La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse
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Название: La muralla rusa

Автор: Hèlène Carrere D'Encausse

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432153532

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СКАЧАТЬ La emperatriz superó una vez más tan sombríos pronósticos y su venganza se aplicó. Apraxin fue juzgado por un tribunal militar, condenado por traición, pero murió muy oportunamente. Bestujev, alma del complot según la emperatriz, fue dimitido, acusado de crimen de lesa majestad y condenado al exilio en Siberia. El examen de los papeles de Apraxin proporcionó a la emperatriz muchas informaciones sobre sus lazos con la gran duquesa Catalina, y las relaciones entre las dos mujeres no mejoraron. Resucitada la emperatriz, había tomado en mano la situación militar. Para remplazar a Apraxin nombró a un hábil general en jefe, Villim Fermor, que poco antes había destacado en la batalla de Memel y había ordenado la ocupación de la Prusia oriental donde, durante la retirada decidida por Apraxin, las brutalidades y depredaciones del ejército ruso habían sobrepasado todos los horrores imaginados por los habitantes. Fermor volvió a poner las tropas en orden de batalla, tomó Königsberg, luego avanzó hacia Brandeburgo, y en el verano de 1758, Berlín parecía al alcance de los ejércitos rusos. Pero los prusianos no estaban aún vencidos. La perspectiva de perder la capital los electrizó, y Federico II seguía siendo el gran estratega al que nadie nunca había vencido. Rusos y prusianos se enfrentaron en Zorndorf el 25 de agosto. Aunque ganaban a los prusianos en número, los rusos fueron derrotados y sus pérdidas fueron considerables. Impulsado por esta victoria, Federico II batió a los franceses en Rossbach, y a los austriacos, un mes más tarde, en Leuthen. En todo caso, sus enemigos no habían tampoco perdido la partida.

      La batalla de Rossbach tuvo en Francia un efecto devastador. Circulaban rumores que sugerían una paz separada franco-prusiana. Los rusos se alarmaron tanto que Bernis se ocupó de desmentirlos, recordando que la paz debía aceptarse por todos los Estados signatarios del Tratado de Versalles. Estos desmentidos no eran sinceros. Bernis sabía que Francia estaba agotada. Debía llevar una guerra en dos frentes, combatir contra Prusia mientras sostenía el combate emprendido contra Inglaterra en varios mares y continentes. Él sabía que Federico II estaba dispuesto a negociar a condición de que la integridad de sus territorios fuese preservada. Y que Austria estaba dispuesta a hacerlo, salvo si tuviese que renunciar a Silesia. La desconocida era Rusia, de la que Bernis temía la intransigencia. Se esforzó en convencer a María Teresa de la idea de la negociación, pero ella informó a Isabel que reaccionó vigorosamente, y las dos se entendieron para presionar a Francia e impedirle concluir una paz separada.

      Al abrirse el año 1759, la política extranjera francesa conocía un cambio notable. Bernis dimitió y el conde Choiseul-Stainville, su adjunto, convertido en duque, fue nombrado en su lugar. El nuevo ministro, que era también primer ministro, había expresado muchas veces su convicción de que la guerra debía continuarse y que había que terminar con Federico II, en eso se oponía a Bernis. En cuanto a alianzas, era naturalmente partidario de la concluida con Austria, y consideraba que el apoyo de Rusia, de la que comprendía la importancia geográfica y estratégica, era necesario en la guerra. De un memorándum sobre las relaciones franco-rusas que le comunicó un primo suyo, el duque retuvo la reflexión sobre el interés para Francia de instaurar verdaderas y duraderas relaciones con Rusia, y de hacerlo tratando directamente con ella, y no uniéndose a tratados por medio de Viena. El duque de Choiseul resolvió entrar en relación más directa con la emperatriz, explicándole que Francia quería igual que ella destruir a su enemigo común, Prusia.

      Choiseul, queriendo mejorar las relaciones con Rusia, sin pasar por Austria, tropezaba con las ideas de Luis XV. Él no conocía el Secreto del Rey.

      En la primavera de 1759, franceses y rusos habían recomenzado la ofensiva. El mariscal de Broglie, vencedor en Bergen, avanzaba en dirección al Weser, mientras que las tropas rusas, dirigidas por Saltykov, sucesor de Fermor, se dirigían hacia el Oder. Estos avances separados no podían satisfacer a Choiseul, que consideraba que una acción común sería más útil, por lo que en 1759 quiso montar una operación franco-rusa de desembarco en Escocia. Voltaire calificó ese proyecto de «cuento de las Mil y Una Noches», y expertos han demostrado su imposibilidad, teniendo en cuenta los medios militares rusos.

      En el verano de 1759, la suerte de las armas, largo tiempo favorable a Federico II, dio la vuelta. En Kunersdorf, no lejos de Francfort, Federico II se enfrentó a los rusos. Podía alinear cuarenta y ocho mil hombres frente a ochenta mil adversarios. Al principio, su genio le permitió desbordar a las tropas contrarias, y creyó en una victoria que anunció imprudentemente. Luego la suerte se invirtió, los rusos, cambiando de táctica, obligaron a retroceder a las tropas prusianas. Federico II huyó, abandonando Berlín. Pero rusos y austriacos no se pararon ahí, ocupando Silesia —eterna reivindicación de María Teresa— y Brandeburgo, y finalmente Berlín, que se rindió a las tropas rusas. Austriacos y rusos saquearon la ciudad, luego ante el anuncio del regreso reforzado de Federico II, cuya estrella, a pesar de las derrotas, brillaba aún, dejaron la ciudad. Rusia había conseguido muchas victorias, pero estaba arruinada, sin posibilidades de proseguir la guerra. Vorontsov, que había sucedido a Bestujev en la Cancillería, informó a sus aliados, que no estaban en mejores condiciones. Había que negociar la paz. Austria y Francia lo deseaban. Pero cuando Vorontsov mencionó la cuestión con la emperatriz, chocó con una violenta oposición. Ella quería destruir a Prusia y desembarazarse para siempre de su rey. Isabel se obstinó en proseguir la guerra hasta la victoria total y sus aliados debieron seguirla. Para Federico II que se había refugiado en Breslau, el combate estaba perdido. Su última esperanza estaba en que el sultán otomano interviniese contra Rusia, pues la situación caótica de Europa al final de la guerra de los Siete Años era favorable a su entrada en escena. Pero el sultán no hizo nada, abandonando al rey de Prusia a su suerte.

      El destino justificó, sin embargo, la esperanza de Federico II. Iba a salvarle la muerte de la intratable soberana. Este evento, milagroso para Federico II, llegó el 25 de diciembre de 1761 cuando él parecía perdido. La paz ruso-prusiana se firmará el 13 de abril de 1762.

      Esta paz tuvo una historia larga y difícil. En 1760, dos años antes de la muerte de Isabel, Francia quería ya poner fin a la guerra, o al menos salir de ella. Su nuevo embajador en Petersburgo, el barón de Breteuil, no cesaba de repetir a los responsables rusos que Francia quería hacer la paz. Voluntad que justificaban los deberes franceses en los teatros de operaciones americano e indio, pero también la ausencia de victorias significativas en el escenario europeo. El barón de Breteuil, tratando de convencer a la emperatriz de la inanidad de la continuación de los combates, pedía un refuerzo de los vínculos franco-rusos y el desarrollo del comercio entre los dos países, comercio hasta entonces monopolizado por Inglaterra. Para convencer a Federico II de negociar, había que privarle del concurso de Inglaterra que le era indispensable, y para eso era preciso tratar con Inglaterra. El rey de Francia consideraba que estaría mejor colocado para esta negociación apoyándose en España y los Países Bajos. Informada del proyecto francés, la emperatriz objetó que la paz no tenía solo por finalidad poner fin a la guerra, se necesitaba también que Prusia no fuese nunca más un peligro para sus vecinos y para la paz. De ahí la necesidad de combatir hasta romper definitivamente su potencia.

      En París, el embajador Tchernychev daba incansablemente el mismo discurso a todos sus interlocutores. Mientras se proseguían estos intercambios, el proyecto de reunir un congreso de la paz tomaba cuerpo. Rusia, que seguía defendiendo la continuación del conflicto, no ponía objeción a esto, considerando que después de la guerra ella podría defender sus pretensiones territoriales. Y su prioridad no era obtener la Prusia oriental y Dantzig, sino una modificación de las fronteras en Ucrania, lo que hacía saltar a los polacos. Para alcanzar este objetivo, Rusia necesitaba el apoyo francés, de ahí la moderación que mostraba la emperatriz en las negociaciones de paz de Francia. Después de largos tratos con Inglaterra, Versalles admitió su fracaso, mientras que Choiseul se volvía hacia España para firmar con ella el pacto de familia de agosto de 1761.

      Constatando los deberes franceses, Isabel propuso al rey concluir un tratado sin incluir a Austria, prometiendo pesar sobre Inglaterra para que atendiese los intereses franceses en las colonias. Como precio de este apoyo ruso, Rusia pedía el de Francia en su «reivindicación ucraniana». La propuesta convenía a Choiseul, pero tropezó con los deseos del rey que él ignoraba СКАЧАТЬ