Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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La disputa por los Estados imperiales eclesiásticos fue complicada por la problemática cuestión de los bienes de la Iglesia, tales como monasterios, bajo jurisdicción secular. La imposición del año normativo de 1552 fue obstaculizada por unos procedimientos legales, a menudo confusos, para dirimir derechos y activos empeñados o compartidos entre varios señores. La Paz de Augusburgo encargó al Reichskammergericht la misión de resolver cualquier disputa que pudiera surgir por mediación de comités mixtos formados por igual número de jueces luteranos y católicos. Los tribunales de justicia se esforzaron cuanto pudieron por juzgar con arreglo a las leyes y tuvieron pocas quejas hasta que los casos se politizaron a causa de la propaganda bávara y palatina de finales del siglo XVI.
Es probable que la paz hubiera sobrevivido tanto al desafío del calvinismo como a las disputas por la Iglesia imperial de no haberse encontrado los Habsburgo en graves dificultades hacia 1600. La partición de la herencia de Carlos dejó el título imperial en manos de Austria, pero esta quedó aislada de los inmensos recursos de España. El problema lo agravó la partición interna de 1564, que creó tres linajes separados: la rama tirolesa (con sede en Innsbruck), la de Austria interior o Estiria (en Graz) y el linaje principal, con sede en Viena. Cada una de estas ramas concedía tolerancia limitada a la nobleza de mayoría luterana que dominaba sus asambleas provinciales, a cambio de subsidios monetarios. A su vez, los nobles luteranos emplearon su autoridad para situar pastores protestantes en las parroquias y animar a sus titulares a abrazar su fe. Alrededor de 1590, momento en el que la dinastía Habsburgo comenzó a poner coto a esto con la restricción a los católicos del acceso a cargos judiciales y militares, unas tres cuartas partes de sus súbditos profesaba alguna de las corrientes del protestantismo.123 La coordinación de esta contraofensiva tuvo lugar en plena bancarrota, provocada por la prolongada y poco exitosa Guerra Turca (1593-1606) y por las disputas en el seno de la familia de Rodolfo II con respecto a su sucesión, lo cual causó nuevas concesiones a los nobles protestantes de Bohemia y parte de Austria.
Esta distracción creó un vacío político en Alemania que se sumó a la inquietud atizada por los extremistas. En 1608, el Palatinado pudo reunir suficientes apoyos para formar la Unión Protestante. Los católicos respondieron al año siguiente con la Liga Católica, liderada por Baviera. A pesar de estos acontecimientos amenazadores, el acuerdo de Augsburgo siguió gozando del apoyo de los católicos moderados y de la mayoría de luteranos, por lo que no hubo una deriva inevitable hacia la guerra.124
La Guerra de los Treinta Años
La famosa defenestración de Praga del 23 de mayo de 1618 fue obra de un reducido grupo de aristócratas bohemios desafectos que consideraban que la práctica Habsburgo de restringir los nombramientos gubernamentales a los católicos erosionaba los derechos obtenidos con la carta de majestad. Los aristócratas actuaron por su cuenta, con independencia de la Unión Protestante, que se hallaba al borde del colapso. Los defenestradores, con su acción de arrojar a tres representantes de los Habsburgo por una ventana del castillo de Praga, buscaban forzar a la mayoría moderada a elegir un bando en su disputa con la dinastía reinante.125
Los defenestradores presentaron su causa como el móvil común de todos los protestantes. La confesionalización había forjado nuevas conexiones a lo largo de toda Europa, en particular entre los radicales de una misma fe. Los militantes solían interpretar los acontecimientos en clave providencial, consideraban estar inspirados directamente por Dios y creían que sus objetivos religiosos estaban casi al alcance de la mano. Los reveses se consideraban pruebas de fe. Estos fanáticos, en minoría en todos los grupos religiosos, eran, en su mayoría, exiliados, clero y observadores externos frustrados por la política de sus respectivos gobiernos. Los radicales dominaban el debate público, pero rara vez influían de forma directa en las decisiones gubernamentales. La mayor parte de personas era más moderada y prefería que su fe avanzase por medios pragmáticos y pacíficos.126
Esto explicaría la fragilidad de las alianzas de base confesional durante el conflicto ulterior. Las operaciones bélicas, pese a que la memoria popular diga lo contrario, no escaparon al control político, sino que permanecieron vinculadas a una serie de negociaciones que continuaron de forma casi ininterrumpida a lo largo de toda la guerra. Todos los beligerantes formaban parte de coaliciones complejas, a menudo delicadas, y sabían que la paz requeriría de compromiso. A los generales se les pedía que obtuvieran una posición de fuerza para que las concesiones parecieran gestos magnánimos, no señales de debilidad que pudieran poner en peligro la autoridad establecida y causar nuevos problemas.127
La guerra entró en una escalada producto de la incapacidad de contener una sucesión de crisis. La revuelta inicial se extendió gracias a la decisión del elector palatino, Federico V, uno de los pocos líderes genuinamente radicales, de aceptar la corona de Bohemia que le ofrecieron los rebeldes en 1619. Esto le enfrentó a los Habsburgo de Austria, quienes contaban ahora con apoyo sustancial de los bávaros. También se vieron involucrados actores externos. España auxilió a Austria con la esperanza de que una rápida victoria en el imperio le procurase ayuda contra sus propios rebeldes neerlandeses. Ingleses, franceses y neerlandeses enviaron hombres y dinero en auxilio de Bohemia y el Palatinado, básicamente, porque consideraban que una contienda en el imperio distraería a España.
Con el ascenso al trono de Fernando II, en 1619, la política de los Habsburgo se hizo más decidida, pues este consideraba a sus adversarios rebeldes que habían perdido sus derechos constitucionales. La completa victoria obtenida en Montaña Blanca, en las afueras de Praga, en noviembre de 1620, le permitió emprender la transferencia de propiedad privada más grande que tuvo lugar en Europa central antes de la confiscación de tierras llevada a cabo por los comunistas a partir de 1945. Se repartieron los bienes de los rebeldes derrotados entre los leales a los Habsburgo. Después de una serie de victorias en Alemania occidental, esta práctica se extendió a todo el imperio y culminó en 1623 con la transferencia de las tierras y títulos de Federico V al duque Maximiliano de Baviera. La guerra estaba casi acabada, pero en mayo de 1625 la intervención danesa la reavivó y trasladó el foco al norte de Alemania. Las derrotas danesas de 1629 solo sirvieron para ampliar la zona afectada por la política de redistribución y recompensas de Fernando.128
Fernando buscó un acuerdo lo más amplio posible y se aseguró la aceptación de los daneses al concederles generosas condiciones. Pero en marzo de 1629 se excedió al promulgar el Edicto de Restitución. Este trataba de resolver las ambigüedades de la Paz de Augsburgo mediante la imposición de una interpretación rigurosamente católica de las cláusulas en disputa, que incluía la pérdida de protección legal de los calvinistas y ordenar a los protestantes que devolvieran todas las tierras de la Iglesia usurpadas desde 1552. El edicto recibió una condena generalizada, incluso por parte de muchos católicos que consideraban que Fernando se había excedido en sus prerrogativas al promulgar un veredicto definitivo que debía ejecutarse de inmediato, no unas líneas maestras que ayudasen a los tribunales imperiales a resolver las disputas caso a caso. El edicto, que llegó después de una significativa redistribución de tierra a favor de los partidarios de los Habsburgo, parecía un nuevo paso hacia la conversión del imperio en una monarquía centralizada. Los electores, a pesar de sus diferencias confesionales, cerraron filas en el congreso de Ratisbona de 1630 y bloquearon la pretensión del emperador de nombrar a su hijo Fernando III rey de romanos. También le forzaron a destituir a su controvertido general, Albrecht von Wallenstein, y reducir su oneroso Ejército Imperial.129
La invasión sueca de junio de 1630 desbarató toda esperanza de СКАЧАТЬ