carnal, un borracho que va dando tumbos; su álter ego apolíneo es etéreo, y le gusta la música celestial. Los Byrds eran un grupo apolíneo al cien por cien, sin excepción, hasta llegar a su época psicodélica más cañera —no creo que antes de “Eight Miles High” tuvieran ni un solo tema mínimamente dionisíaco—; pero los Springfield tenían muchísimo de dionisíacos, porque venían del rock.»

      Los Byrds estaban compuestos por tres veteranos cantantes de folk reconvertidos al rollo eléctrico y una sección rítmica formada por un as de la mandolina de bluegrass con su primer bajo Fender y un batería con una trayectoria errática, cuya única experiencia previa consistía en haber tocado los bongos en Venice Beach. Cuando tocaron con los Springfield, los Byrds estaban, según recuerda su bajista, Chris Hillman: «tan “de vuelta de todo” que estábamos al borde del colapso». En el estudio los Byrds eran maravillosos, pero en directo la situación —exacerbada por las drogas y los choques de personalidades— no tenía arreglo. Una actuación de los Byrds se asemejaba más a un happening que a una experiencia musical. Todo lo contrario les sucedía a los Springfield, que triunfaban en el escenario y la pifiaban en el estudio.

      «En directo, encandilábamos a la gente», comentaba Dewey Martin. Nadie había escuchado antes nada por el estilo: tres guitarras, tres cantantes/compositores y un dúo de bajo y batería increíblemente funky. «Un puñado de folkies acompañados por una sección rítmica digna de Stax-Volt», así los describe su fan John Breckow. «Los Springfield se nos comían en el escenario», explicaba Hillman. «Era duro tocar con ellos. Eran jóvenes, estaban ansiosos y tenían lo que había que tener.»

      Fuimos muy buenos desde el principio. Creo que Chris Hillman nos ayudó mucho al principio. Yo también pensaba que los Byrds eran geniales. Michael Clarke… para mí era un batería buenísimo, no pensaba que fuera un mal batería. Perdía el compás alguna que otra vez, pero eso no significaba que fuera malo. Era un batería con personalidad. Recuerdo que los Byrds eran la hostia de buenos. No me molestaba que se equivocaran al tocar. Seguían siendo los Byrds, y sonaban a los Byrds. Su único problema era que a veces iban demasiado colocados. Crosby se ponía a hablar, o se quedaban como desorientados y cosas por el estilo. Pero a mí me parecía que todos sonaban genial, me encantaban. Me sentía feliz de estar allí.

      La escena musical de L.A. Los Doors. Tocábamos con ellos en el Whisky continuamente. Una semana tocaban los Doors con los Springfield de teloneros, a la semana siguiente tocaban los Springfield con los Doors de teloneros; y así una semana tras otra. Tocábamos todas las noches. Venía mucha gente. Los Doors eran la hostia. Algo raritos; medio bohemios. En aquella época eran demasiado para mí; ni siquiera me daba cuenta de lo grandes que eran. No lo vi claro hasta mucho tiempo después. Love molaban. Eran bastante «marcianos». Eran lo suficientemente malos y estaban lo suficientemente jodidos como para burlarse de ellos; pero, al mismo tiempo, mira qué eran buenos. Es que eran una pasada; la verdad es que entre los músicos no se les tenía mucho respeto, pero Love era un grupo increíble. Pensándolo ahora, molaba mogollón. «Orange Skies». «I just got out my little red book…50»Vaya canciones más jodidas, ¿de qué cojones iba aquello? Son excelentes.51

       Me encantaban los Beach Boys. Era colega de Mike y Dennis; Dennis y yo éramos uña y carne. Brian es un genio. ¿Has escuchado una canción que compuso Brian titulada «A Day in the Life of a Tree»? Tío, es un temazo increíble.

       Los Seeds, otro de aquellos grandes grupos que era pésimo, pero no importaba, sus discos daban el pego. «Mr. Farmer»; tío, ese no está nada mal. Buffalo Springfield no eran tan «marcianos» como todos esos grupos. Con los Byrds, puede que la energía sea similar, pero la música no. Aunque sus discos sonaban mejor.

      El empresario Barry Friedman se jactaba de haber alentado a los miembros del grupo para que se crearan unas personalidades bien diferenciadas sobre el escenario. «No hice más que copiar lo que hacían los Byrds, la verdad», comentaba. «Cada uno tenía su propio toque personal.»

      Palmer era el motor de los Springfield. «Había mucho misticismo en torno a Bruce», afirmaba el magnate discográfico Ahmed Ertegun. «Era una especie de gurú, un gurú musical. El resto del grupo lo idolatraba.»

      Palmer era un tipo callado, larguirucho, que llevaba unas psicodélicas gafas de sol y el pelo más largo del grupo; según Dewey Martin, en aquel momento parecía «una mezcla de Ichabod Crane y Alfred E. Newman». Palmer se ponía de espaldas al público, como si no le importara nadie ni nada a su alrededor, empezaba a tocar los cuatro bordones que le había puesto a un bajo desvencijado con cuerpo de violín y lanzaba unas líneas melódicas al estilo de James Jamerson y la Motown que propulsaban a la banda a la estratosfera. Según Richard Davis, que no tardaría en convertirse en la mano derecha del grupo, ir a ver a los Springfield había pasado a significar «ir a oír a Bruce».

      Furay era el tipo agradable procedente del Medio Oeste considerado en un principio el solista СКАЧАТЬ