Los niños escondidos. Diana Wang
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Название: Los niños escondidos

Автор: Diana Wang

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789873783944

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СКАЧАТЬ estado en Rusia y en Alemania.

      En casa se hablaba polaco, mamá no sabía idish. Vivíamos con mi abuela y tía maternas, porque mi abuelo se había separado de mi abuela y había emigrado hacia la Argentina. De la familia de papá casi no me acuerdo. Vivían en Kielce y nos veíamos muy poco. Sé que eran religiosos, que mi abuelo se casó dos veces y que tuvo en total trece hijos, pero que solo sobrevivieron dos, mi papá y un hermano suyo.

      Mis padres eran socios de un club de bridge y los fines de semana jugaban a las cartas. No eran religiosos y eran abiertos: no restringían sus relaciones al mundo judío.

      Michel Neuburger (1936, PARÍS, FRANCIA)

      Nací dos años antes de que empezara la guerra. No recuerdo nada de mi vida antes de que escapáramos al sur de Francia. No me acuerdo nada de mi casa. Lo único que tengo es una foto del edificio donde vivíamos. Cada vez que voy a París voy allí, saco la foto y toco la pared. No sé qué espero encontrar.

      No tengo ningún recuerdo de mis primeros años. La primera vez que volví a Europa, en noviembre del año 70, fui a la clínica en la que nací. Cuando llegué me atendió una anciana que me explicó que aunque todavía estaba el cartel, Accouchement, que quiere decir parto, la clínica ya no funcionaba más. Fui porque quería buscar el fichero de los nacimientos. Quería ver si figuraba, quería ver mi nombre, apellido y la fecha de nacimiento, el nombre de la doctora que me trajo al mundo. No porque no supiera estos datos, los tengo en mi partida de nacimiento. Es una cuestión sentimental. No me lo puedo explicar. Lamentablemente no lo pude encontrar.

      Maurice Aizensztajn (1938, SEDAN, FRANCIA)

      Tenía un hermano seis años mayor. Mis padres tenían un auto, eran comerciantes bastante adinerados.

      En Sedan vivíamos en el 5 Rue De L´Horloge y cuando nos instalamos en Niort, donde fuimos a refugiarnos, mis padres alquilaron un departamento que tenía dos dormitorios, una cocina comedor y era en el 5 Rue Du Soleil. Recuerdo que mi papá salía con mi hermano y yo me metía en la cama con mi mamá y me acuerdo de tomar la teta como hasta los dos años. Mi madre me tenía adoración, para darme de comer me tenía en brazos. Recuerdo que mi padre era muy severo y tenía un cinturón, así que cada tanto le daba a mi hermano. También me acuerdo cuando empecé el jardín de infantes, que mi papá quería que yo fuera y yo lloraba porque no quería ir, mi mamá le decía que me dejara pero me llevó igual.

      Supongo que el idioma que se hablaba en casa era idish porque cuando llegué con mis padres adoptivos decía muchas palabras en idish. Por ejemplo les pedía schmaltz, grasa, y ellos no sabían lo que era. Mis padres también hablaban francés. Eran de Polonia y habían llegado a Francia en los años 20.

      Claudia Piperno (1938, ROMA, ITALIA)

      Sé que nos tuvimos que ir de Roma porque papá consiguió un trabajo en Milán. En Roma nos conocían y sabían que éramos judíos y además a papá lo habían echado de su trabajo en la compañía de tranvías de Roma debido a las leyes raciales. Mi apellido es judíoromano, muy conocido en Roma, un apellido muy común. Los italianos saben que un Piperno es judío. Todos los apellidos con nombres de las ciudades de Italia son judíos.

      Mi mamá no era judía, mi abuelo y ella se llevaron mal toda la vida. Por un lado por la religión y por otro, por lo cultural. Mi abuelo era un hombre de la ciudad, culto, y mi mamá era del campo, casi sin estudios. Mi abuelo hablaba y escribía perfecto en hebreo, que no sé si es el mismo que se habla en Israel. Tenía un libro de rezos en donde se registraban los nacimientos y las muertes de la familia por varios siglos. Ahí está anotado el mío. Una tía también se casó con un católico. Hasta donde yo sé, los judíos habían vivido tranquilos en Italia, no tenían por qué convertirse, nunca se mató ni se persiguió a ninguno.

      “Niña seria, tranquila, observadora, la primera de mi generación” era lo que oía de mis padres, abuelos y tíos. Un día brumoso del invierno de Milán, me llevaron al zoológico por primera vez. Paseé entre jaulas de cebras, leones, elefantes, antílopes. Finalmente elegí quedarme frente a una foca de piel lustrosa y bigote negro que resoplaba cerca de la reja. La amé por cercana, torpe, grande, segura. De improviso, la foca se tiró al agua. Enmudecí. Se dieron cuenta unas horas después, durante la cena. Creyeron que era un capricho, pero no había pedido nada. Algo me pasaba, y se desató una competencia para estimularme, mimarme, retarme, todos y cada uno a su modo. Todos menos el abuelo Marcos.Al día siguiente llamaron al pediatra. Me revisó a fondo y dictaminó que estaba “tan sana como un pez”. El sábado el abuelo anunció que me llevaría de nuevo al zoológico. Juntos y de la mano recorrimos nuevamente las jaulas y nos paramos frente a las focas. Los animales casi no se distinguían porque estaban semidormidos nadando en el agua. Parecía una postal. El anciano delgado y elegante, de sobretodo y sombrero de fieltro, inmóvil, al lado de su minúscula nieta de tapadito, gorro y guantes de angora blanca tejidos a mano. El tiempo quedó suspendido en la niebla. Estábamos solos y en silencio. De pronto una foca salió del agua, sana y salva, resoplando y sacudiéndose.

      Miré al abuelo y comencé a reír. Luego le pedí castañas calientes. Desde entonces el abuelo fue mi cómplice. Me acompañó muchas veces frente a distintas jaulas. Sólo él conocía el volcán que anidaba en mí. Cuando el abuelo murió, a los 94 años, quedé más sola y en dolorosa erupción.

      Es el primer recuerdo. Decantado por el tiempo, amasado con hechos posteriores, parece nadar en mi memoria flotando de cara al cielo. Marca un surco tan profundo que cubre de oscuridad los años siguientes.

      Los judíos italianos eran tan ciudadanos como cualquier otro, por eso y por ser fundadores del Partido Socialista Italiano, tantos judíos apoyaron a Mussolini. Siempre fue así en Roma, por siglos. Los judíos están en Italia desde el Imperio Romano, financiaron por ejemplo las guerras de la Galia de Julio César. El estar perseguidos fue un suceso novedoso en nuestra familia y en nuestro entorno, para el que no estábamos psicológicamente preparados.

      Me acuerdo que una vez fuimos a buscar a unas amigas de mi tía para avisarles que iba a haber una redada, para que se pudieran escapar. Fui con mi papá porque andar con un chico de la mano era más seguro, levantaba menos sospechas. Estas señoras decían que los iban a agrupar en un campo de concentración hasta que terminara la guerra. No sabían de qué se trataba en realidad, por lo cual no se escaparon. No había idea en Italia del verdadero peligro de muerte.

      Los idiomas

      Era muy común que los judíos europeos de entreguerras se manejaran indistintamente con dos o tres idiomas, expresión de la movilidad constante de las fronteras, de la historia familiar, de las migraciones recientes y de la forma en que se relacionaban con el medio circundante. El mapa de Europa había cambiado dramáticamente después de la Primera Guerra Mundial. Aparecieron nuevos países, otros recuperaron sus fronteras históricas, cambiaron las escuelas, los programas, la historia que se enseñaba, el idioma oficial en el que se dictaban las clases.

      Los judíos ashkenazíes –provenientes de Ashkenaz, Alemania– se comunicaron entre sí durante casi diez siglos en idish, su lengua materna. En contextos habitualmente hostiles, amenazados explícita o implícitamente con la expulsión, su per tenencia estaba signada por dos elementos por tátiles: el libro, es decir la Biblia, y un idioma, el idish.

      Casi todos los “niños” relatan que en sus casas, ya sea entre sus padres СКАЧАТЬ