A la salud de la serpiente. Tomo I. Gustavo Sainz
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Название: A la salud de la serpiente. Tomo I

Автор: Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786078312047

isbn:

СКАЧАТЬ que lo inquietaban, digamos 6 810 000 litres d’eau par seconde (étude stéréophonique), de Michel Butor, de pronto levantando la vista del volumen para saborear alguna elipsis, para detenerse en algún ícono o relacionar algunos puntos distantes, y ocasionalmente seguía con la vista sus rojas latas de coca-cola en inflexible formación amurallada, el libro entre sus manos como si proclamara que lo único importante era el lenguaje y la forma, que todas, absolutamente todas las historias ya se habían contado antes y mejor, y que lo único que queda es producir arabescos, ensamblajes, borrones, desdibujos, collages, y miraba por la ventana, pues toda la pared frente a la cama y de la mitad hacia arriba estaba constituida por una ventana de vidrios dobles, marcos de aluminio y mosquitero, dividida en tres paneles, y a través de ella, desde la cama, ­acostado, podía ver los árboles o más bien el follaje, garabatos de ramas, copas de los abetos de una pequeña colina o montaña que caía o descendía hacia el patio, cuatro pisos abajo y a unos diez metros de la espalda del edificio, y entre las hojas de ese impenetrable bosque manchas que entraban y salían y que ocasionalmente podían distinguirse como pájaros de regular tamaño y pecho anaranjado o rojizo, y a veces hasta parecía oírse el ruido de alas o el de las hojas al abrirse paso los pájaros o pelear o perseguirse, y más allá, pero no se podía ver desde la cama, aunque se presentía, el cielo azul que recordaba similar al cielo de muchos años atrás en la colonia del Valle, en la ciudad de México, en la calle Gabriel Mancera, junto a los laboratorios Max Factor, visto muchas tardes de ocio y turbación adolescentes, sentado en los escalones a la entrada de su casa, la número 1737-A, sólo que en Iowa el cielo siempre estaba tasajeado por la estela de los bombarderos que volaban altísimo, y que dejaban larguísimas líneas blancas que requerían mucho tiempo para desvanecerse, o no seguía con la lectura de una de esas gruesas novelas en las que le gustaba hundirse y perder el juicio, sino que terminada, cerrada la última página y la contratapa, digamos, del libro de Michel Butor que parecía más bien un álbum de etiquetas y boletos y volantes de todas clases, en donde a pesar del autor se encontraba una historia oculta, o docenas de historias tenues, insufi­cientes, apenas esbozadas, pero más que estimulantes, o el zafarrancho de Carlo Emilio Gadda, o uno de Jacob Lind, o de Philippe Sollers, o de ­Hermann Broch, o de Guimarães Rosa, o de Raymond Roussell, que fueron los autores que consumió durante las primeras semanas en ese cálido departamento del edificio Mayflower, cerrado el libro, decía para sí mismo (inclusive en voz alta), acostumbraba anotar sus impresiones en una libreta específica que no debía confundirse con su diario, ni con la libreta adonde arriesgaba tratamientos de lo que llegaría a ser su segundo ensayo narrativo, aunque las tres libretas exteriormente fuesen idénticas, como para confundir a los enemigos acostumbraba afirmar, gruesas, jaspeadas, con puntas y lomo de tela gris, y después to­maba unas tijeras, cambiaba de habitación, encendía la luz fluorescente y se sentaba frente a su escritorio, tan largo, acercándose hacia sí toda la correspondencia acumulada en los últimos días, correspondencia de tantos días como se había inmerso en sus lecturas, y empezaba a abrir con mucho cuidado, las cartas, respetando los timbres, que acumulaba en una caja de zapatos (ya sin zapatos) para regalárselos a su padre que era filatelista, y acumulándolas ya desdobladas una arriba de la otra para leerlas con cierto orden, por ejemplo:

      Sí, desde luego fui yo quien dio tu nombre para Iowa, y espero que mientras gozas la beca —como espero que sea— sepas en Iowa mantenerte al margen de toda la asquerosa cosa “good neighbor” y escribir, que si lo logras, será muy fructífero. Yo no pertenecí jamás al International Writing Program. Yo trabajaba en el Writers ­Workshop, enseñando a graduados americanos solamente a escribir en inglés. Pero algunos del International Writing Program venían a mis clases: un afgano peludo, un danés muy grande y un negro tatuado de Nigeria, algún inglesito delicado, etc., pero siempre, siempre me resultaron mucho más interesantes mis alumnos norteamericanos, mari­huaneros, locos, con una libertad suprema, inteligentes, refinados, macanudos. Si te metes con ellos y no haces vida “oficial” lo pasarás bien —en el sentido que podrás escribir sin que te molesten. Yo no iré como tenía pensado ir, y contratado para tal: me saqué la beca ­Guggenheim, como Leñero, a partir de junio del año próximo, y en vez de Iowa me vendré a Europa. Iowa entonces, para mí, queda para el 70-71. ¿Has leído esa novela increíble que se llama La traición de Rita Hayworth? Coméntamela. Es una maravilla. ¿Para qué me quiere Strauss? ¿Quieres que te super recomiende? Escríbeme si necesitas apoyo. Tengo todavía algún amigo, amiga en Iowa, si los quieres. Escribe. Abrazos. Pepe Donoso.

      O también:

      Muchísimas gracias por el envío de la entrevista y las páginas del primer capítulo de tu Work in Progress. La entrevista ha ganado mucho y el único retoque serio que me he permitido hacer (es una norma inflexible de la revista) consiste en la supresión de la frase en que me elogias. Te agradezco y creo que sos sincero, pero no quiero dar más pasto a mis enemigos. Esta vanidad al revés, estoy seguro que me la perdonarás. La otra corrección es mínima y consiste en desplazar la alusión o referencia a Leñero y Co., que estaba al final de un párrafo del que tú habías suprimido lo esencial. Cortado un poco antes, queda mejor, y la frase sobre Leñero puede quedar bien cuando tú hablas de que no hay grupos, etc. De todos modos he proce­dido en estos mínimos ajustes con la delicadeza de “editor” que me caracteriza. (Aquí asomó la vanidad, carajo). En cuanto al capítulo es excelente y tiene una cualidad hipnótica que espero se ejerza sobre los lectores. Me he quedado con ganas de leer y conocer más de la novela. Pienso publicar ambos textos seguidos en Mundo Nuevo 22. La entrevista primero, precedida de una breve introducción crítico-biográfica hecha por un servidor, y luego el capítulo. El conjunto es como una introducción y homenaje que va a quedar muy bonito. En cuanto a asuntos económicos, he hecho que te envíen 150 dlls. De inmediato, por concepto de pago de las dos colaboraciones y adelanto, así sea parcial, de gastos de correo, suplementos y otras bellezas. Con más calma, la semana que viene le pediré a mi secretaria que te haga una liquidación al día. De acuerdo en enviarte yo mismo las revistas, más o menos camufladas para evitar las tentaciones del correo mexicano. Eso sí, te llegarán por barco. De otro modo te saldrían muy caras y tendrías que estar escribiendo novelas para saldar tu deuda con Mundo Nuevo, lo que es más balzaciano que helleriano. En el texto de tu capítulo hay una cita de Berimbau que me temo sea incorrecta. As far I can see, el verso debe ser “Berimbau me acompanhou, Maximiliano não”. (No te asustes por los subrayados; en tu capítulo se respetarán las convenciones tipográficas que propones en el pasaje tachado de la entrevista, que leí naturalmente por pura curiosidad, y que me servirá para hacer una referencia en la introducción al capítulo). Aunque no conozco el texto portugués más que de oídas, la ortografía debe ser la que propongo. No existe la n en portugués y “nao” se escribe así. O por lo menos se escribía así en la época en que yo estudié en el Lycée Français de Rio de Janeiro (esto para que veas que Fuentes no es el único polígloto errante de las letras latinoamericanas). La desa­parición de Mundo Nuevo es un deseo de nuestros mejores amigos y enemigos. Es una revista que hace roncha y, por lo tanto… Pero creo que la noticia es un poco prematura. Ha habido episodios y conflictos, pero no creo que la sangre llegue al río. O, por lo menos, yo no dejaré que llegue. La revista me importa demasiado y creo que cumple una función necesarísima. Así que no te dejes influir por el ambiente exquisito de la meseta. De las películas que citas sólo vi Bonnie & Clyde, que me gustó muchísimo, y Mickey One que me interesó, pero mucho menos. (El simbolismo kafkiano-godardiano-hawkiano del film es un poco de mal gusto). He visto en cambio Poor Cow, de un tipo inglés nuevo que tiene sus cositas; Dutchman sobre Le Roi-Jones, que es teatro bien hecho; Tonite Let’s All Make Love in London, que es psicodélica y delirante, pero está magníficamente hecha (hay un pasaje de antología en que Vanessa Redgrave canta Guantanamera en español fonético de la Berlitz-Dorticós School, como si fuera una niñita de primera clase recitando en casa de sus tías “Los zapatitos me aprrietan”); Week-End del ínclito Godard, que pone en limpio sus últimos borradores (desde Made in USA, Deux ou trois choses que je sais d’elle y La chinoise), pero aun así muestra mala letra, sobre todo si se le compara con su discípulo y ahora maestro Arthur Penn, y finalmente Persona, de Bergman. ¿Te conté alguna vez que he escrito un libro con H. Alsina Thevenet sobre Bergman? Nosotros lo descubrimos en Punta del Este, 1952, antes que los franceses en Cannes, 1956. Hasta el mismo Bergman lo ha declarado en entrevista СКАЧАТЬ