Mujeres intensamente habitadas. María Alfonsina Angelino
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СКАЧАТЬ de un hablante (2008:25).

      Los acontecimientos narrados se entretejen en esa vida cotidiana singular en la que el cuidado aparece como relevante y nodal en la trayectoria vital de sus hijos e hijas. Cada situación narrada, cada vida aquí desplegada (re)presenta tramas singulares de configurar los modos/formas del cuidado en discapacidad; aun cuando alguna de esas situaciones podría entenderse como recurrente.

      Todas y cada una de las narrativas desplegadas recuperan la vivencia hecha pensamiento y posibilita explorar las representaciones sociales, los usos de los conceptos que lanzan para darle lugar a la experiencia en carne viva. Así, estas experiencias se vuelven un acontecimiento primario, por lo que yo misma intento con “cuidado” suspender mi perspectiva acerca del tema, colocando un paréntesis –al menos, por momentos– sobre ese conocimiento acumulado encarnado en mí misma. Intento, entonces, serles fiel en sus puntos de vista y recrear ese relato experiencial en primera persona.

      Inspirada por la perspectiva performativa (Denzin, 2001) concebí dos instancias colectivas con las mujeres: el conversatorio de lunes feriado en Maciá y el encuentro de diciembre en Paraná.

      Las convoqué para cerrar el trabajo de campo, como devolución de lo que había advertido significativo en nuestros encuentros individuales. En espiral interpretativo, se trataba de reconstruir sentido conociendo(se). No les anticipé demasiado sobre lo que ocurriría en nuestro encuentro. Les pedí que cada una trajera alguna foto para mostrar cuando se presentaran ante las demás.

      En un primer momento, cada una se presentó, habló de su experiencia e intercambiamos anécdotas, impresiones, opiniones, risas, penas con las otras.

      Llegado el momento, introduje el tema con estas palabras: “La verdad es que quería decirles que me ha gustado e interesado mucho conversar con ustedes; con cada una hemos hablado mucho sobre la discapacidad en general y de sus experiencias en especial. Pensaba, mientras releía las entrevistas y varios materiales, en que lo que no está muy estudiado es el papel de las mujeres en esto, y qué les pasa, sienten, desean, cuáles son los problemas que implica atender a sus hijos e hijas. Y lo diferente que puede ser con hijos e hijas con discapacidad, porque ya sabemos que las mujeres llevamos la carga más pesada siempre. También, qué les ha pasado a ustedes a través del tiempo, las edades de los chicas y chicas con la discapacidad. Quizás ustedes mismas son diferentes a otras mujeres: ¿por qué, cómo?”. Hecha esta introducción, les pedí a cada una que escogiera dos o tres objetos de la caja y que después contara el motivo de la elección. En el apartado “Lamerse las heridas” se reconstruye qué eligieron y qué dijeron.

      En las experiencias de entrevistas o encuentros colectivos propuse además un ejercicio de escritura que dejara por escrito, colectivamente, las ideas, sensaciones y emociones que flotaron en los dos encuentros. De alguna forma nos escribimos e inscribimos en una empatía con aquello que nos pertenecía aún cuando fuese anónimo.

      Lo que en una investigación se denomina corpus empírico está compuesto por la serie de conversaciones o situaciones narrativas con las quince mujeres, que me ofrecieron amorosa y generosamente mundos de experiencias, de cuidados y discapacidad.

      Me ha resultado complejo definir los modos de abordar el tratamiento analítico de este material empírico cuando el mismo vuelve a latir con cada lectura y relectura mostrando un caleidoscopio difícil de ser aprehendido y fijado en la escritura.

      En ese sentido, he tenido que tomar una serie de definiciones al respecto. Una de ellas fue renombrar a las mujeres. Inicialmente, no tenía claro qué hacer al respecto, ya sentía que cambiar sus nombres por nombres ficcionales era una especie de traición a la densidad singular de esas narrativas, cierta borradura de la carne viva de las vidas narradas. De hecho, en casi todas las conversaciones había consultado con ellas la posibilidad de dejar testimonio de nombres reales. Ninguna me había manifestado mayor inconveniente al respecto. Pero no fue sencillo sostener(les) la mirada cada vez que releía los relatos.

      La decisión de renombrarlas con nombres otros fue para poder deshacerme de ellas, deshacerme para poder pensar con ellas desde otra posición, otro lugar. Es decir conseguir una distancia próxima.

      Busqué en cada una la característica que entiendo la retrata singularmente. Exploré para ello acerca de los nombres propios y sus significados. Así llegaron hasta aquí: Amparo y su espíritu de acogimiento; Clara y su transparencia; Ema, llena de energía; Mara y una melancolía que cala los huesos; Soledad, habitando la extensión de su nombre; Lya y su cansancio enorme; Lydia y su emotividad; Serena y una calma acogedora; Vera, buscando justicia para su hijo; Lola y sus heridas abiertas; Bárbara, con una energía imparable; Luz y sus apuestas; Lara, protectora de todos; Franca y su vehemencia; y, finalmente, Leonela, mujer bravía, sin miedos ni dobleces.

      La segunda decisión se enredó en interrogantes. ¿Qué hacer con tanta vida narrada? ¿Cómo ser fiel a esos relatos? Tal como se pregunta Pierre Bourdieu al inicio de La miseria del mundo, “¿Cómo no experimentar, efectivamente, un sentimiento de inquietud en el momento de hacer públicas ciertas palabras privadas, confidencias recogidas en un vínculo de confianza que solo puede establecerse en la relación entre dos personas?”. Bourdieu afirma que “es indudable que todos nuestros interlocutores aceptaron dejar en nuestras manos el uso que se hiciera de sus dichos. Pero ningún contrato está tan cargado de exigencias como un ‘contrato de confianza’” (2007:7).

      Por mi parte, y en honor a la confianza que estas mujeres depositaron en nuestras conversaciones, las decisiones de análisis tomaron СКАЧАТЬ