Páginas sevillanas. Manuel Chaves Rey
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Название: Páginas sevillanas

Автор: Manuel Chaves Rey

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 4057664159243

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СКАЧАТЬ se podrían hacer otras tales. La de somo es la más pequeña de todas, é luego la segunda que so ella es mayor empués; la tercera mayor que la segunda; mas la cuarta manzana non podemos retraer de fablar della, ca es de tan gran labor, é de tan grande é extraña obra, que es dura cosa de creer; toda obrada de canales, é ellas son doce, et la anchura de cada canal cinco palmos comunales.»

      En 1396 estas bolas cayeron á impulso de un fuerte vendaval ó de un temblor de tierra, según hemos leído, y muchos años después, en 1568, siendo arzobispo D. Cristóbal Valdés, se construyó el segundo cuerpo de la Torre por el arquitecto Fernando Ruiz, colocándose la estatua de la Fe llamada el Giraldillo, que se debió al escultor y fundidor Bartolomé Morel, quien dió principio á su obra en 1566.

      Está probado que el primer reloj que se conoció en España lo tuvo esta Torre en tiempo de don Enrique III, y no recordamos en qué papel leímos que, habiéndose descompuesto la máquina, permaneció parado cerca de dos años, pues fué necesario traer de Ginebra un inteligente mecánico que supiese arreglarlo.

      El reloj que hoy existe es una magnífica obra, concluída en los comienzos del siglo XVIII por el fraile José Cordero, de la orden de San Francisco, y la campana es la misma que se puso en 1400 á presencia del monarca D. Enrique el Doliente.

      No creemos necesario hacer aquí una descripción del interior y exterior de la Giralda: ¿para qué? se han hecho tantas por tantos autores, que casi tendríamos que seguirlos con sus mismas palabras.

      Sólo diremos, para terminar, que con las obras practicadas en la famosa Torre en 1888 ésta quedó en el mejor estado de conservación, para bien de Sevilla y orgullo de su pueblo y admiración de propios y extraños.

       RECUERDOS DEL REY DON PEDRO

       Índice

      «Si le dan distintos nombres los que analizan sus hechos, de la crítica formando reñidísimo torneo, es porque fué su persona tan grande, que quiso el Cielo que el que vivió siempre en guerra moviera á discordia muerto.»

      M. Cano y Cueto.

      La memoria del Monarca justiciero está tan unida á las historias y tradiciones de nuestra ciudad, que injusto sería no dedicar en estos apuntes un recuerdo al rey más popular de España, y que más han calumniado los cronistas é historiadores, presentándolo como un monstruo sediento de víctimas y capaz de cometer toda clase de excesos y funestos errores.

      La pasión ha conducido la pluma de los escritores á los más lamentables extravíos al ocuparse del reinado de D. Pedro, á quien son menos los que con imparcialidad le han tratado, que los que le han atribuído patrañas absurdas y cuentos ridículos, haciéndose eco de los que corrían en boca del ignorante vulgo.

      Pero la verdadera crítica, investigando con incansable actividad, ha arrojado luz sobre tantas tinieblas, desvaneciendo errores y demostrando que el Monarca á quien se llama Cruel merecía el calificativo de Justiciero, como así lo entendió Felipe II.

      D. Pedro dejó en Sevilla huellas imborrables de su personalidad, las cuales existirán siempre para mantener vivo el recuerdo en todas las generaciones.

      ¡Cuántos edificios, cuántas calles, cuántos lugares nos traen aquí á la memoria la severa y arrogante figura de aquel monarca joven, emprendedor y valiente, á quien sólo pudieron vencer sus enemigos por la traición más alevosa!

      El Alcázar, esa joya de la arquitectura mudéjar, fué reconstruido por él en 1364, invirtiendo grandes sumas en las obras, trayendo de distintos puntos de España objetos de valor con que enriquecerlo, y empleando en los trabajos á los más reputados artífices.

      En el regio edificio existe aún la cámara particular que ocupó D. Pedro; allí puede verse el patio donde cayó herido al golpe de las mazas el maestre D. Fadrique; allí están los amenos jardines por los que tantas veces paseó D.ª María de Padilla; allí está la magnífica portada cuyos dibujos é inscripciones dirigió el mismo Rey, y allí, en fin, existen próximos los sombríos y tortuosos callejones por donde él salía de noche á vigilar la población y á sorprender las tenebrosas reuniones de sus enemigos.

      En la calle del Candilejo estuvo el domicilio de aquella vieja que asomó su luz á la ventana una noche que el Monarca había tenido pendencia con un desconocido, reconociéndole por el ruido de las choquezuelas, suceso que por ser de todos sabido no relataremos, limitándonos á decir que el busto de D. Pedro que hoy existe en la fachada cercana se colocó el año 1600, sustituyendo á la cabeza toscamente labrada en barro que el Monarca justiciero hizo poner en el lugar de la riña.

      Otro edificio que evoca su memoria es la torre del Oro, en la cual estuvieron guardados los tesoros del Rey, bajo la vigilancia del judío Leví, y en la que permaneció D.ª Aldonza Coronel mientras sostuvo sus amorosas relaciones con D. Pedro.

      Éste reedificó á sus expensas cuatro templos, que fueron el de San Miguel, el de San Francisco, el de la Merced y el de San Pablo, haciendo que en ellos se dieran de continuo solemnes cultos y fiestas, que solía presenciar muy á menudo en compañía de sus cortesanos.

      En el convento de Santa Inés yace enterrada la esposa de D. Juan de la Cerda, D.ª María Coronel, á quien D. Pedro requirió de amores con tanta insistencia, que la dama, que era de suyo honesta y poco sensible á los halagos del joven Monarca, se retiró á la ermita de San Blas y luego á dicho convento, que fundó, y en donde, viéndose aún perseguida por su galanteador, no encontrando á mano otro medio de alejarle, se aplicó aceite hirviendo en el rostro para matar su hermosura, quedando de extraordinaria fealdad.

      Cuando la guerra con Aragón, en el sitio de las Atarazanas equipó D. Pedro la escuadra que había de obtener tan señalada victoria, y se dice que el Rey en persona acudía todos los días á estos sitios, dando muchas ordenes verbales á los marinos y demás gentes que trabajaban en las obras.

      No lejos de este lugar cuenta la tradición que D. Pedro entró en el río á caballo persiguiendo airado al Nuncio del Papa, que había anatematizado el enlace con D.ª María Padilla, viéndose muy apurado el eclesiástico para huir en una barca, que por fortuna le salvó de una muerte cierta. En la calle de San Luis se asegura que vivió aquella hermosa dama, cuando fué conocida por el Rey; á la puerta del templo de San Gil fué enterrado el famoso arcediano que la conseja popular nos ha trasmitido... ¿Y á qué seguir enumerando lugares y edificios?... Ya dijimos que Sevilla está llena de recuerdos de aquel Rey, y los que hemos apuntado bastan para probar nuestras frases.

      Si dispusiéramos de más espacio lo dedicaríamos á la memoria del Monarca justiciero; mas como las dimensiones de estos apuntes no lo permiten, ponemos punto á nuestro modesto trabajo.

       EL SEPULCRO DE GUZMÁN EL BUENO

       Índice

      «Un hijo dióme Dios para mi patria; su apoyo debe ser; no su enemigo... Y porque te persuadas cuán distante me encuentro de faltar al deber mío, si armas no tienes para darle muerte, toma, allá va, verdugo, mi cuchillo.»

      Gil de Zárate.

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