Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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En otros lugares del imperio podía fallar la protección legal de los judíos, como sucedió en el conocido juicio farsa y ejecución del financiero Joseph Süß Oppenheimer, que en 1738 sirvió de chivo expiatorio del fracaso de la política gubernamental de Wurtemberg.89 Sin embargo, las autoridades seguían teniendo mucho interés en proteger a los judíos, dado que, de no hacerlo, serían sus privilegios y su estatus los que correrían peligro.90 El caso siguiente servirá para ilustrar la gran diferencia existente con otras regiones de Europa. En 1790, el príncipe de Rohan huyó de la revolución en su patria natal, Francia, y se estableció en sus propiedades alemanas de Ettenheim, de donde expulsó a un grupo de familias judías para dar alojamiento a sus cortesanos. Estas familias judías obtuvieron sin demora compensación legal del Reichskammergericht.91
REFORMAS
La Reforma protestante en el contexto de la historia del imperio
Los judíos conformaron la única minoría religiosa del imperio entre el declive del paganismo entre las poblaciones eslavas, hacia 1200, y el surgimiento del husitismo, más de dos siglos después. El desafío más importante para la uniformidad provino de la Reforma protestante iniciada en 1517.92 Sus desiguales resultados reforzaron las diferencias políticas y culturales entre los componentes territoriales del imperio, así como la deriva independentista de Suiza y los Países Bajos.
Las causas de este terremoto cultural van más allá del ámbito del presente libro, pero necesitamos ver el contexto en el que emergió, dado que este explica por qué la nueva controversia religiosa fue diferente a la del imperio medieval. Desde principios del siglo XII, los concordatos entre papas y monarcas habían fomentado por toda Europa el crecimiento de Iglesias nacionales diferenciadas. Este proceso se aceleró hacia 1450 y contribuyó a que Carlos V no pudiera emular en la década de 1520 el éxito de Segismundo en el Concilio de Constanza, en el que logró resolver la reforma mediante un único concilio eclesiástico liderado por él. En esta época, el imperio estaba también evolucionando con rapidez gracias a los cambios institucionales, las llamadas «reformas imperiales», que tuvieron lugar en torno a 1500 (vid. págs. 393-401). Resultó crucial que en 1517 tales cambios no se hubieran completado, pues eso hizo que la resolución de la crisis quedase imbricada en la reforma constitucional.
El contexto también hizo que Lutero no consiguiera elevar las Escrituras a la condición de base única de la verdad y restaurar así lo que él consideraba que era el cristianismo «puro» original. El relativo declive de la autoridad papal e imperial hizo que no existiera una única autoridad que juzgase sus creencias, lo cual hizo que estas fueran aceptadas, rechazadas o adaptadas por una serie de comunidades locales y nacionales. La cuestión religiosa afectaba a amplios aspectos de la vida diaria, así como a la salvación personal, lo cual añadía urgencia a su resolución. Los intentos de desactivar la controversia por medio de una clarificación de la doctrina resultaron contraproducentes, pues poner por escrito los debates únicamente servía para hacer más obvio el desacuerdo. Es más, las nuevas imprentas aseguraron la rápida difusión de las ideas contrapuestas y encendieron el debate por toda Europa.93 Una vez tenía lugar la primera escisión, a los protagonistas les resultaba más difícil repararla.
El problema de la autoridad
El fracaso del liderazgo clerical llevó a teólogos y laicos a solicitar protección y apoyo a las autoridades seculares. Pero se había hecho imposible disociar la cuestión religiosa de la política, pues el apoyo político que recibía Lutero le llevó a expandir su movimiento evangélico, que pasó de limitarse a protestar dentro de la Iglesia romana a crear una estructura rival. Hacia 1530, la verdadera cuestión era de autoridad. No estaba claro quién, ya fuera el emperador, los príncipes, los magistrados o el pueblo, estaba autorizado a decidir cuál de las versiones del cristianismo era correcta. Tampoco estaba claro cómo resolver quién poseía la propiedad de la Iglesia o cómo afrontar las disensiones. Ciertos reformadores como Kaspar Schwenckfeld y Melchior Hoffmann rechazaban todas las autoridades establecidas, prácticamente, y unos pocos como Thomas Müntzer aspiraban a una sociedad comunitaria y piadosa. Estos radicalismos quedaron desacreditados por la violencia que acompañó a la revuelta de los caballeros (1522-1523) y la guerra campesina (1524-1526) (vid. págs. 554-555, 584-586).
Las autoridades del imperio, con independencia de sus creencias, en torno a 1526 habían cerrado filas para excluir al pueblo común de tales decisiones. Pero los evangelistas continuaron elaborando complejos argumentos teológicos para resistir a los que se oponían a sus objetivos, pues afirmaban que el deber de servir a Dios estaba por encima de la obediencia política.94 Por desgracia, incluso ellos estaban en desacuerdo acerca de quiénes tenían derecho a resistir. La mayoría restringía esa resistencia a los «magistrados divinos», pero no estaba claro quiénes eran estos, dados los múltiples estratos de autoridad imperial.
La protesta de Lutero llegó en el peor posible momento para el añoso Maximiliano I, el cual se hallaba en plena organización de la elección como sucesor de su nieto, Carlos, rey de España. La presión de los acontecimientos hizo que pasaran casi dos años entre la elección de Carlos como emperador, en 1519, y su llegada al imperio para inaugurar el primer Reichstag en Worms, en abril de 1521. El retraso no solo alimentó las expectativas (cada vez mayores y cada vez menos realistas) sino que también aumentó la frustración provocada por el ritmo de las reformas constitucionales. Las decisiones tomadas durante los tres años siguientes determinaron cómo afectó la religión en un futuro la política del imperio.95 Lutero se negó a retractarse en Worms, lo cual llevó a Carlos a emitir una orden imperial que criminalizaba a los evangelistas, considerados forajidos que amenazaban la «paz pública» del imperio. Conforme al sistema judicial desarrollado a partir de 1495, todos los Estados imperiales debían imponer esta decisión. Sin embargo, Carlos se comportó con Lutero de forma más honorable que Segismundo con Jan Hus: le permitió entrar y salir de Worms sin ser molestado. El elector de Sajonia, que simpatizaba con Lutero, había previsto alojarlo en el castillo de Wartburg, donde residió diez meses mientras otros difundían su mensaje sin apenas СКАЧАТЬ