Los niños escondidos. Diana Wang
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los niños escondidos - Diana Wang страница 8

Название: Los niños escondidos

Автор: Diana Wang

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789873783944

isbn:

СКАЧАТЬ el barrio judío y no viví episodios de antisemitismo. Curiosamente casi todos los chicos del edificio eran judíos, pero asimilados como nosotros. El idioma que se hablaba en casa era polaco y mis padres hablaban en ruso para que yo no entendiera. No se hablaba idish, pero ellos sabían.

      Mi papá trabajaba mucho para mi colegio. Mamá dejó la farmacia cuando tuvo los chicos, aunque siempre lo lamentó. Teníamos una empleada, así que mi mamá no tenía que hacer mucho en casa; leía bastante, se encontraba con amigas. Yo salía con ella, me acuerdo que íbamos a comprar comida al mercado, le gustaba probar los quesos; ir a la pescadería, llevaba el pez vivo a casa y lo ponía en la bañadera. El baño y el pez en la bañadera eran todo un ritual. Resulta que nos bañábamos los viernes como se acostumbraba en Polonia. Pero hasta el viernes nadaba el pez en la bañera, después mi mamá lo mataba. Cuando sacaba el pez, limpiaban la bañera, se calentaba agua y se la volvía a llenar. En casa había una chimenea de ladrillos calentada a carbón. Mi papá ponía el acolchado sobre la chimenea para que se calentara mientras me bañaba y cuando salía del agua, mi mamá le avisaba y él me sacaba, me envolvía con el acolchado y me llevaba hasta la cama. Se me entibia el corazón cuando recuerdo esos momentos de amor. Me acuerdo ahora, no sé por qué, que en el baño había un bidet que era como un caballito que se doblaba. Nunca más vi un bidet de ese tipo.

      Judíos en Polonia

      En otoño de 1939 la población total de Polonia ascendía a unos 33 millones. El 10 por ciento, 3.300.000, era judío. La situación de los judíos polacos fue especialmente dura en el transcurso de la ocupación alemana. De acuerdo con la ideología racial nazi, los polacos –pertenecientes a lo que catalogaban como “raza eslava”– eran seres inferiores y estaban destinados en su plan a ser esclavos de los arios, la “raza superior”. Por lo tanto, debían hacerse cargo de muchos de los trabajos sucios, que originalmente estaban destinados a los infrahumanos, los judíos, que debían ser extirpados.

      En mayo de 1945, después de 68 meses de guerra, solo había logrado sobrevivir uno de cada diez judíos en Polonia.

      Cuando tenía doce años, todas las chicas sabían cómo nacían los bebés y sobre la menstruación. Me acuerdo que una vez, mientras mi mamá me estaba lavando la cabeza, le dije que ya sabía cómo nacían los bebés y sobre la menstruación, y ella me dijo que era una suerte que lo supiera. En su mesita de luz había un libro sobre relaciones sexuales y cuando ella no estaba en casa yo lo hojeaba, pero me sentía culpable.

      Otra cosa que hacíamos era irnos desde el cine a lo de mi abuela, ella siempre tenía juguetes, jugábamos con mis tíos. Mi tía era profesora en mi colegio. Todas mis tías eran maestras.

      Helena Schlatiner / Ania (1928, LWOW, POLONIA)

      Iba a un colegio del Estado pero para chicas judías, no había otro colegio en el que un judío pudiera seguir con sus estudios.

      Mi papá había sido oficial del Imperio Austrohúngaro con el grado de capitán y había luchado en la Primera Guerra. Lo militar era su vida. Siempre hablaba de eso. Cuando Polonia recuperó su independencia, lo militar quedó atrás y sus padres le dejaron su panadería. Mis padres se ocupaban del negocio. Cuando sobraba pan se terminaba tirando, mi mamá decía: “Ojalá que Dios no nos castigue con que algún día nos falte”, y fue justamente así. Por eso hoy no puedo tirar pan.

      Tenía un hermano, Berko, de 19 años, y una hermana, Fancia, de 16. Yo era la más chica en casa. Mi hermano era rubio de ojos oscuros y mi hermana tenía el pelo castaño y los ojos oscuros. Con mi pelo rubio y mis ojos claros, yo no parecía judía. Uno se fijaba en esas cosas allá porque los polacos eran muy antisemitas y creían que los judíos eran todos morochos y de ojos oscuros. A pesar de mi apariencia, había vecinas que me gritaban “judía de porquería” o “judía leprosa”. Mi aspecto físico fue de gran ayuda después para salvarme. Nunca nadie pensó que por mi aspecto yo fuera judía. Me acuerdo, por ejemplo, que a los nueve años tuve escarlatina y me internaron en un hospital público. En la sala había un altar con flores y la imagen de la Virgen a la que le rezaban los internados. Una de las monjas del hospital, suponiendo que era católica como el resto, me dijo un día que podía ir a rezar. Cuando le dije que no sabía, miró los datos que había al pie de mi cama, donde supongo que decía que era judía, y dijo que estaba bien. Es que no se me notaba que era judía.

      Mira Kniazew (1928, BIALYSTOK, POLONIA)

      Mi papá era el director administrativo del hospital judío. Se trataba de un hombre muy preparado, todos lo querían mucho. Crecí en el micro mundo del hospital, con su propia autonomía. Estaba en un terreno muy grande donde además había un huerto, nuestra casa, la lavandería y la carpintería. Vivían allí el director médico con su familia, mi tío, mis primos y dos médicos solteros. También había personal cristiano.

      Mi mejor amigo era Geniek, el hijo del jardinero. Jugábamos también con mis primos y las hijas del director médico del hospital, hacíamos casitas, jugábamos a los indios, a la pelota, íbamos al huerto y comíamos de allí, lo que hacía enojar mucho al papá de Geniek. Una vez, cuando tenía cinco años, mi papá me trajo una muñeca de Viena y una enfermera me hizo una caja preciosa con un ajuar completo. Me encantaban las muñecas, tenía un montón.

      Mi papá siempre escuchaba el noticiero por la radio. Recibíamos diarios, el Kurier Warszawski en polaco y el Undser Lebn en idish. A mí me compraban una revista para chicos, el Plomyczek, que era como Billiken. Me encantaba leer. Cuando empecé la escuela, sacaba libros de la biblioteca Sholem Aleijem. Leía en polaco. En casa se hablaban tres idiomas: polaco, idish y ruso. Mi hermano Lonia se había ido en el 36 a estudiar a Moscú.

      Mamá bendecía y prendía velas todos los viernes, se respetaban las fiestas, pero ninguno de los dos venía de una familia muy religiosa. El padre de mi mamá había sido abogado, gente de ciudad, librepensadores con ideas socialistas. Mi papá era presidente de un club deportivo judío, tenía mucha participación en la vida comunitaria. Vivíamos rodeados de judíos. Hasta que empezó la guerra casi no tuve contacto con lo no judío, sacando los hijos del personal. Esa gente, cuando volvimos de la guerra, nos ayudó mucho.

      Íbamos mucho al cine, al teatro en idish. Me encantaba el cine. Uno de mis tesoros más preciados era un broche de mi adorada Shirley Temple.

      Mi mamá era una típica madre judía. Me portaba mal con ella y me corría con una toalla. Pero era muy dulce, tenía un gran amor por los chicos, por la cocina. Mí papá era mi ídolo, con él me portaba perfecto.

      Las vacaciones eran los momentos más felices de mi vida. Nos íbamos por tres meses a lugares con ríos, bosques, campos labrados, vacas, caballos. Las casas estaban hechas de madera de pinos, el perfume era increíble. Colgábamos hamacas en los árboles, juntábamos hongos y piñas para el fuego. Papá iba los fines de semana. Era muy feliz.

      Herty Karniol (1928, BRATISLAVA, ESLOVAQUIA)

      Nos mudamos a Bélgica en 1939, a mis once años. Mi familia era de clase media alta y en Bratislava vivíamos con mis tíos y primos en casa de mi abuelo que era casi un palacio. Veraneábamos todos los años con los hermanos de papá en lo de su madre, Bardeov, un lugar famoso por sus aguas termales. Mi familia era religiosa como tantos otros judíos de Bratislava.

      Tenía una vida muy placentera. Iba a un colegio del Estado. Papá se especializaba en clasificar pieles, un oficio muy cotizado. Era el СКАЧАТЬ