A la salud de la serpiente. Tomo I. Gustavo Sainz
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Название: A la salud de la serpiente. Tomo I

Автор: Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786078312047

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СКАЧАТЬ ésta sí no tengo idea cómo se llamaba, y los granaderos acudieron sin que nadie los llamara, supuestamente para impedir otro enfrentamiento, pero golpeando a diestra y siniestra, a troche y moche, helter skelter vamos a decir, provocando gran confusión, varios heridos y supuestamente sólo tres muertos, además de detener a centenares de adolescentes y cargas con docenas de cadáveres para esconderlos, en la planta baja del Mayflower tres muchachas en flor tocando y cantando junto al piano Those were the days, my friend/ We thought they’d never end, afuera, luego de los escalones y desde un radio portátil algunas noticias, habían detenido a un joven de 17 años por violación, y un avión había dejado caer sus rockets sobre un lugar habitado y murieron muchos, Jacqueline Kennedy seguía en viaje de luna de miel con Onassis, el huracán Gladys se movía lentamente en la costa de Florida, Hubert Humphrey prometía terminar con la guerra de Vietnam, una anciana de 81 años, en Londres, había golpeado bárbaramente a un carterista que intentó asaltarla, y una ardilla atropellada en medio de la calle Dubuque, los ruidos del bosque opuestos al escándalo de millares de grillos, el viento silbando entre los árboles, cientos de pájaros, cierto viento o una brisa más bien, oí que va a bajar la temperatura dijo Barry arrastrando su pierna jodida por culpa de Borges, y con ella un buen montón de hojas secas, de 70 a 55 grados, puntualizó Barry, en la esquina de Dubuque con Bloomington, dentro de una casa de madera igual que todas las demás, un violín que rechinaba, y el Redomado Lépero de la Hez Metropolitana sentenció igual que mi estabilidad emocional, Barry preguntando por detrás de un vidrio oscuro, repentinamente preocupado por saber si él se identificaba o no con ese escritor que miraba morbosamente la enfermedad de su hija, y luego se servía de eso para escribir, y el Redomado Lépero de la Hez Metropolitana confirmando que sí, desde luego, Bergman sabe demasiado bien que el artista se nutre de sus semejantes, de sus parientes cercanos especialmente, el artista es una especie de vampiro, o de zopilote, todo esto por la calle Washington, los árboles como un arco dorado, tornasolados, amarillos, cafés, guindas, anaranjados, borgoña, ocres, rojizos por donde había sido el desfile de Homecoming, un poco de bruma en el aire, cierto olor a cereal, a los campos sembrados de trigo allí, detrás de las casas, de vez en cuando un como remolino o lluvia de hojas secas y el ruido de la pierna jodida de Barry (por culpa de Borges) al arrastrase, las calles tan silenciosas y diferentes de las calles de la ciudad de México, casi irreales, como de otro siglo, como podían ser diferentes la noche del día, la mujer del hombre, el cielo del infierno, el blanco del negro, el sístole del diástole, lo que ascendía de lo que caía, lo que se comprimía de lo que explotaba, lo prohibido de aquello que se transgredía, en fin, las ruidosas, tumultuosas calles de las manifestaciones, la avenida Instituto Politécnico, los desniveles de Melchor Ocampo, la gente en las ventanas de los edificios de Sullivan, el monstruoso e imponente Monumento a la Madre, la angosta Villalongín, el pretencioso Paseo de la Reforma, la agringada avenida Juárez, el virreinal y majestuoso Francisco I. Madero (que Carlos Fuentes llamaba Frank & Wood), la anchísima calle Cinco de Mayo, la enorme y amorfa Plaza Mayor, atravesada tantas veces, adonde había llegado a gritar, a protestar, a dirimir, a quejarse, a corear tantas veces este puño sí se ve, este puño sí se ve o el pueblo unido jamás será vencido, con sus compañeros de escuela o la pandilla de su colonia o al lado de maestros universitarios o del Politécnico, una vez cargando un cartel con la efigie del Che Guevara, che, che, che guevara, otra repartiendo volantes contra la Olimpiada del Hambre, y recordaba otras mantas, los maestros reprobamos al gobierno por su política de represión, 35 muertos incinerados por el ejército, Barry mirándolo siempre y él hablando casi sin mirarlo, caminando muy despacio, displiscentes, al paso de Barry, que parecía ir barriendo la hojarasca con su pierna jodida por culpa de Borges, libros sí, granaderos no, caminando con la cabeza baja, el cielo azul arriba, el largo y negro cabello cubriéndole la cara como una cortina, escondiendo que los dientes le castañeteaban de frío, la lengua que humedecía una y otra vez los labios resecos, los dientes que mordían esos labios, y como subiendo un poquito la voz, como para sobreponerse a ese ruido de hojas pisoteadas, como para no creerlo ¿verdad?, pero fue así, de veras, un caballo con un soldado arriba saltó el cofre de mi volkswagen rojo, claro que no iba solo, había muchos otros soldados a caballo, y los animales alrededor nuestro piafaban, se veían inquietos, nerviosos, brutalmente excitados y enormes, desmedidos y hasta monstruosos, sobre todo si los veías como nosotros desde el asiento del volkswagen, vadeándonos, rodeándonos, su voz bañada de cierta alarma, de cierto estupor, de un espanto que parecía no iba a acabarse nunca, ni a pesar del tiempo ni a pesar de la distancia, sino que se renovaba día a día, noche a noche, palabra a palabra, latido a latido, los edificios de la Universidad de Iowa grises, antiguos contundentes, pesados, sombríos, húmedos, impersonales, Barry arrastrando su pierna atrofiada por culpa de Borges, y la primera semana en esa pequeña y curiosa y desconocida ciudad, la carta a Laura Knebel para estrenar la maquinita eléctrica de escribir ¿qué habrá sido de esa maquinita?, querida Laura, te juro que lo primero que pensaba hacer en Nueva York era visitar las oficinas de Look Magazine, ver la redacción y el departamento de arte, y si era posible hasta los talleres adonde se imprimía la revista, quería aprender de esa organización, conocer todas las etapas que se cumplían, porque desde que practicaba el periodismo, todo lo relacionado se convirtió para mí en una pasión casi deshonesta, pero imagínate, primero el deslumbramiento de la ciudad, luego los compromisos encadenándose uno tras otro, el escándalo de ver Hair, George M, Hello Dolly, Cabaret, Golden Rainbow, sabiendo que no tendré oportunidad de verlas otra vez, aterrado de restarle horas al cine o a hacer visitas a escritores y gente interesante, conocí por cierto a Dennis Donahue, a Isaac Bashevis Singer, a Susan Sontag, a E. L. Doctorow, y a Roger Straus, y a Hortence Calisher, y a Harold Bloom, y a Donald Barthelme, como te conté por teléfono, de sobresalto en sobresalto, y en segundo lugar mis problemas con la visa, yo creo que por mis supuestos antecedentes antinorteamericanos, por haber, imagínate, ofrecido una conferencia hace nueve años para un ciclo organizado por el Partido Revolucionario Estudiantil, la palabra Revolucionario en ese antecedente (y de pronto cuando escribía la carta como en un fogonazo, la descripción de la palabra revolución tal y como aparecía en el Diccionario Larousse, descripción que Claude Simon usaba de epígrafe en su novela Le Palace, “revolución: movimiento de un móvil que recorriendo una curva cerrada vuelve a pasar sucesivamente por los mismos puntos”), el haber estudiado en la Universidad Nacional Autónoma de México, “semillero de comunistas”, y el que en mi pasaporte dijera ocupación escritor, hicieron el resto (entonces otros epígrafes a la entrada de otras novelas de Claude Simon, el de La hierba, por ejemplo, algo así como “nadie hace la historia, no se le ve, así como nadie ve crecer la hierba: Boris Pasternak”, y el de Histoire, “algo que nos inunda, lo organizamos, se nos cae a pedazos, volvemos a organizarlo y caemos nosotros mismos a pedazos: Rilke”), tuve que soportar un interrogatorio increíble de un cónsul pendejo, arrogante, aburrido y al mismo tiempo muy irritante, ¿es usted comunista?, no, ¿pertenece o perteneció alguna vez al partido comunista o a algún otro partido?, no, nunca me he afiliado a ningún partido político, ya que considero que el escritor debe situarse a prudente distancia del poder político, entonces ¿sus ideas políticas son de derecha?, no, no son de derecha, ¿entonces es comunista, pero no se atreve a decirlo? (cada vez más violento), perdóneme, pero no acepto ser comunista, ¿está a favor de la guerra de Vietnam?, no, entonces ¿para qué quiere ir a Estados Unidos? (más obstinado), para corresponder a una invitación, y no llevo ninguna misión política, mire usted, publiqué un libro, una novela que acaba de salir publicada en inglés, ésta es la propaganda (le mostré la invitación al cocktail de presentación y un desplegado de página completa publicado en The New York Times Book Review), éste es el libro (también se lo mostré), estos son mis pasajes de avión, ésta es la confirmación de mi hospedaje, puede usted hablar con John Brown, agregado cultural que conoce las razones de mi viaje y además es buen amigo de mis editores y de la organización que me invita, pero el interrogatorio continuaba, ¿estuvo usted en la Universidad?, ¿de qué año a qué año?, ¿perteneció a grupos políticos estudiantiles?, ¿no perteneció a ningún partido que se llamara revolucionario?, ¿colaboró con ellos?, ¿no se acuerda?, aquí dice que el día tal, del mes tal, del año tal, usted dio una conferencia sobre Pornografía y literatura, y que al final usted arengó al público en nombre de una revolución en marcha, invocando a Fidel Castro y al Che Guevara, pero era 1959 protestó, o dice que protestó, y al final de cuentas le dieron la visa, muchas cosas más en esa carta, el encuentro con Nicanor Parra y con George Plimpton, СКАЧАТЬ