Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
isbn:
¿Oportunidad perdida?
La controversia suscitada por las decisiones de 1521-1524 persistió hasta bien entrado el siglo XIX. Los nacionalistas germano-protestantes las condenaron, pues consideraban que se había perdido una oportunidad de convertir a Alemania a una religión verdaderamente «germana» y forjar un Estado nación basado en el imperio.96 Este «fracaso» pasó a formar parte de las explicaciones de los males germanos posteriores: el país quedó supuestamente dividido, lo cual dificultó la unificación con Bismarck, que hasta 1871 consideró desleales a los católicos debido a su obediencia religiosa a Roma. Tales acusaciones se basan en una interpretación sesgada y protestante de la historia y en la identificación de la condición inherentemente «alemana» de dicha fe, así como en una grosera simplificación de la situación a que se enfrentaba la población del imperio en el siglo XVI, la supuesta disyuntiva entre catolicismo y protestantismo. La gran mayoría esperaba que la controversia pudiera resolverse sin destruir la unidad cristiana. Pero, independientemente de que de Carlos V tuviera unos puntos de vista religiosos bastante conservadores, no tenía sentido político dar pleno apoyo a Lutero. Carlos, como monarca del lugar de nacimiento de la Reforma, se enfrentó al evangelismo en un momento en que se asociaba a la subversión política y al cuestionamiento del orden socioeconómico, pero antes de que adquiriese los cimientos teológicos e institucionales que lo hicieron más aceptable en otros países, como fue el caso de Inglaterra. El título imperial de Carlos estaba unido a una Iglesia universal, no nacional, por lo que le resultaba inconcebible, tanto a él como a muchos de sus súbditos, no profesar la misma fe que el papa.97
Tales consideraciones nos ayudan a explicar por qué el imperio no adoptó la solución europea general para la controversia religiosa: imponer una paz civil monárquica en la que el soberano debía optar por una única fe oficial, sancionada por una declaración escrita preparada por sus teólogos (como, por ejemplo, en Inglaterra) o asumiendo la defensa pública del catolicismo. Fuera cual fuese la teología precisa, esto daba lugar a un «Estado confesional» con una única Iglesia estable, aliada, política e institucionalmente, con la corona.98 La tolerancia hacia los disidentes era cuestión de conveniencia política, que se daba cuando la monarquía era débil, como fue el caso de Francia a finales del siglo XVI, o allí donde seguía habiendo una minoría significativa que se oponía a la Iglesia oficial, como ocurrió en Inglaterra. De uno u otro modo, los disidentes dependían de dispensas reales especiales que podían restringirse o revocarse de forma unilateral, como descubrieron en 1685 los hugonotes franceses. La tolerancia podía aumentar de forma gradual por medio de dispensas adicionales, como el acta de emancipación católica (1829) de Gran Bretaña; pero seguía existiendo una Iglesia oficial con privilegios. Pocos países han llegado al extremo de la república francesa, que separó Iglesia y Estado en 1905, con lo que estableció una paz moderna y secular que daba el mismo trato a todas las religiones, siempre y cuando sus fieles no transgredieran las leyes estatales.
Secularización
El imperio, en lugar de imponer una solución desde arriba, negoció una solución colectiva por medio de las nuevas estructuras constitucionales surgidas de la reforma imperial. La unidad se basaba en el consenso, no en el poder central, y el resultado fue el pluralismo religioso y legal, no ortodoxia y existencia de una minoría discriminada o perseguida. Pero esto fue la consecuencia de disputas feroces, violentas a veces, por los derechos constitucionales, no por medio de un compromiso ecuménico.
Hacia 1526, después de que todas las partes implicadas hubieran acordado que las cuestiones debían dirimirlas las «autoridades competentes» y no «el hombre del común», todavía quedaban por resolver dos cuestiones clave. Una era la cuestión de la jurisdicción espiritual, que determinaba la autoridad para dirigir las creencias religiosas y las prácticas del pueblo llano en zonas concretas. La otra era la gestión del clero y de bienes eclesiásticos tales como edificios, propiedades y fuentes de ingresos. Esto siempre había sido una cuestión importante en la historia del imperio. Con los otónidas ya se habían revocado donaciones y transferido tierras a señores seglares, un proceso que se aceleró a partir de 1100, pues el emperador necesitaba más recursos para compensar a los nobles sus contribuciones bélicas. A su vez, los señores seculares restringieron o usurparon las jurisdicciones seculares de sus vecinos eclesiásticos, a los que retiraron la condición de Estados imperiales. Esto prosiguió más allá de la Reforma protestante: el arzobispo de Salzburgo incorporó las posesiones de los obispos de Gurk, Seckau y Lavant. El propio Carlos V compró en 1528 la jurisdicción secular del obispo de Utrecht y en 1533 habría aceptado una oferta similar del arzobispo de Bremen de no ser por las objeciones del papa. Por otra parte, en estos casos, la secularización solía implicar pequeñas propiedades y rara vez amenazaba la jurisdicción espiritual.99
El movimiento evangélico planteó un desafío completamente nuevo, dada su oposición a la jurisdicción papal y su rechazo de la idea de que las buenas obras y la oración por los difuntos justificaban el monasticismo. En 1529, Jorge-Federico de Ansbach-Kulmbach, el Pío, embargó y vendió varios monasterios para pagar la construcción de carreteras y fortalezas, una medida que prefiguraba la disolución de los monasterios llevada a cabo por Enrique VIII (1536-1540). Pero tal cosa era excepcional, pues en el imperio «secularización» solía querer decir cambio de uso. Ciertos príncipes de ideas reformistas confiaron los bienes de la Iglesia a consorcios públicos y los emplearon para financiar un clero más numeroso y mejor formado, evangelizar a la población con lecturas bíblicas y mejorar la salud por medio de hospitales y ayuda a los pobres. En 1556, por ejemplo, el duque de Wurtemberg convirtió 13 monasterios en escuelas para formar pastores.100 El conflicto no siempre era inevitable. La complejidad de los derechos legales y de propiedad del imperio impedía una demarcación clara de jurisdicción y propiedad, que requería de frecuentes debates entre las diversas autoridades, que solían continuar a pesar de la animadversión religiosa.101 Aun así, hubo numerosos católicos que consideraban que la reasignación de la propiedad de la Iglesia y el uso de jurisdicciones espirituales era un robo que rompía la paz pública. Estos presentaron los llamados «casos religiosos» en los tribunales imperiales.102
La conversión al protestantismo
El problema quedó en manos del hermano menor de Carlos, Fernando I, quien, a partir de 1522, se encargó de dirigir el imperio durante las prolongadas ausencias del emperador. Fernando había heredado Hungría en 1526, en plena invasión otomana, y la existencia de esta amenaza mortal contra el imperio exhortó a los Estados imperiales a evitar cuestiones que pudieran derivar en un conflicto civil. El Reichstag de 1526, reunido en Espira, trató de obedecer el Edicto de Burgos, pues permitió a los Estados imperiales actuar según su conciencia hasta que el concilio eclesiástico presidido por el papa emitiera un dictamen doctrinal. Esta decisión zanjó la cuestión de la autoridad: los Estados imperiales eran los responsables de las cuestiones religiosas dentro de sus propios territorios. El electorado de Sajonia, Hessen, Lüneburg, Ansbach y Anhalt siguieron el ejemplo de algunas ciudades imperiales СКАЧАТЬ