La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse
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Название: La muralla rusa

Автор: Hèlène Carrere D'Encausse

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432153532

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СКАЧАТЬ consigo una cierta desorganización que favoreciera su situación militar. No hubo nada de eso. Los combates recomenzaron después de la tregua negociada por La Chétardie, los suecos se encontraron en dificultad, y Francia propuso su mediación. Las conversaciones se iniciaron en Petersburgo en marzo de 1742. A pesar de los reveses sufridos, los suecos exigían, apoyados por Francia, recibir en compensación Vyborg y su región. Bestujev, furioso, esgrimió el Tratado de Nystad, afirmando que Rusia no prescindirá de él nunca. Desde el comienzo del reinado se produjo una doble desilusión, para Versalles y Petersburgo. Francia había deseado desde tiempo atrás un golpe de Estado, pero no por eso la visión del rey y de Fleury había cambiado. Rusia era un país bárbaro y debía seguir siéndolo. Cualquiera fuese el soberano, Rusia no sería nunca un aliado. Mientras que Suecia era y seguía siendo un pilar de un sistema de alianzas. Como Rusia dominaba a Suecia, había que recurrir a los medios tradicionales de aliviar al aliado. Es decir, suscitar otros adversarios a Rusia. Dinamarca y la Puerta fueron elegidos por la diplomacia francesa para interpretar este papel. Y en Constantinopla, el marqués de Castellane se activó para convencer a la Puerta de intervenir militarmente contra Rusia. Aunque no lo consiguió, obtuvo al menos del poder otomano una ayuda financiera para Suecia.

      A pesar de los esfuerzos franceses, Suecia se hundía. Las tropas rusas habían ocupado toda Finlandia y tuvo que capitular. El congreso de la paz reunido en Abo preparó el tratado que se firmaría en 1743. Suecia

      abandonó todas sus pretensiones. Rusia obtuvo una parte de Finlandia. Francia, apartada de la negociación, no había podido defender a su aliada. Las relaciones entre Versalles y Petersburgo no mejoraron. La Chétardie, que había terminado por exasperar a Isabel, aunque Versalles le consideraba demasiado atento a los intereses rusos, será llamado y reemplazado por Luis d’Alion. Aunque la partida de La Chétardie alegró a Bestujev, este ignoraba que era en realidad una falsa salida y que, ese que él tenía por un enemigo declarado, iba a reaparecer algunos meses más tarde con la intención de vengarse de él.

      Conseguida la paz, Bestujev tenía por fin las manos libres para hacer prevalecer sus planes. En primer lugar, le preocupaba el aumento de poder de Prusia que pretendía frenar. Por el contrario, Inglaterra era a sus ojos un socio con el que Rusia podría entenderse para mantener un equilibrio en Europa e impedir las ambiciones excesivas de cualquier otra potencia. Al final, sus simpatías iban para Austria. Tal era la visión que propondría a la emperatriz e importaba hacerlo rápidamente, pues la guerra de sucesión de Austria imponía que Rusia tomase postura.

      Las concepciones de Bestujev iban en contra de las de Francia. ¿Cómo capear esta dificultad? se preguntaba Versalles. Surgió la idea de intervenir una vez más en la política rusa eliminando a Bestujev. Él tenía la confianza de la emperatriz, será por ella por donde pasará esta operación. En 1743, el representante francés Luis d’Alion acusó a su colega austriaco Botta de conspirar con los grandes nombres de la aristocracia rusa cercanos a Bestujev para derrocar a la emperatriz y sustituirla por Iván VI. Los conjurados fueron detenidos, exiliados a Siberia, Iván VI sometido a un régimen de encierro más riguroso que antes, pero Bestujev escapó a la venganza imperial. La reina de Hungría juró que ella ignoraba todo lo de este complot y entregó a Botta a Isabel. Un misterio subsistía, ¿qué papel había jugado Prusia? En efecto, a la hora en que se descubría el complot, el ministro austriaco que se consideraba su alma se encontraba en Berlín. ¿Para concertarse con los prusianos? ¿Para quitar sospechas?

      Francia rencontró entonces su sitio en las simpatías de Isabel. ¿Acaso no era gracias a su intervención, a la de d’Alion, como se había descubierto el complot? Una única sombra en el tablero, Bestujev conservaba su puesto. Y sobre todo el escándalo La Chétardie, algunos meses más tarde, arruinará esta visión de los hechos. Volvió triunfante a Rusia, pero en la primavera de 1744, gracias a Bestujev que le había sometido a una vigilancia particularmente estrecha, la policía consiguió un golpe notable. Se hizo con el cifrado de la correspondencia de La Chétardie con Versalles, y Bestujev pudo entregar a la emperatriz los despachos descodificados que trataban de la vida del Imperio, su política, y «la emperatriz descubierta». Estos despachos trazaban un retrato poco favorable de la emperatriz a la que describían frívola, perezosa, más ocupada de su persona que de los asuntos del Estado; abundaban en detalles sobre su vida íntima y ponían al desnudo la venalidad de la Corte, su corrupción e incluso el montante de los sobornos, no faltaba nada. ¡Isabel nunca hubiese imaginado tal hostilidad a su persona! La Chétardie fue interpelado en su domicilio, informado de que disponía de veinticuatro horas para dejar Rusia para siempre. Le pidieron que devolviese a la emperatriz la placa de diamantes de la orden de San Andrés y el retrato que ella le había regalado en un pasado ya olvidado. La investigación ordenada por Isabel reveló que la princesa d’Anhalt-Zerbst, madre de Catalina, la joven esposa del heredero, habría estado en el origen de muchas de las indiscreciones sobre la vida privada de la emperatriz. También le pidieron que abandonase Rusia y eso contribuyó a envenenar las relaciones entre Isabel y la joven Corte.

      Francia se guardó mucho de pedir explicaciones por la expulsión de La Chétardie. ¿Pero cómo restablecer, después de este escándalo, relaciones pacíficas con Rusia? El asunto llegaba en un mal momento. El ministro de Asuntos Exteriores, Amelot, se acababa de retirar, y el rey dirigía solo por un tiempo los asuntos de Francia. Luego, en el invierno de 1744, nombró al marqués d’Argenson a la cabeza de Asuntos Exteriores. Próximo a Voltaire, al menos eso decía él, d’Argenson no era a priori favorable a la alianza rusa, pero era consciente de la potencia de este país y decidió restablecer con él relaciones diplomáticas normales. ¿Qué sucesor tendría La Chétardie? En la urgencia, optó por una solución sencilla, d’Alion volvería a Petersburgo como ministro plenipotenciario, encargándose de ver si y cómo se podrían reanudar unas relaciones tan alteradas. Al constatar d’Alion en Petersburgo que el humor de sus interlocutores era muy antifrancés, el rey decidió para reconciliarse con Isabel hacer un gesto protocolario, reconocerle al fin el título imperial. Francia se había mostrado siempre reticente a hacerlo, lo que expresaba el estatuto inferior que atribuía a Rusia. Este título fue acompañado de un regalo real, un buró de maderas preciosas. La emperatriz no le manifestó un gran agradecimiento.

      Otro problema protocolario enfrentaba a Petersburgo con Versalles, el de la elección de un representante francés. En París, Heinrich Gross, un súbdito de Wurtemberg, ingresado en el servicio diplomático ruso en tiempos de la emperatriz Ana, había sucedido al príncipe Kantemir. ¿A quién nombrar en Rusia? Dos nombres surgieron, los del conde de Saint-Severin y el mariscal de Belle-Île. El primero no podía convenir, expuso Gross a d’Argenson, pues durante su estancia en Suecia que coincidió con la última guerra ruso-sueca, había sostenido una viva campaña antirrusa, lo que le desacreditaba en Rusia. En cuanto al mariscal de Belle-Île, se pensaba en Versalles que era más oportuno emplearlo en los campos de batalla que en una embajada. Antes de buscar otro candidato, d’Argeson expresó el deseo de que Petersburgo designase también un nuevo embajador. Isabel se negó, confirmó que mantenía a Gross en Francia, pero al mismo tiempo le daba como único título el de ministro y no ya el de plenipotenciario. ¡Qué ofensa para el rey! Además de ignorar su deseo de ver en Francia un nuevo representante de Rusia, la emperatriz había impuesto a uno cuya presencia se juzgaba inoportuna y con un estatuto degradado. La respuesta del rey no se hizo esperar: en ese caso, mantendría a d’Alion en Rusia.

      A las vejaciones recíprocas se añadiría pronto un verdadero tema de confrontación. Carlos VII murió en enero de 1745, había que elegir un nuevo emperador. Ciertamente, Rusia no participaba en su elección, pero no pensaba permanecer al margen de los juegos de influencia que iban a determinar el equilibrio europeo. Y ella será animada por Francia, que quiso aprovechar la ocasión para debilitar la alianza ruso-austriaca. El rey sugirió a la emperatriz apoyar la candidatura del elector de Sajonia, Augusto III, contra la de Francisco de Lorena, esposo de la emperatriz de Austria. Si Isabel hubiera seguido esta sugerencia, ¡qué ofensa hubiese sido para su aliada! Además, apoyando al elector de Sajonia, Rusia correría el riesgo de reunir las tres coronas Prusia-Sajonia-Austria, cosa contraria a toda su política. Isabel rechazó de plano la sugerencia del rey, СКАЧАТЬ