Название: Los niños escondidos
Автор: Diana Wang
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789873783944
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Mi padre era de una familia judía ortodoxa, como la mayoría, sin embargo me crié en un hogar muy alejado de lo religioso, con una muy fuerte identidad judía pero teñida de ideología socialista, de lucha por la igualdad social. Papá era joyero calificado y trabajaba por su propia cuenta. El taller estaba en la cocina de nuestro departamento.
Mi padre era fanático de la música lírica y teníamos una radio que en ese momento era una sensación, era nuestro lujo más preciado.
Tuve una infancia muy enfermiza. Estuve años enfermo de riñones, de hígado; me hicieron dos operaciones por osteomielitis. Me volví muy introvertido, tal vez por todo el tiempo de aislamiento que exigió la curación, me gustaban mucho mis libros. Tenía mucha curiosidad, me refugiaba en la lectura y para cuando estalló la guerra tenía mi propia bibliotequita con clásicos infantiles. Iba a una escuela judía donde en cuarto grado recién se empezaba con “idioma polaco”, antes todo era en idish y como yo recién estaba en segundo cuando empezó la guerra, todavía no sabía nada de polaco.
Tenía dos novias: una de verano, cuando nos íbamos de vacaciones, y otra de invierno. Las dos se llamaban igual: Pérale, que quiere decir “perlita”. Mi madre también se llamaba así y en la tradición judía eso era de mal augurio, entonces mi madre les hacía bromas y les decía que no se iban a poder casar conmigo. La de invierno respondía: “No importa, porque tengo un segundo nombre”.
Kati Hantos (1933, BUDAPEST, HUNGRÍA)
Yo fui un ser sumamente privilegiado, porque mis primos se vinieron a la Argentina en el año 1938, así que quedé, además de hija única, como única nieta. Tenía tres abuelos, porque mi abuelo paterno se separó de la abuela. Mi papá andaba por los veinte años cuando mi abuelo se fue de la casa. Eran de Budapest.
No éramos ricos, pero yo era una nena mimada por todos, en aquella época tenía cien muñecas.
Mi papá era doctor en Química y trabajaba como director técnico de una fábrica que estaba en las afueras de Budapest. Vivíamos en el primer piso de la fábrica. Teníamos teléfono y radio, mi abuelo tenía también un gramófono. Tenía niñera, primero una señora judía, una de esas señoras gordas, buenas, que me cuidó de chiquita, después una niñera alemana que estuvo hasta 1939 cuando Hitler hizo volver a los alemanes a Alemania. Hablaba alemán gracias a ella. Mi mamá no trabajaba fuera de casa, era profesora de Física y Química, pero nunca ejerció. Después de recibirse hizo un viaje por toda Europa, cosa que era poco común en aquel entonces. Su papá era el director comercial de una fábrica importante de zapatos, cuyo dueño era uno de los pocos barones judíos, porque en la guerra del 14 a los judíos que tenían méritos se les confería ese título como premio.
Era una vida linda la de mi infancia.
Mi abuelo materno era muy religioso, iba al templo y yo lo acompañaba hasta que me echaron porque hablaba tanto que no los dejaba rezar. Los viernes a la tarde o los sábados a veces íbamos a clubes, pero el domingo lo pasábamos con el abuelo, que tenía una casa grande e importante. Toda la familia pasaba el día ahí. Era una familia grande, mi abuela tenía hermanas, mi abuelo tenía hermanos. Yo martirizaba a todo el mundo haciendo de peluquera y me dejaban porque era la mimada.
Me acuerdo de un amiguito cuyo papá era el director técnico de la fábrica de al lado. Como nosotros teníamos una pileta, una especie de tanque australiano, venía a jugar conmigo. Era judío, como muchas de las relaciones de mis padres.
Estaba bautizada, porque muchos judíos húngaros en la década del 30 se habían bautizado y cambiado el apellido. Me bautizaron en 1935. Mi apellido original es Hartenstein. Todos nos cambiamos el apellido. Se acostumbraba y no era un tema secreto, todos lo sabíamos.
Fui a una escuela estatal y el ser judía nunca me causó problemas. Por el contrario, tenía un lugar preferencial porque mi papá era el director técnico de una fábrica grande y muchos de los hijos de los obreros iban al mismo colegio que yo, así que yo era la hija del doctor. Me discriminaban, pero al revés.
Cris Marie D´Argent6 (1933, VIENA, AUSTRIA)
Cuando tenía un año nos mudamos a París donde pasé mi infancia. Nos fuimos a Francia por dos razones. Una era que papá había quedado muy golpeado por la Primera Guerra; cuando supo por un amigo dueño de una fábrica textil en Viena que Alemania había contratado cientos de miles de metros de tela para paracaídas, supuso que había otra guerra en puerta en la que él se rehusaba a participar. La otra razón era que papá en Viena era empleado de un banco, o sea que sus aspiraciones de ascenso eran limitadas. Una vez en París se puso su propio banco.
Mi padre decía que no le gustaba Viena porque todos eran nazis. Mis recuerdos son tanto de París como de Viena, porque ahí íbamos a pasar las vacaciones con mi bisabuela materna, de cuya casa me acuerdo muy bien.
Vivíamos como católicos. Supe que no lo éramos –y solo parcialmente– recién en la Argentina durante mi adolescencia. Una vez, cuando tenía siete años, les mostré a mis papás una estampita de la Virgen que había cambiado por una lapicera. No dijeron nada, solo se miraron, ahí percibí algo raro.
Mi mamá era húngara, había nacido en 1910 y su apellido era bien judío, pero nunca lo reconoció así. Mi apellido para mí es francés. Yo no sabía en mi infancia que éramos judíos y todavía hoy es un tema conflictivo.
Alberto Danon (1935, BIELINA, YUGOSLAVIA)
Bielina significa blanco y está en la frontera de Serbia. Era una ciudad de 30 ó 40 mil personas, cerca del río Drina, donde la gente se bañaba.
Era una zona montañosa. Mi papá, el menor de trece hermanos, había hecho el secundario en Viena y tenía un comercio de géneros que se llamaba Manufacturas Danon. Mamá era de Turquía, de origen búlgaro. Su padre fue un judío búlgaro, Behar, nacido en Salónica. Somos sefaradíes. En casa se hablaba yugoslavo, pero cuando los grandes querían que no entendiera hablaban dyudeo o alemán [ver recuadro p. 43].
De chico me decían tchifut, una manera despectiva de decir judío. También me decían abesinats, abisinio, porque era negrito. La mayoría de los yugoslavos son morochos, pero los croatas son rubios.
Mi papá era religioso pero no usaba la kipá,7 en casa se practicaba la comida kasher, y él tenía su asiento en el templo donde siempre me llevaba. Mi mamá prendía las velas los viernes y me acuerdo que en cada ventana que daba a la calle se ponía una vela en un vaso con trigo.
No llegué a ir a la escuela en Yugoslavia. Era el hijo mimado, era sano, me cuidaban mucho. Mi comida favorita eran los tomates y morrones rellenos, los filovany paprike. Ahora que recuerdo, fueron las últimas palabras de mi padre. Cuando lo llevaron donde reunían a los hombres para deportarlos al campo de concentración, yo fui con él y desde adentro de una cabaña me dijo: “Decile a mamá que me haga filovany paprike”. Será que por eso me gusta tanto esa comida.
Irene Dab (1935, VARSOVIA, POLONIA)
Vivíamos en pleno centro, en un departamento. Nuestro edificio estaba al lado del famoso Hotel Polonia, un hotel antiguo, señorial, que todavía existe. A pesar del bombardeo que destruyó casi por completo a Varsovia, este hotel, como alojaba СКАЧАТЬ