La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse
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Название: La muralla rusa

Автор: Hèlène Carrere D'Encausse

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432153532

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СКАЧАТЬ con Federico II. Estas propuestas seducían al rey. Consciente del peligro, María Teresa se volvió hacia Rusia, pero su llamada no encontró allí eco. En primer lugar, porque Rusia estaba en una situación contradictoria, comprometida con los dos lados —con Viena por el tratado de 1726, y por la alianza firmada en tiempos de Pedro I con la casa de Brandeburgo y que acababa de ser renovada con Federico II—, ¿cuál de esas dos alianzas elegir? El clan alemán que rodeaba al indolente regente estaba dividido, el príncipe de Brunswick quería apoyar a la reina de Hungría mientras que Münnich, partidario de Federico II, preconizaba una cierta espera. Pero la hostilidad respecto a Münnich era tan violenta que prefirió dimitir. Así que el clan austriaco ganó en Petersburgo.

      A consecuencia de la defección de Münnich, Austria recibió de Rusia una ayuda financiera y los treinta mil soldados previstos en el tratado de 1726. En el mismo momento, saliendo de su posición vacilante, Francia firmaba tratados de alianza con Prusia, Baviera y Sajonia. La esperanza de ver surgir una posición común franco-rusa para estabilizar Europa ya no existía. La ruptura sería agravada por la intervención de Inglaterra, que proponía a la casa de Brunswick garantizarle el trono de Rusia a cambio de su apoyo en la lucha contra Francia.

      Hasta entonces Rusia había multiplicado las declaraciones de intención. No había tomado aún posición por Austria, contentándose con proclamar su respeto a los acuerdos y su voluntad de actuar para proteger un clima de paz.

      En Versalles se comprende que la situación requiere iniciativa. Se sabe que es inútil intentar convencer a Petersburgo de abandonar a Viena. Los Brunswick ven en el apoyo de Austria el medio de asegurar la perennidad de su dinastía. Münnich ya no está allí para equilibrar la tentación austrófila, y Osterman, el hombre fuerte de la política extranjera rusa, declara: «El menor atentado contra territorios austriacos supondrá un golpe fatal para toda Europa». ¿Qué hacer para imponer a Rusia un cambio de orientación? Solución clásica, incitar a Suecia a abrir una crisis en las fronteras de Rusia. Estocolmo trepida de impaciencia y un estímulo, incluso muy discreto, bastó para desencadenar la acción. El 28 de julio de 1741, Suecia declara la guerra a Rusia con el pretexto de que «su ejército cruza la frontera para vengar las afrentas causadas al rey por los ministros exteriores que dominan Rusia y para liberar al pueblo».

      Pero la intervención sueca no es más que uno de los aspectos de la respuesta imaginada en Versalles. El proyecto de derrocar a la pareja Brunswick y poner en el trono a la hija de Pedro el Grande se ha impuesto. La Chétardie, devenido su íntimo, asegura que ella es muy francófila y que este es el mejor medio de poner fin a la arrogancia de Rusia.

      El complot fue sencillo de organizar. Los Brunswick son odiados, el equipo alemán no lo es menos y el país ha vuelto los ojos a la hija de Pedro el Grande. Además, Isabel se ha asegurado el apoyo del ejército, visitando los cuarteles, conversando con oficiales y soldados, se ha ganado muchos partidarios por su sencillez y su comportamiento cordial. Ciertamente, ella no tiene partido, pero tiene amigos, y sobre todo un médico de origen hanoveriano, Lestocq. Viendo que Isabel carecía de apoyos y dinero, él ha informado a La Chétardie que a su vez alertó a Versalles.

      Pero la continuación fue a veces más complicada de poner en práctica. Suecia, favorable al proyecto, prometió su apoyo, pero pidió a cambio que Isabel se comprometiera a devolverle, una vez instalada en el trono, una parte de las provincias de orillas del Báltico conquistadas por Pedro el Grande. Francia apoyaba esta demanda. Fiel al recuerdo de su padre y comprometida con los intereses de su país, Isabel rechazó suscribir esta exigencia. Incluso se negó a dirigir por escrito una petición de ayuda al rey de Suecia como se le pedía, temiendo ser acusada de colusión con un país enemigo de siempre de Rusia. Se pueden comprender sus temores. Ella conocía la amenaza que pesaba sobre ella, el castigo tradicional aplicado a las princesas rebeldes o repudiadas, el convento de por vida. Isabel sabía que, si la regente descubría la conjura en curso, no dudaría en recurrir a eso y decidiría enclaustrarla para siempre. La Chétardie que la apremiaba a ceder a las exigencias suecas, agitaba también esta amenaza para convencerla de seguir sus consejos. En vano.

      Los rumores de complot se iban extendiendo; los representantes austriacos e ingleses los hicieron llegar a la regente que convocó a Isabel. Un gran momento de hipocresía marcó el encuentro de las dos mujeres que se juraron mutuamente no tener ningún proyecto hostil a la otra. Pero ninguna de ellas se engañaba. La regente sabía que el tiempo apremiaba, que debía desembarazarse de Isabel cuanto antes para privar al complot de su razón de ser, e Isabel era consciente de ello. Todo se jugó en la noche del 24 al 25 de noviembre. Los ruidos de botas suecos en la frontera hacían suponer el envío de tropas, y en primer lugar la Guardia, contra ellos. Si la Guardia dejaba la capital, el golpe de Estado quedaría comprometido. Esa noche, pues, Isabel se dirigió al cuartel del regimiento Preobajenski, del que se había puesto el uniforme y, dirigiéndose a los guardias, proclamó: «¡Vosotros sabéis de quién soy hija!». Esta llamada bastó para levantar una tropa numerosa que la siguió al Palacio imperial. Rodeada de su tropa, sorprendió a la regente y su esposo acostados, los sacó de la cama y los hizo llevar con sus dos hijos en un trineo a un lugar secreto donde fueron puestos bajo buena guardia.

      [1] Iván de Brunswick, quien será el zar Iván VI.

      3.

      Isabel I. Una elección francesa

      Por otro manifiesto fechado el 28 de noviembre, la emperatriz Ana había expuesto a su pueblo que, habiendo renunciado al matrimonio y a la maternidad, designaba como sucesor al hijo de su hermana mayor, Pedro de Holstein-Gottorp, recuperando así un deseo de Catalina I que, en un primer momento, había pensado transmitir el trono al nieto de Pedro el Grande.

      Al comprometerse en el complot, Isabel había jurado no derramar sangre. Ahora se planteaba una cuestión apremiante, ¿qué suerte reservar a Iván VI? La Chétardie le había repetido muchas veces que mientras viviese este príncipe su corona estaría en peligro; ella debía suprimir todo rastro de su existencia. Isabel se negó a eso. Después de un tiempo de andanzas por diversos lugares alejados de la capital, será finalmente encerrado en la fortaleza de Schlüsselburg donde, como un fantasma, hará pesar una amenaza constante sobre las dos soberanas que se sucederán en el trono. En la noche que siguió al golpe de Estado, una comisión se encargó de decidir la suerte de los ministros. Se pronunció con un rigor extremado. Osterman fue condenado a la rueda, Münnich a ser descuartizado, otros a la decapitación. Magnánima, Isabel conmutó todas las penas por el exilio perpetuo.

      Para algunos historiadores, este golpe de Estado fue obra de La Chétardie, o al menos la culminación de una conjura propiamente francesa. Este juicio se apoya sobre un hecho, el comportamiento de La Chétardie en los primeros tiempos del reinado, muy seguro de sí, arrogante, sugiriendo que él era el único o el primer consejero de la emperatriz. Pero en poco tiempo, este estatuto cambió con la aparición al lado de la emperatriz de un gran ministro, Bestujev. Alexis Bestujev Riumine, a quien la emperatriz colmó de beneficios (le confirió la orden de San Andrés y los títulos de vicecanciller y de conde), iba a reponer en honor la política tradicional de Rusia.

      Desde que fue nombrado, Bestujev afirmó su voluntad de proseguir la obra de Pedro el Grande y de inscribirse en su continuidad. Y enseguida esta ambición chocó con los intereses franceses.

      El primer problema al que Bestujev tuvo que hacer frente fue la guerra con Suecia que Versalles había alentado. El mismo día en que Isabel subía al trono, La Chétardie, quizá a petición de ella, había obtenido de los suecos una tregua СКАЧАТЬ